Las pescadoras Luz Amparo Ortiz Bahamón (izq.) y Mónica Esperanza Coca (der.), cuidadoras de las tericayas (charapas), junto a representaciones de las tortugas y del territorio. Crédito: Imagen compuesta con fotografías e ilustraciones realizadas por Giovanni Salazar Castañeda de Agenda Propia.

Colombia

Pescadoras de esperanza: agradecerle al río cuidando sus tortugas

Cocreadores

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Nov 28, 2024 Compartir

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Hace siete años, dos familias pescadoras de Puerto Asís, en Putumayo, Colombia, se embarcaron en una carrera contrarreloj para ganarle a la demanda del consumo de los huevos de las tericayas. Toda su vida el río les ha brindado alimento y diversión; proteger sus tortugas es una manera de agradecerle.

Dentro de un enorme recipiente azul con agua, lechugas, plantas de verdolaga y buchones (planta acuática), se alimenta un tortuguillo de tericaya (Podocnemis unifilis), también conocido en Putumayo como charapa. La cría, aún con la cicatriz umbilical, intenta camuflarse entre las plantas que le sirven de alimento, aunque las manchas amarillas de su cabeza le impiden lograr su objetivo. Este pequeño es parte de las casi 130 tortugas bebé que las familias de las pescadoras Luz Amparo Ortiz Bahamón y Mónica Esperanza Coca recolectaron en la playa, cuando todavía eran huevos, para evitar que fueran vendidos o arrastrados por las inesperadas crecidas del río Putumayo.

“Si usted daña un animalito, una tortuga o el ambiente, está destruyendo el agua. Y si el agua se nos acaba, nos acabamos nosotros también. Cuidarlas es muy importante para mí y para los hijos que vienen”, dice Mónica, mujer de 33 años, mientras las observa dentro del recipiente que su esposo Miguel Escarria elaboró y ubicó temporalmente en el patio de la casa para alimentarlas.

Las tericayas son tortugas longevas, capaces de vivir hasta 60 años en estado silvestre. Sin embargo, actualmente enfrentan un riesgo de extinción elevado, según la Lista Roja de Especies Amenazadas de la organización Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza. La especie está “amenazada por el consumo humano de su carne y huevos, el comercio de mascotas, varios depredadores naturales y el cambio climático (calentamiento global)”, de acuerdo con un grupo de investigadores que analizó el aprovechamiento de tortugas en el municipio de Cartagena del Chairá en Caquetá.

Las familias de Amparo y Mónica son testigos de esta preocupante disminución. “Nosotros íbamos con los niños a una laguna [del río Putumayo]. Allá había una especie de peces que se llamaba los chillones. ¡Eso era abundante! Y nos llevábamos una paila, aceite, plátanos y nos hacíamos la fritanga de pescado”, recuerda Amparo, quien ahora tiene 62 años.

Sin embargo, con el paso del tiempo, al regresar a la laguna empezaron a notar un cambio: “Nos dimos cuenta de que cada vez veíamos menos tortugas asoleándose en los troncos”, recuerda con nostalgia. Fue entonces cuando los mismos pobladores les contaron que se las estaban comiendo.

El río Putumayo, la casa común

Amparo Ortíz tiene una conexión de vida con el río: «quisiera que otras personas me entendieran, transmitirles esa idea de cuidarlo, de amar el agua. Nuestro hermoso río no es un basurero». "

En el suroccidente de la Amazonía colombiana, el río Putumayo teje la vida. Nacido de los miles de hilos de agua que descienden del páramo de Bordoncillo en el municipio de San Francisco, este afluente se abre paso con fuerza por la cordillera central y cae en la planicie del territorio amazónico.

En su recorrido, otros ríos lo alimentan, agrandándolo y haciéndolo parecer una gran anaconda. Al llegar a Puerto Asís, sus aguas forman las playas y lagunas de la vereda Hong Kong, justamente los puntos de anidación para las tortugas y lugar clave para el transporte fluvial y el comercio. El Putumayo sigue su curso, conectando a los pueblos indígenas y campesinos de las fronteras de Colombia, Ecuador y Perú, hasta que finalmente, con el nombre de Içá en Brasil, se une al imponente río Amazonas.

Para Amparo y Mónica, como habitantes de un pedacito de la orilla del Putumayo, cuidar sus tortugas es una forma de retribuir su generosidad. “Para mí, el río lo es todo, es vida, es algo inexplicable que tengo aquí en el corazón”, confiesa Amparo mientras se toca el pecho y pareciera que se viera dentro de sí misma. “Tenemos que ser conscientes de tener un equilibrio entre lo que sacas y lo que dejas”, reflexiona la pescadora.

Anidar esperanzas

Entre junio y septiembre las tortugas hembras tericayas buscan las playas del río o de las lagunas para poner sus huevos. Una vez allí, excavan un agujero de entre 12 y 22 centímetros de profundidad, donde pueden depositar hasta 40 huevos. Este proceso les toma un máximo de tres horas, describen las mujeres. Las huellas que dejan en la arena son pistas que luego los humanos siguen para rastrear los nidos y llevarse los huevos, ya sea para comérselos o para rescatarlas. 

Amparo recuerda que en conversaciones que su familia (su esposo Ricardo, su hijo Andrés y su nuera Yenifer) tuvo con sus vecinos (Mónica y Miguel) y con pescadores (como Carlos Rodríguez), sintieron que esa situación tenía que cambiar, que debían proteger a las tortugas y recuperarlas.

Y así empezaron a trasnochar, dormir en la playa, identificar los nidos, sacar los huevos, crear areneras artificiales; observar, aprender, investigar en internet, acompañar a las tortugas en su eclosión, esperar el endurecimiento del caparazón y devolverlas al río. Este proceso puede tardar entre cuatro a seis meses. Con cada nueva temporada de anidación, vuelve e inicia el ciclo.

“Esto es una batalla del que primero gane los nidos. Hemos madrugado a las dos de la mañana y a veces ya han recogido los huevos”, cuenta Miguel al explicar que las personas acampan para recogerlos o están revisando con linternas las playas para identificar los rastros que dejan las tortugas. Además de tener que levantarse temprano, las familias también destinan recursos como los tres o cuatro galones de combustible que consumen desplazándose en lancha hacia las lagunas. Su tiempo y los costos asociados son ofrendas que realizan para proteger estas especies y cuidar el río. 

“Llevamos una canasta especial para transportar los huevos. Cuando encontramos un nido, cavamos y medimos la profundidad exacta a la que los dejaron, para luego depositarlos en una caja de arena manteniendo las mismas condiciones. Además, separamos las cajitas por playas”, explica Mónica: “Por ejemplo, los huevos que recogemos en la playa de Los Cables los mantenemos apartados de los que encontramos en la playa del 9, para llevar un control más preciso”.

En el Putumayo hay dos especies que se conocen como charapas. Jhon Gaitán, zootecnista y consultor independiente en vida silvestre oriundo de Puerto Asís, explica: “La Podocnemis expansa, que puede llegar a pesar 70 kilos y medir entre 70 y 90 centímetros, puede poner hasta 80 huevos por nido. Sin embargo, no hay registros recientes de esta especie en la región, lo que sugiere que se ha extinguido localmente debido a la recolección intensiva de sus huevos, que antes se intercambiaban o regalaban a los comerciantes que navegaban por el río. Con la desaparición de esta especie, la Podocnemis unifilis, que mide hasta 50 centímetros y deposita alrededor de 20 a 40 huevos, es la que está sobreviviendo”.

En el momento en el que debe nacer, el animal eclosiona del huevo gracias a que rompe por sí mismo el caparazón con la carúncula, un tipo de “uña” que tiene provisionalmente en la nariz, y la grasa que guarda en su ombligo le permite alimentarse por diez días y endurecerse antes de salir a buscar el río, según explica el zootecnista.

«Para una tortuga, las playas son muy importantes: la arena y el sustrato permiten que la temperatura sea estable y se incube el huevo. La temperatura también define su sexo [más de 30ºC será hembra, a menos de 26ºC será macho] por lo que el cambio climático puede alterar la población», explica el zootecnista Jhon Gaitán. "

El éxito de la incubación depende del tiempo: el sol, el clima y la variación de las lluvias. Entonces si, por ejemplo, los huevos rescatados en las cajitas no eclosionan, Mónica cuenta que ellas revisan factores como “la humedad, si necesitan más sol, si hay que mover las cajas, si se pusieron bien los huevos” y enfatiza: “siempre tenemos la esperanza y la fe de que son tandas que se van a ir a entregar a la laguna, entonces, pues aspiramos y esperamos con la ayuda de Dios cada vez nos vaya mejor”.

Las familias calculan que en los últimos siete años han liberado más de 300 tericayas. A pesar de que han registrado el número de huevos que han recuperado y la ubicación de las playas, esa información se perdió cuando una inundación en la casa de Amparo destruyó el cuaderno con sus notas. 

Sin embargo, a Amparo lo que le duele perder es todo el esfuerzo de cuidar y liberar a las tortugas, para que luego terminen atrapadas en las redes. “Meter mano en esas redes [para salvarlas] es delicado”, confiesa con tristeza. “Van a pensar que te estás robando los pescados, así que, con todo el pesar del mundo y el corazón arrugado, hemos tenido que dejarlas ahí”.

Mientras comparten su historia, ambas familias afirman su compromiso. “Hemos estado juntos en la pesca y ahora estamos juntos en este proyecto de conservación de las tericayas. La idea es que haya muchas más, y que todos tomemos conciencia de que debemos protegerlas para seguir disfrutándolas”, dice Amparo.

Sobrevivir en medio de la adversidad

Las tortugas son tan antiguas como el río: hace más de 2200 millones de años nos acompañan y hoy son los vertebrados más amenazados en el mundo, según el Instituto Humboldt, centro de investigación de recursos biológicos. La misma entidad afirma que Colombia ocupa el séptimo lugar de biodiversidad de estos animales, con cinco especies marinas y 29 de tortugas continentales (de agua dulce, semiacuáticas o terrestres), de las cuales diez están en alto riesgo de extinción.

Además, las tortugas son importantes para el ciclo de vida de otras especies. “Ellas ponen muchos huevos porque sustentan la cadena trófica, es decir, son el alimento para las comunidades, las aves, los mamíferos y los lagartos, por lo que en sus primeras fases son altamente vulnerables a la depredación”, explica Jhon.

Otro de los factores es que su hábitat está en riesgo por la erosión y la explotación del río. “La laguna de donde están saliendo, se está secando. Ya casi no se puede ni entrar, se merma el río y, pues, imagino que el hábitat se les va reduciendo por la erosión. Por lo menos en la parte de los municipios de Puerto Caicedo y de Puerto Umbría meten maquinaria pesada para desviar el río y eso puede afectar”, comparte el hijo de Amparo, Andrés. 

Lo que él percibe ha sido documentado en investigaciones académicas, como las de la ingeniera ambiental Drapsol Córdoba Nomelin, que evidencian cómo la socavación del río Putumayo pone en riesgo el puerto de carga y las veredas Peñalosa, La Unión y Hong Kong; y las de la Universidad Nacional de Colombia Sede Amazonía, en las que se afirma que la sedimentación –es decir el arrastre de lodos, rocas o restos de árboles, entre otros elementos– afecta la biodiversidad y la disponibilidad del agua de ríos como el Amazonas.

Tericayas en datos

Las tortugas protegidas por Amparo y Mónica hacen parte de las especies más traficadas en los departamentos de Putumayo, Caquetá y Amazonía, y es la segunda más consumida. Según un diagnóstico para el aprovechamiento de la fauna silvestre en el sur de la Amazonía Colombiana basado en los reportes de Corpoamazonia, autoridad ambiental de la zona, entre junio de 2013 y marzo de 2018 se recibieron 82 412 especímenes de fauna silvestre, de las cuales el 88 por ciento (72 500) son tortugas; de estas, 35 905 eran tericayas. 

Sin embargo, al comparar las cifras seis años después, el informe de gestión de 2023 de la misma autoridad ambiental sólo se reportó el rescate de quince ejemplares (vivos, muertos o partes), mientras que para el primer semestre de 2024, la cifra alcanzó los 35.

El documento sobre el aprovechamiento de tortugas en el municipio de Cartagena del Chairá (Caquetinformó que en la década de 1960 a 1970 se recolectaron 48 millones de huevos de tortuga en el alto Amazonas y Madeira (Brasil) para producir seis mil potes de aceite, y que el colapso de las poblaciones de tortugas continentales comenzó con la colonización de la Amazonía.

Todos necesitamos de cuido

El sueño de las familias es liberar muchas más tortugas y, sobre todo, “hacerles entender a las personas que estos seres también necesitan de cuido, de protección, como nosotros los humanos”, dice Mónica.

Para Amparo, la pérdida de las tortugas es sólo un síntoma de algo más grave que vive el río y, al final, todas las especies que conviven con él. Como pescadora ha observado que los peces están desapareciendo y que el caudal se reduce, lo que impacta económicamente a las familias. “Dependemos mucho del río en cuestión económica, en cuestión de alimento. Nosotros no contamos con agua potable y algunos ni con luz, entonces ese es el medio de nosotros poder consumir, poder alimentarnos, poder sustentarnos”, explica. Eso hace que –en medio de la necesidad– no comerse o controlar los nidos sea más difícil y que los pescadores estén en el rebusque.

Mónica cree que las tortugas incluso pueden ayudar a impulsar el turismo y la economía local. A veces se imagina un lugar donde los visitantes y los vecinos puedan contemplarlas e interactuar, o, mejor aún, que se animen a ayudar a hacer las camas de incubación para salvar muchas más y devolverlas al río.

Andrés no es tan optimista y cree que los habitantes del municipio no tienen suficiente conciencia sobre el riesgo de perder esta especie. “Sólo comen y comen”, dice, lamentando que no haya una educación adecuada para que las tortugas tengan más oportunidades. Miguel y Jhon consideran que debe hacerse un proceso de toma de conciencia con las personas que consumen sus huevos y los comercializan. Tienen esperanza.

«¡Qué bonito fuera una competencia de poderlas cultivar! Que más gente fuera a buscarlas para cuidarlas», sueña Mónica.
"

“Actualmente hay iniciativas dedicadas a explorar el territorio y vender experiencias turísticas, reconocerle al campesino, al indígena el saber que antes se ocultaba por estigmatización. Ahora son el motivo para generar conocimiento, apropiación e identidad y que el saber de quien ha vivido del río, del campo pueda ser valorado”, asegura Jhon.

Corpoamazonia ha documentado experiencias como la de Arcesio Albino, habitante del municipio de Solano, Caquetá, quien cría charapas de manera voluntaria y con sus propios recursos. El diagnóstico realizado por contratistas de la autoridad ambiental reconoce estos roles y, por ejemplo, recomienda lograr acuerdos voluntarios de monitoreo, manejo y conservación, así como buscar alternativas económicas para apoyar y tecnificar la crianza de las tortuguillas. Sin embargo, Amparo y Mónica expresan que este tipo de acompañamiento aún no ha llegado a su territorio, aunque están dispuestas a recibir apoyo.

“Hemos tocado puertas para financiar este proyecto, pero a veces llega gente que quiere mostrar sin hacer el esfuerzo y comprometerse, sólo lucrarse. Lo que hemos conseguido ha sido con nuestro propio esfuerzo”, asegura Mónica, sin perder de vista el sueño de que lleguen esfuerzos y que las más de quince familias pescadoras vecinas y habitantes de Puerto Asís se involucren en el cuidado de las tortugas.

Las tortugas mencionadas en esta historia fueron liberadas en el río en julio de 2024. Al cierre de esta publicación (26 de noviembre de 2024), las familias cuidaban cuatro nuevas camadas de huevos recolectadas, resguardadas en la casa de Mónica. Para inicios de 2025, las pescadoras de esperanza planean liberar a las tortugas que logren eclosionar, entregando así otra generación de tericayas o charapas, como ellas les llaman, en un gesto de gratitud y amor hacia el río Putumayo. 

Nota. Esta historia hace parte de la serie Territorio del Iaku. Tejido de voces cuidadoras del agua en Putumayo, cocreada por narradoras y narradores de pueblos indígenas, campesinos y colectivos de comunicación durante la séptima versión del Programa de Periodismo Colaborativo Intercultural de Agenda Propia. El especial se enfoca en las realidades y los sentires del agua en el piedemonte andino-amazónico colombiano.

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