Representación del territorio andino-amazónico colombiano a través de fotografías e ilustraciones que retratan a las seis mamitas sabedoras de los pueblos indígenas Inga, Kamëntšá, Zio Bain, Yanacona y Kofán, y destacan a María Rosario Chicunque, protagonista de este relato. Crédito: Imagen compuesta por Giovanni Salazar Castañeda de Agenda Propia.

Colombia

Relato 4. Espíritu del agua que no se ve

Cocreadores

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Dec 16, 2024 Compartir

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El cuidado del vientre de la Madre Tierra, del agua invisible, es uno de los propósitos de vida de María Rosario Chicunque, conocida como ‘Mamita Charito’, mujer Kamëntšá y aprendiz de la medicina ancestral. Junto a otras mujeres, cuidan la reserva Mamakunapa, ubicada en la vereda Las Planadas, en Mocoa, donde protegen el espíritu de la cascada Arco Iris y las semillas de las plantas medicinales. En su voz se narra el camino recorrido en Asomi.

Me encuentro en medio del tejido de las selvas, de las raíces de los árboles y del agua en la reserva Mamakunapa, lugar donde fluyen once nacimientos de agua y una cascada. Aquí huele a flores y vuelan varias aves, como el colibrí, que siempre llega con un mensaje bonito. Desde esta reserva, les narraré la historia y la lucha que hemos llevado las mujeres para cuidar el agua que no se ve, la que genera esa sensación espiritual de comprender que la Madre Tierra tiene su vientre, y entre su vientre tiene su agua, que permite la germinación de toda clase de semillas y plántulas para la selva y para el cuidado de todas las especies que habitamos en la tierra.

Mamakunapa está en la vereda Las Planadas, en el kilómetro 6 de Mocoa, vía a Pasto, en el medio Putumayo. Al lado, se encuentra el Resguardo Inga Kamëntšá, donde habito con mi esposo Pablo Crispin Chindoy, mis dos hijas Claudia Liliana Chindoy y Paola Margarita Chindoy, y mis nietos, dos niños de siete y cuatro años. 

Desde aquí, junto a mi esposo, ejercemos la medicina ancestral y cuidamos las enseñanzas que heredé de mis ancestros y ancestras. Mi padre, el taita Santiago Chicunque me transmitió el saber del remedio de yagé y mi madre Juana Concepción Chindoy Miticanoy, “mamá Conchita”, el poder curativo de las plantas; ella fue partera y sobandera en la región del Guáman Tabanok (Valle de Sibundoy). 

Toda mi infancia y adolescencia la viví junto a mis padres en la vereda El Titángo, a seis horas de camino del municipio de San Francisco. Ellos me enseñaron el cuidado de la selva, los seres visibles y no visibles; con ellos empecé el aprendizaje de la medicina ancestral. 

Por eso, viene en mi pensamiento, en mi corazón, la luz de seguir protegiendo y de seguir cuidando el ambiente. Si no cuidamos esta fuente de vida que está desde el vientre materno de nuestra madre, no tendríamos vida, entonces, debemos sentir, vivir y expresar estos sentimientos espirituales. Así también recuerdo y honro la labor de mi madre partera.

Los inicios de Asomi

A mis 23 años, junto a mi esposo, decidimos vivir en el municipio de Mocoa para continuar fortaleciendo nuestra medicina y también para acompañar a mis padres en la atención de los pacientes, quienes acudían a recibir la sanación de las enfermedades físicas, emocionales y espirituales a través de la medicina ancestral, y a mi madre en la creación de la Asociación de Mujeres Indígenas Sabedoras de la Medicina Ancestral, “La Chagra de la Vida” (Asomi). Mis padres ya trascendieron al mundo espiritual, pero me siguen acompañando y caminan el territorio.

Recuerdo que en el año 2000 acompañé a mi madre y a otras mamitas a dar los primeros pasos de Asomi. Entonces, iniciamos la búsqueda y la juntanza de las mujeres sabedoras indígenas de los pueblos Ingas, Siona, Koreguaje, Kofán y Kamëntšá de los departamentos de Putumayo y Caquetá. Dos años después ya las estábamos convocando a unos primeros conversatorios.

En el 2003 adquirimos un área de tierra con la convicción de protegerla y construir una sede para tener encuentros de intercambio y fortalecer las prácticas ancestrales de las mujeres indígenas. Esa tierra es donde hoy funciona Asomi. 

Desde el primer momento en que llegaron las mujeres sabedoras a este lugar, la vereda Las Planadas, desde su sentir, desde su visión y desde su misión como mujeres cuidadoras de la vida, ellas dijeron: “Aquí hay que proteger el sitio, hay que sembrar plantas medicinales para alimentar a la fauna”. Porque cuando nosotros llegamos aquí, gran parte de este predio eran potreros, eran fincas ganaderas, y con el pasar del tiempo, las mamitas dijeron: “No, aquí hay que conservar, hay que proteger, hay que cuidar”.

Ya en 2004, se desarrolló el primer encuentro de intercambio de experiencias y saberes ancestrales con la participación de 23 abuelas conocedoras y salvaguardas de las prácticas y cuidados de la tierra para la vida. Los años siguientes fueron de siembra de plantas medicinales, de muchos diálogos de palabra, de rituales y de cuidar el lugar, porque vimos que era un corredor biológico (territorio que permite la circulación de especies y la salud de la biodiversidad).

Nace Mamakunapa 

Ya más recientemente, en el año 2020, Mamakunapa, un área de 18 hectáreas, fue declarada como reserva de la sociedad civil, y desde 2021 estamos en proceso de reconocimiento de otras 45 hectáreas.

Mamakunapa, Madre Tierra en idioma inga, es un espacio de encuentro para hacer memoria de las mujeres sabedoras de la medicina ancestral de los pueblos que pertenecen a Asomi. Es un lugar rodeado de plantas, flores, animales, medicina y espiritualidad, donde además nos encontramos fortaleciendo nuestros conocimientos propios.

La reserva tiene once fuentes hídricas, como humedales, arroyos y la cascada Arco Iris, lugar sagrado donde habita el espíritu cuidador del agua. Habita el amo; él no permite que el agua desaparezca totalmente. El sonido de la cascada es bonito porque armoniza el espacio, le da alegría a la selva, oxígeno a los árboles y frescura a las aves.

Toda esta biodiversidad existe porque hay agua: de la lluvia, de la cascada y de la que no se ve. Por eso decimos que esta agua tiene su espíritu, y es el que viene de las entrañas de la Madre Tierra.  "

Aquí hemos sembrado 4 800 árboles en la parte alta, donde está el nacimiento de la cascada. Además, hemos sembrado árboles maderables y artesanales, y plantas que producen agua, como la guadua, el nacedero y la canangucha. La canangucha, por ejemplo, es una palma amazónica que mantiene el reservorio de agua. La palma de calancha es otra planta que sostiene el agua; así, por más que haya verano durante varios días, siempre permanece la humedad.

En Mamakunapa hay árboles frutales y alimenticios, no solo para nuestro alimento, sino para el de la fauna que llega migrante por la deforestación y por las nuevas urbanizaciones que se expanden en las veredas vecinas: El Pepino, Los Andes y Las Planadas. También hay unas 150 especies de aves, tres tipos de micos, armadillos, cozumbos, tigrillos y otras especies.

El origen del agua está desde lo invisible; no hay un río que no tenga su propio nacimiento, y ese nacimiento no lo vemos porque está en lo más profundo de la inmensidad de la tierra. La Madrecita Tierra tiene esa fuerza espiritual y nace, como que en sus poros crea su fuentecita, que abre ese espacio y empieza a nacer el agua. Estas fuentes de nacimiento de quebradas, súper pequeñas, se van juntando, y es lo que hace que los ríos, cada vez, se vayan haciendo más grandes, más grandes, pero desde ese lugar invisible.

El corazón del territorio

En la comprensión de la conectividad del territorio y del agua materna, dentro de Asomi construimos un espacio para el encuentro de la palabra: el Útero, un salón que representa la gestación y el nacimiento de sueños y de acciones para continuar en la transmisión de conocimientos y prácticas a la niñez y la juventud. Aquí, además, albergamos la memoria fotográfica de las abuelas y los tejidos, como el chumbe, los canastos y los collares, que recuerdan la presencia sabia de las mujeres que dan fuerza a la “Chagra de la Vida”.

En nuestra Asociación también tenemos el Shinyak (fuego en idioma kamëntšá) o la tulpa (en idioma inga), donde el calor del fuego, el humo del sahumerio, el sonido de las semillas del cascabel y las plantas medicinales abrigan el pensamiento y la palabra dulce para el consejo e intercambio de experiencias. Allí, planeamos nuevas proyecciones para continuar fortaleciendo y protegiendo la vida de los pueblos indígenas para el cuidado de la Madre Tierra.

Alrededor de la reserva, encontramos espacios de siembra de plantas medicinales de los territorios de origen de cada una de las mujeres, en donde contemplamos la conexión con las fases de la luna en relación con la feminidad y su autocuidado, así como observatorios de la fauna que habita en Mamakunapa.

También hay un sendero ecológico sagrado, el camino de las mamitas sabedoras, que conecta con el centro de la reserva: la cascada, los nacimientos de agua y, en especial, representa la conectividad del territorio. Mientras se camina por allí, se recuerdan las vivencias de mujeres que se han sobrepuesto a la estigmatización social y las violencias en sus comunidades, con las que se han vulnerado sus derechos individuales y colectivos. Desde este lugar, nos apoyamos para superar estas situaciones; esta es nuestra forma de resistencia para continuar con la transmisión de conocimientos, en procura de sostener el arraigo por los saberes culturales y espirituales.

Herencias ancestrales

En cada uno de los espacios de la reserva se percibe la fuerza y la energía espiritual que han sembrado nuestras mamitas: las que caminan con nosotras en los territorios y las que han trascendido al mundo espiritual. De las 23 fundadoras de Asomi, tan solo ocho quedan con vida. Ellas nos dejaron un paraíso donde existe una gran biodiversidad, y nos preguntamos qué les vamos a dejar a nuestros hijos e hijas, como lo hacían nuestras abuelas.

Desde aquí, las mujeres sabedoras de la medicina ancestral también manifestamos nuestra preocupación por los intereses extractivistas por parte de las multinacionales y empresas mineras, que atentan contra y vulneran los derechos al goce de un ambiente sano y saludable, por la contaminación del Iaku, el aire, la tierra, las medicinas y los alimentos. Hasta el presente, las mamitas sabedoras nos preguntamos: ¿si el agua se contamina, con qué preparamos la medicina para curar el cuerpo y el espíritu? 

A pesar de este interrogante, las mujeres indígenas aún guardamos la esperanza de construir y fortalecer el camino con la niñez y la juventud para el cuidado del territorio, del agua para la vida, para que así sigan brotando semillas nativas desde la Madrecita Tierra.

Sigue el viaje de las “Cuidadoras del espíritu del Iaku” con el relato de mamita Gloria Piaguaje Yaiguaje, sabedora de plantas medicinales que cuida y hace memoria del espíritu de la boa.

Nota. Esta historia hace parte de la serie Territorio del Iaku. Tejido de voces cuidadoras del agua en Putumayo, cocreada por narradoras y narradores de pueblos indígenas, campesinos y colectivos de comunicación durante la séptima versión del Programa de Periodismo Colaborativo Intercultural de Agenda Propia. El especial se enfoca en las realidades y los sentires del agua en el piedemonte andino-amazónico colombiano.

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