Representación del territorio andino-amazónico colombiano a través de fotografías e ilustraciones que retratan a las seis mamitas sabedoras de los pueblos indígenas Inga, Kamëntšá, Zio Bain, Yanacona y Kofán, y destacan a Gilma Esneda Hurtado, protagonista de este relato. Crédito: Imagen compuesta por Giovanni Salazar Castañeda de Agenda Propia.

Colombia

Relato 3. El espíritu del duende

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Dec 13, 2024 Compartir

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La mamita Gilma Esneda Hurtado, del pueblo indígena Inga Yanacona, cuida al espíritu del duende, considerado el ‘amo’ de un nacimiento de agua y una chorrera en su territorio, ubicado en la vereda Medio Afán, en Mocoa. Desde este lugar sagrado, lucha contra la contaminación del río Mocoa, transmitiendo su sabiduría y enseñanzas. Esta historia es relatada por su nieta, Jimena Andrea Mutumbajoy Suárez.

En medio de las aguas de los ríos Medio Afán y Mocoa, en un territorio rico de plantas medicinales, se encuentra la reserva ancestral en donde vive mi abuela Gilma Esneda Hurtado y mi abuelo, el taita Luciano Mutumbajoy. Mi abuela ha dedicado gran parte de su vida a la defensa del territorio.

A sus 61 años, pertenece al pueblo indígena Inga Yanacona y vive en la vereda Medio Afán, en la zona rural de Mocoa. Desde muy joven siembra plantas curativas, las cuales conoció gracias a los saberes heredados de mis bisabuelos paternos, el taita Santiago Mutumbajoy Buesaquillo y la mamita Ambrosía Jansasoy.

“Desde la fecha de mi nacimiento vivo acá en la vereda Medio Afán, y desde siempre he estado cuidando la naturaleza. Cuido el agua, cuido todo. Esa es mi vida”, dice.

Mamita Esneda, como conocen a mi abuela, siempre nos ha enseñado a respetar el territorio y nos ha transmitido los saberes de las plantas, del agua y de los seres espirituales, como el duende: espíritu protector que ha vivido en el territorio por muchas generaciones.

Con mi familia —conformada por mi tía Sonia, mi tío José Luis, mi papá Jaime, mis tres hermanos, tres primos y mi hijo— nos reunimos en la casa de remedio para recibir, de mi abuelo, el yagé, y de mi abuela, los riegos o baños para armonizarnos y poder tomar decisiones importantes, así como para curarnos de alguna enfermedad o mal espiritual. El yagé, además de ser una planta curativa, nos purifica el cuerpo y el alma.

Cuando tomamos la medicina, el duende llega a la casa de remedio a escuchar la armónica que toca mi abuelo cuando armoniza el espacio. «El duende cuida los nacimientos de agua», dice mi abuela.  "

Mi abuela me cuenta que hay lugares sagrados donde vivieron nuestros ancestros y que ahí está la medicina: “Están las plantas, que ya están como en vía de extinción, y se tiene esa reserva porque viene de la ancestralidad. También está una chorrera que se llama como un espíritu muy valioso para la comunidad y nuestra familia: la chorrera del duende”. 

El espíritu del duende se siente en el territorio. Desde niña, mis abuelos me contaban que siempre ha habitado en los nacederos de agua. Mi abuelo dice que lo ve en cada ceremonia de yagé. Dicen que al duende le gusta mucho la música y los cantos acompañados de instrumentos tradicionales. 

La casa remedio está cerca de la huerta, donde mi abuela pasa la mayor parte del tiempo sembrando y abonando las plantas para su uso en curaciones y remedios caseros, como la hoja santa, el sauco, el achiote, la altamisa, la sangre de drago, la sábila, el playambe y el limoncillo, entre muchas otras. Para ella, las plantas más importantes son la ortiga, el nacedero y la guadua, porque son las que limpian, armonizan y purifican el agua para ayudar a nuestra Allpamama, es decir, Madre Tierra en idioma inga.

Para mi abuela, es vital que en la familia aprendamos sobre las plantas. Nos dice: “Ustedes tienen que aprender, porque cuando se enfermen tienen que prepararse una agüita para curarse. Ahí está el hospital de nosotros”. 

Ella tiene un don muy especial: las plantas que siembra o rescata, aunque estén casi marchitas, en unos días, con sus cuidados, están resplandecientes. Además, siempre les habla con respeto. "

“Cada que voy a coger una planta, siempre le hablo con el poder que tiene, con el poder de la naturaleza, con la espiritualidad de la planta, para que me ayude a sanar a la persona enferma a quien le voy a dar esa planta”, me explica, y añade: “Entonces le digo: ‘Plantica, ayúdame con esta enfermedad que tiene este paciente. Te pido permiso, te voy a coger unas hojitas porque no te estoy haciendo mal; es para hacer un bien, para sanar a una persona’. Yo, de esa manera, siempre cojo las plantas para cualquier tratamiento: pidiéndole permiso y pidiéndole el poder que ella tiene para sanar”.

Para ella, la siembra de guadua es fundamental porque se restaura de manera natural en la reserva, donde hay más de 200 especies de plantas medicinales. Es un lugar sagrado en el que hay nacederos de agua que usamos para el consumo y que mi abuelo protege, porque es el agua con la que prepara el remedio.

En 1999, cuando, por el orden natural, se organizó la Unión de Médicos Indígenas Yageceros de la Amazonía Colombiana (Umiyac), mi abuelo Luciano y mi abuela Esneda acompañaron los procesos de fortalecimiento de la medicina ancestral para el cuidado del territorio. Al año siguiente, en 2000, ambos acompañaron la conformación de la Asociación de Mujeres Indígenas Sabedoras de la Medicina Ancestral, “La Chagra de la Vida” (Asomi). 

Ella también ha participado en procesos de formación y ha fortalecido su liderazgo en la defensa del río Afán. Este afluente, que desemboca en el río Mocoa y, posteriormente, en el Caquetá, se encuentra contaminado. Mi abuela denuncia que los lixiviados del relleno sanitario terminan en sus aguas: “Lo que pedimos es que hagan un buen manejo de los lixiviados y no terminen en nuestros ríos. Hemos hecho paros, reuniones, acuerdos, pero no se han cumplido, por eso seguimos en la lucha”.

“Para mí, el agua, como mujer sabedora, representa una fuente de vida”, me explica mi abuela, “es lo que nos da la fuerza, tanto a nosotras como a las plantas medicinales”.

Con su historia de vida y sus palabras, mi abuela Esneda deja un mensaje claro: debemos cuidar y defender nuestra agua. “La fuente de vida es el agua; debemos cuidarla y protegerla porque, en el departamento de Putumayo, tenemos cantidad de agua, pero la mayor parte está contaminada. Esperamos que podamos proteger esas fuentes hídricas que aún no están contaminadas, para que podamos preservarlas”, dice, mientras sigue luchando por las fuentes de vida, para que puedan fluir libres y puras para las próximas generaciones.

Sigue el viaje de las “Cuidadoras del espíritu del Iaku” con el relato de mamita María Rosario Chicunque, quien, junto a otras mujeres, cuida la reserva Mamakunapa, ubicada en la vereda Las Planadas, en Mocoa. Allí protegen el espíritu de la cascada Arco Iris y las semillas de las plantas medicinales.

Nota. Esta historia hace parte de la serie Territorio del Iaku. Tejido de voces cuidadoras del agua en Putumayo, cocreada por narradoras y narradores de pueblos indígenas, campesinos y colectivos de comunicación durante la séptima versión del Programa de Periodismo Colaborativo Intercultural de Agenda Propia. El especial se enfoca en las realidades y los sentires del agua en el piedemonte andino-amazónico colombiano.

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