Ilustraciones del pino colombiano. Crédito. Giovanni Salazar Castañeda de Agenda Propia.

Colombia

Pino colombiano, guardián del agua

Cocreadores

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Mar 14, 2025 Compartir

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La regulación del bosque y del ciclo del agua en el Valle del Sibundoy, Putumayo, es posible gracias al pino colombiano. Su capacidad para retener humedad y promover la formación de lluvia lo convierte en un protector clave de los ecosistemas de montaña. Aunque ha sido talado indiscriminadamente por su madera, actualmente es resguardado por comunidades campesinas que se dedican a su conservación.

En las montañas del Valle del Sibundoy, en el alto Putumayo, donde la neblina, la lluvia y el frío son constantes, habitan varios pinos colombianos: especies protectoras de fuentes hídricas y suelos que han sobrevivido a las bonanzas de explotación maderera.

Sus grandes troncos y abundante follaje hacen de esta especie un elemento vital para la conservación del agua. “La mayor parte de la lluvia que tenemos en el Valle de Sibundoy se presenta por el ciclo de evapotranspiración de los árboles, (…) en sus raíces, en el musgo, y por sus hojas, en la noche, se da el proceso de respiración. Y en el día también sale vapor de agua, que cuando baja la temperatura se convierte en neblina. Digamos, son fábricas de neblina”. Esta es la explicación del ciclo del agua que hace Camilo Barrera, biólogo y director de la Fundación Kindicocha.

Las semillas de esta especie, también conocida como chaquiro, sirven de alimento para mamíferos y aves. “Hay murciélagos, loros, borugas, osos y dantas que se comen la pulpa que cubre las semillas. Uno las puede encontrar debajo de los árboles o en las ramitas donde los murciélagos se agarran a comer”, cuenta Camilo.

Estos pinos crecen entre los mil y los tres mil ochocientos metros sobre el nivel del mar y se encuentran en zonas montañosas de América Latina, desde Costa Rica hasta Perú. En el Putumayo existen dos especies de pino colombiano identificadas: Podocarpus oleifolius y Decussocarpus rospilgliosii. Ambas pertenecen a la familia de las Podocarpaceae dentro del grupo de plantas coníferas (donde también están los abetos y los cedros).

En el departamento, estos árboles se pueden ver en La Rejoya y Patascoy, y algunos ejemplares más jóvenes, de 35 a 40 años, habitan el contorno de la Plaza Principal de Colón. Allí los pobladores les llaman “abuelos pinos” porque, explica Camilo, “viven miles de años: entre tres mil y cuatro mil”. Los pinos también están presentes en la Reserva Natural Buenoy, ubicada en la vereda Vichoy del municipio de Santiago, así como en diversas zonas de la frontera entre Putumayo y Nariño: Cuencas del Alguacil, Guamuez, Cascabel y Juanambú Churumbelo.

Además, el chaquiro se encuentra en otras regiones del país, como Cundinamarca, Boyacá y Nariño, y especies afines se distribuyen en México, Guatemala, Honduras, Costa Rica y Venezuela, según información del Instituto Amazónico de Investigaciones Científicas, Sinchi.

Para proteger esta especie de la tala y la transformación del bosque en potreros, cultivos o infraestructura —como la variante San Francisco-Mocoa en Putumayo—, iniciativas comunitarias y campesinas han liderado esfuerzos de conservación. Entre ellas, la Fundación Kindicocha y su Reserva Natural Buenoy trabajan en la preservación del pino colombiano, promoviendo su restauración y el uso sostenible del territorio.

Las memorias del saqueo maderero

Leñadores y aserradores del municipio de Colón recuerdan cómo, a mediados del siglo XX, se extrajo masivamente madera de pino colombiano para venderla a una empresa inglesa, que la transportó en barcos hasta Europa. La explotación fue tan intensa que la especie se convirtió en vulnerable y estuvo en riesgo de exterminio. En 1974, el entonces Instituto Nacional de los Recursos Naturales Renovables y del Ambiente (Inderena) emitió la Resolución 0316, que estableció una veda (prohibición indefinida de su extracción) para protegerla.

Medardo Pegendino, un hombre de 94 años que trabajó como aserrador en su juventud, cuenta que cuando era niño llegaron muchas personas hasta Colón para talar los pinos, la mayoría procedente de los departamentos de Antioquia y Nariño. Su padre, vecinos y personas de otras regiones de Putumayo también se dedicaron a este oficio.

“Entraron por el río Negro, donde es ahora La Esperanza. En el páramo de acá, de La Rejoya, ya había pino. Como a la distancia de unos cinco metros había árboles grandes y gruesos que daban entre 300 y 600 piezas [madera en trozas]. Había hartísimo pino, le cuento”, recuerda Medardo.

Pero no solo extrajeron pino colombiano, también cominos y robles, entre otras especies. Medardo relata que desde el páramo La Rejoya hasta la planicie de Colón se miraban personas transportando madera para bajarla a vender. Y esto no duró un día: fueron varios años en los que la extracción de madera se impuso y se convirtió en una forma de vida en el territorio. 

“Los carros salían con madera. Eso en la semana eran dos o tres viajes que hacían esos camiones, cargaban con 500 y otros con 700 piezas. Así fue la explotación del pino en esa época”, dice Medardo.

También se adueñaron de tierras para quedarse con las mejores maderas. “Empezó a abarcar más propiedades, eran de 200 hectáreas, eso era por la cabecera por los lados de El Bordoncillo. Entonces, la gente por más comodidad [más adinerada] se apropiaron, pero como casi no había aserradores de aquí, vinieron de otra parte, de otros departamentos vino gente a aserrar pino acá”, narra Medardo. 

En aquella época, la explotación de madera ayudaba a las familias a cubrir sus necesidades básicas. Con el dinero obtenido por el aserrío, la carga y la venta, se compraba el mercado: “Todos teníamos plata. ¡Valía en ese tiempo la plata!”. Medardo recuerda que una pieza de pino costaba 30 centavos y se llegó a vender hasta por 200 centavos. “Alcanzaba bastante. Como le digo, una libra de arroz por acá valía 4 centavos y el maíz 2 centavos. La comida era baratísima”.

Al recordar los pinos, Medardo cuenta que eran gigantes y había árboles de 'más de 200 años', a los que 'había que darles la vuelta entre dos o tres personas adultas para poder abrazarlos'. "

Hoy, al subir a la montaña, se observa un bosque que ya no es prístino; aunque hay árboles inmensos, no se asemejan a los que describe el abuelo. Medardo agrega, que, según recuerda, la explotación duró hasta el año 1956.

El saqueo también acabó con miles de especies de animales, aves, reptiles, insectos y plantas, como los líquenes. Hoy, solo quedan memorias de esa explotación y un llamado insistente a la protección de la especie.

Los relatos de los aserradores más longevos, como el de Medardo, describen cómo la bonanza maderera fue una de las formas en que se colonizó el Putumayo. En las zonas de selva del bajo Putumayo, Caquetá y Amazonas, la extracción de caucho marcó la historia; mientras que en los bosques cercanos a Nariño, el saqueo del pino colombiano dejó su huella.

A la devastación del bosque se sumaron la expansión de la frontera agrícola, la ganadería y el surgimiento de diversos conflictos. “Los procesos de ocupación territorial en regiones donde el bosque es todavía una fuente de riqueza han sido históricamente el origen de los conflictos en Colombia. La región del Putumayo, rica en ecosistemas naturales, es actualmente un territorio donde el conflicto armado y los intereses de los actores sociales difieren en detrimento de los recursos valiosos para generar alternativas de desarrollo en un marco de sostenibilidad”, señala la investigación “Territorio, colonización y diversidad cultural en el alto Putumayo”, de Jaír Preciado Beltrán, docente e investigador de la facultad de Medio Ambiente y Recursos Naturales de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas. 

También se han presentado cambios en el uso del suelo, derivados de la llegada de los misioneros capuchinos a principios del siglo XX, quienes introdujeron nuevas prácticas agrícolas. “Si bien las comunidades mantuvieron su conocimiento y sus formas de cultivo tradicionales alrededor de la chagra, los misioneros intentaron transformarlas con técnicas que venían de otras regiones y que eran aptas para otros climas y territorios”, explica Amada Pérez, investigadora de la Universidad Javeriana. 

En 1968, el inicio de la construcción de un distrito de drenaje afectó el territorio. Constanza Maigual, lideresa de la región, explica que este proyecto intervino la cuenca alta del río Putumayo, drenando humedales que cubrían unas 4.000 hectáreas, y que hoy se encuentra desfinanciado e inconcluso. “La ampliación de la frontera agrícola ha hecho que estos suelos, que no estaban preparados para ser cultivables, se vean sobreexpuestos y sobreexplotados. Además, no se ha hecho la delimitación de las zonas de protección de los humedales, que prestan servicios ecosistémicos esenciales”, señala Constanza.

Relatos misteriosos del bosque

Los abuelos pinos colombianos se les han presentado de manera misteriosa a caminantes de la montaña. Existen relatos de quienes aseguran que cuando hacen recorridos entre Colón y el corregimiento de San Pedro se han perdido y han tenido visiones de la existencia de grandes hectáreas de este árbol.

Así lo narra Gabriel Barrera, habitante de Colón, quien cuenta que una persona cercana del pueblo le relató que, junto a su familia, se perdieron una vez en la montaña. Como si estuvieran ‘entundados’ (una sensación de pérdida de conciencia atribuida a algún espíritu del monte), dieron vueltas y más vueltas sin encontrar el camino. Gabriel, en primera persona, relata lo que le contaron:

“Yo veía era una pinera, pero enorme, enorme, de hectáreas, y miraba los pinos y todos alineaditos. Por un lado, los miraba y sí, estaban alineados, si mirabas para otro lado, estaban alineados, si mirabas por acá, a mi derecha, la pinera estaba alineada. Era como si fuera sembrada, plantada, cultivada, como que la hubieran hecho así adrede. Pero era muy lejos, en la montaña, y eran árboles supremamente grandes”. 

El relato continúa cuando la familia se dio a la tarea de marcar los árboles con un machete: “Cuando mi papá dio el primer machetazo. Para empezar, esa cáscara era como rosada, pero bien, bien rojiza, y eso dio el machetazo y cayó un ‘lamparazo’, cayó un relámpago que nos dejó ciegos a todos, nos dejó supremamente aturdidos y al rato se vino ese trueno, como un bramido, como que se desmoronaban el cielo y la tierra juntos. Y se cerró el cielo, y eso no fue sino haber toreado ese arbolito y nos sacó corriendo. Estuvimos perdidos como cuatro horas en la montaña. Corriendo, corriendo, buscando salvarnos de esa tempestad, hasta que ya como a las cinco o seis de la tarde, llegamos al camino grande del señor que nos había llevado. Sin linternas, perdidos y a oscuras, llegamos a Colón como a las nueve de la noche, después de esa odisea”.

En Colón, estas experiencias suelen compartirse entre vecinos y forman parte de su cotidianidad, en donde conviven con los espíritus de los árboles y los seres no visibles del bosque, guardianes del territorio y las fuentes de agua.

Una reserva protectora del abuelo pino

La importancia del pino en la regulación del agua, las creencias de los seres espirituales que cuidan el bosque y el llamado a evitar que se extinga por completo esta especie, han hecho que el biólogo Camilo Barrera, su familia y comunidades campesinas de Colón y Santiago protejan y reforesten esta especie.

El llamado a proteger la flora del territorio lo heredó Camilo de sus padres, Mario Armando Barrera y Carmen Elisa Guerrero, quienes en 1980 fundaron la Reserva Natural La Rejoya, convirtiéndola en un santuario para el pino colombiano. En lo alto de las montañas de Colón, Camilo, con solo doce años, comenzó a comprender los ciclos de la naturaleza y aprendió a identificar y sembrar árboles. Años después, en 2005, creó la Reserva Natural Buenoy, en la vereda Vichoy del municipio de Santiago, donde emprendió la tarea de establecer semilleros de pino colombiano chaquiro y romerón.

“En el vivero logramos reproducir entre dos mil y seis mil plántulas cada año, tanto por semillas como por gajos. Hasta 2025, hemos logrado reproducir 18.000 pinos”, cuenta. A través de Kindicocha (que en quechua significa “laguna del colibrí”), junto con su esposa Juliana Hoyos Siluan, también bióloga, herbóloga y presidenta de la fundación, y otras personas de la comunidad imparten charlas, siembran árboles y estudian qué animales están relacionados con este árbol.

Así explica Camilo el ciclo natural del pino colombiano en el territorio: “en los meses mayo y junio empiezan a brotar sus yemas reproductivas. Los árboles machos hacen amentos, unos pequeños conitos que liberan el polen, y los árboles hembra empiezan a formar una pequeña escama donde una yema forma el óvulo, y allí llega el polen por el viento. Entre los meses de abril, mayo, junio y julio se está dando la maduración de esas semillas, que tienen una corteza jugosa que las protege y que sirve de alimento a murciélagos, loras, ardillas y ratones. En el mes de septiembre empiezan a madurar los primeros, en octubre, noviembre y diciembre caen los frutos. Una vez al año se reproduce, las semillas las cogemos entre octubre, enero y algunitas en marzo”.

En la reserva, la reproducción de las semillas sigue este proceso: primero se recogen las semillas que caen de los árboles, se colocan en agua durante dos noches y, finalmente, se siembran en la tierra. Luego, se mantienen en humedad durante un período de entre 10 y 17 meses, con un riego constante hasta que germinan. Una vez germinadas, permanecen aproximadamente un año en el semillero. Posteriormente, se pueden trasladar a una bolsa más grande durante dos años, hasta que estén listas para ser sembradas en la tierra, en el bosque, en un lugar de semisombra. Si los árboles se siembran a plena luz, se amarillan y se secan, por lo que es importante plantarlos en un área con algo de rastrojo (monte) o en sombra. Este proceso requiere mucha paciencia y cuidado.

“Me gusta verlos crecer. Mutuamente nos amamos y compartimos la vida aquí en el territorio”, relata Camilo. Esta conexión lo ha llevado a escribir textos en los que conserva su memoria, como es el caso de “Runan Betiesh. Carta del abuelo pino colombiano”.

Yo converso con el pino, es una forma de cuidar un abuelo, es escucharlo, es hablar. A veces se me aparece en los sueños, a veces siento que me habla y me enseña canciones y consejos. Se puede decir que es mi gran maestro. "

Para él, este árbol “es el gran maestro de la Andino-Amazonía, es el árbol más antiguo de estas montañas. Desde hace siete millones de años cuida el agua, enseña e inspira, y, por eso, la Fundación Kindicocha lo ha tomado como inspiración. Este árbol es quizá el que más se ha deforestado por un interés internacional en su madera, también por eso es una prioridad propagarlo”. 

Por eso, la Fundación creó dos iniciativas de recaudación de fondos a través de donaciones voluntarias: “El colibrí amarillo”, enfocada en la restauración de los ecosistemas y las culturas en el corredor Andes-Amazonía, y “El bosque de la paz”, que promueve la siembra de árboles como ofrenda por la paz mundial.

Con estas iniciativas han logrado sembrar más de 64 especies de árboles nativos en peligro de extinción. “Las especies que más estamos sembrando son cedros, nogales, helechos arborescentes, palmas, palmas de cera, cidrones, guamas y pinos colombianos', detalla Camilo. “Por cada 120.000 pesos que done una familia, sembramos un árbol y emitimos un certificado de siembra de paz, que incluye una fotografía del árbol con sus coordenadas, un código, la altura sobre el nivel del mar y una carta de gratitud”, explica Juliana. Más de 700 personas han participado en estas campañas. 

Gracias al esfuerzo de campesinos, ambientalistas y científicos, el pino colombiano ha comenzado a recuperarse en algunas zonas. Sin embargo, aún queda un largo camino por recorrer para garantizar su permanencia en el paisaje andinoamazónico. La conservación de este árbol es un recordatorio de la interconexión entre las comunidades y su entorno. Protegerlo es también salvaguardar el equilibrio del ecosistema y el legado de quienes han habitado estas montañas durante generaciones.

Nota. Esta historia hace parte de la serie Territorio del Iaku. Tejido de voces cuidadoras del agua en Putumayo, cocreada por narradoras y narradores de pueblos indígenas, campesinos y comunidades urbanas del piedemonte andino-amazónico colombiano con la orientación editorial de Agenda Propia en su programa de Periodismo Colaborativo Intercultural. Este relato se realizó conjuntamente con la Fundación Kindicocha. Con el apoyo de la DW Akademie en el proyecto “Periodismo y protección de la Amazonía”, del que hacen parte Agenda Propia (Colombia), Corape (Ecuador) y Servindi (Perú).

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