Representación de Olga López Guaitarilla, el bejuco sagrado del yagé en la Amazonía y su comunidad en un recorrido por el territorio. Ilustración: Francy Silva Zafirekudo y Giovanni Salazar.
Consulta este contenido en los idiomas y lenguas
Aunque hace 23 años el Estado colombiano reconoció legalmente el resguardo Villa Catalina de Puerto Rosario como uno de los territorios del pueblo Inga en el Putumayo, este todavía no lo puede habitar. Mientras la comunidad insiste en su retorno, de la mano de su gobernadora Olga López fortalecen sus prácticas ancestrales con la guía del remedio del yagé. El sueño colectivo es que una vez logren volver a la selva, puedan reforestar y restablecer los corredores biológicos que había antes.
Olga López Guaitarilla es la gobernadora del resguardo Villa Catalina de Puerto Rosario, ubicado en el departamento de Putumayo en Colombia. Como autoridad del pueblo indígena Inga, junto a su comunidad buscan vivir y disfrutar del territorio que han ido perdiendo debido a que petroleras, campesinos, familias desplazadas por el conflicto y grupos armados se lo han apropiado y han talado parte de sus selvas. La lucha colectiva es para que el Estado sanee sus tierras, es decir, para que garantice que los Inga sean sus únicos dueños. Mientras eso sucede, ellos se fortalecen organizativa y espiritualmente con la planta sagrada del yagé.
El resguardo de 68,353 hectáreas se ubica en el municipio de Puerto Guzmán en límites con los municipios de Puerto Caicedo y Puerto Asís. Si bien hace 23 años esta área les fue otorgada legalmente por el extinto Instituto Colombiano de la Reforma Agraria (Incora), no les ha sido posible ubicarse por razones de seguridad y porque hacerlo podría poner en riesgo sus vidas. A finales de 2023, allí tan sólo viven tres familias indígenas, mientras las otras ciento tres (332 personas), cuenta Olga, viven a ocho horas de camino del resguardo, en un asentamiento de 297 hectáreas en la vereda Puerto Rosario, a orillas del río Caquetá, en unas tierras adquiridas mediante escritura colectiva.
Olga explica que las disputas por el territorio no sólo amenazan la pervivencia de las personas sino también la de las plantas medicinales, las lagunas, los ríos, la casa de los espíritus y los sitios sagrados que son, a la vez, ruta y hogar de dantas, tapires, jaguares, micos, venados, cerrillos, gurres, borugas y morrocoyes. "
A sus 54 años, Olga se siente muy orgullosa de ser Inga y reconoce que como indígenas tienen derecho a ejercer el gobierno propio, lo que significa que pueden vivir y organizarse desde su forma ancestral de relacionarse con el cosmos: con lo físico y lo invisible, y con sus leyes de origen. Sin embargo, este derecho, en la práctica, no se garantiza.
Putumayo es uno de los departamentos con mayor concentración de pueblos en riesgo de exterminio físico y cultural, entre ellos, el Inga, debido al conflicto armado que se mantiene en el país y a las disputas por el territorio para la ejecución de megaproyectos (hidrocarburos, carreteras) y cultivos para uso ilícito, de acuerdo con un informe publicado en 2021 por la Oficina del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos.
La deforestación de la selva agrava esta realidad. Según la Red Amazónica de Información Socioambiental Georreferenciada, entre 2001 y 2020 se talaron 5.441,51 hectáreas del resguardo. Para los años 2021 y 2022 se tienen reportes de 354 hectáreas deforestadas, de acuerdo con el Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales (Ideam), información entregada vía derecho de petición a Agenda Propia.
Desde la década de 1980, los iachagkuna, sabedores Inga, han motivado a su pueblo a organizarse. Primero adquiriendo tierras a través de mingas (trabajo comunitario) para sembrar yuca, plátano y maíz. “Con eso teníamos fondos para comprar las parcelas que nos arrendaban y así sembrar lo propio y tener donde vivir”, dice la Gobernadora y explica: “Nos organizamos como cabildo y junto con los abuelos buscamos a las personas para contarles cuáles eran nuestros deberes y derechos”.
Así se conformó el actual asentamiento en Puerto Rosario, que cuenta con escuela, casa cabildo y un acceso por carretera destapada. Estos avances se lograron con el apoyo espiritual y la gestión del sabedor indígena Amable Mojomboy, quien actualmente tiene 75 años.
Olga se sumó al proceso organizativo gracias a que pudo formarse.
– “El bachiller era el máximo estudio que se podía tener en ese momento y como estudié, empecé a enseñar. Y, pues, ser docente es una forma de liderazgo”.
Luego la comunidad le pidió estar en la secretaría del cabildo y en 1997 fue gobernadora por primera vez. Ahí, empezó a acompañar otro sueño. “El abuelo decía que teníamos que tener tierra [reconocida ante el Estado] para dejarla a nuestras nuevas generaciones. Yo le decía hagámosle, busquemos. Y gracias a la ayuda de Dios y a los taitas fue un milagro tener ese territorio”.
El 29 de junio de 2000, el Incora emitió la resolución 020 que reconoce legalmente el resguardo Villa Catalina de Puerto Rosario. Según el documento, en ese entonces eran 237 personas agrupadas. Olga recuerda que unas 15 familias intentaron empezar su vida allí pero no fue posible. Ese mismo año inició la aspersión aérea con glifosato con la que el Gobierno pretendía combatir los cultivos de coca en el sector y la violencia se acrecentó, desplazándolos.
Sólo unos pocos persistieron en el asentamiento y cuando quince años después Amable y Olga lograron retornar, “encontramos que habían entrado colonos a deforestar el resguardo (...) Yo creo que no tienen la culpa, tampoco había linderos”, narra la Gobernadora, quien calcula que actualmente hay unas 500 familias y unas catorce juntas de Acción Comunal que se traslapan con el resguardo.
En 2022 se sembraron 431 hectáreas de coca en Villa Catalina de Puerto Rosario, de acuerdo con un reporte del medio Mongabay Latam, citando como fuente a la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito. Además, la misma comunidad ha mapeado tanto el resguardo como el asentamiento, encontrando que en el primero se superponen bloques petroleros, líneas sísmicas que atraviesan el territorio y áreas deforestadas por la ganadería, mientras que en el segundo, por su cercanía con el río Caquetá, existen amenazas por la minería ilegal y la contaminación del afluente debido a que las comunidades ribereñas botan sus desechos al agua.
Al visitar el resguardo, “a nosotros nos da mucha tristeza cuando llegamos y miramos las talas de los bosques que se hacen. Cortar un árbol es como acabar con una vida”, se lamenta Olga, por eso ha mediado –junto a un equipo de trabajo conformado por un ingeniero forestal, una psicóloga, una trabajadora social, ingenieros ambientales y habitantes de la comunidad– conversaciones con los campesinos para llegar a acuerdos de no deforestación. La habilidad para dialogar, asegura, la adquirió en su década como docente.
Esta destreza también la usa para enseñar sobre el cuidado del agua. “Nosotros les decimos: ‘si ustedes le hubieran dejado un corredor a esa fuente hídrica, tuvieran el agua para el ganado, pero ustedes le tumbaron toda la orilla al río. Los arbolitos le dan vida a la fuente hídrica y le dan vida a los animalitos que están en el río, ¿por qué? Porque los peces se alimentan de las flores y de las pepas que caen de los arbolitos, entonces ustedes tienen dos cosas muy importantes que es tener agua y tener su comida”.
Con la contundencia de su palabra, Olga ha llegado a varios escenarios nacionales con el objetivo de sanear el territorio. Por ejemplo, ha logrado acordar con la Agencia Nacional de Tierras (ANT) el desarrollo de una caracterización de todas las juntas de acción comunal y la identificación de tierras que tienen escrituras para saber con exactitud qué población vive dentro del resguardo. Esta labor la harían en equipo un representante de las juntas de acción comunal y uno del pueblo Inga.
En el saneamiento del territorio, a la Gobernadora también le interesa que las familias campesinas sean reubicadas, se les reconozca su trabajo y que el Estado les garantice otros terrenos donde tengan acceso a una vida digna en la que puedan trabajar y salir adelante. "
En noviembre de 2023 Olga fue a algunas zonas del resguardo para socializar estos acuerdos con los habitantes. En las visitas, la Gobernadora aprovechó e hizo seguimiento a otros compromisos, como a la no deforestación y a que los mismos campesinos se enteren de que esta tierra no es baldía. “Confiamos en la buena fe de las personas que están adentro, con quienes está el compromiso de que mientras ellos vivan allí nos ayuden a cuidar y a que no entre más gente a repartirse nuestras tierras”, dice.
Su sueño es que una vez los indígenas retornen al territorio, puedan reforestar y restablecer los corredores biológicos que había antes: “por ejemplo, los salados [lugares a donde los animales llegan a comer sales minerales], los sitios sagrados, también mirar cómo se guardan la distancias para que los animalitos vuelvan, y arborizar las quebraditas donde estaban las fuente hídricas, a ver si con el tiempo ellas vuelven a coger agua”.
La ANT reconoce el conflicto territorial entre el pueblo Inga de Villa Catalina de Puerto Rosario y los campesinos. En su informe de rendición de cuentas vigencia 2022-2023 dio a conocer que promovió un “espacio virtual” para “contextualizar a la institucionalidad sobre el tema” y también hizo seguimiento a la cartografía social del resguardo. Por su parte, la Unidad de Restitución de Tierras (URT) ha impulsado mesas de diálogos, como informó en una nota de prensa de diciembre de 2022.
Olga también mantiene conversaciones con los ministerios del Interior y de Ambiente y Desarrollo Sostenible. Este último priorizó el resguardo en el programa de núcleos forestales en septiembre de 2023. Esta estrategia busca frenar la tala con la restauración del bosque, el pago por servicios ambientales, la asistencia técnica, la educación ambiental y la reconversión productiva. Sin embargo, todavía no es claro cómo esta iniciativa se va a desarrollar en un territorio que no está saneado. “Aquí las entidades tienen que articularse y solucionarnos”, asegura la Gobernadora.
Mientras la comunidad realiza todos estos esfuerzos por los canales institucionales, también cuenta con el apoyo espiritual de la Unidad de Médicos Indígenas Yageceros de la Amazonía Colombiana (Umiyac). “Nosotros como conocedores de la parte espiritual miramos que es una desarmonía que entra al territorio por abandono del mismo Estado y que quiere expropiar con la explotación, y pues para nosotros el territorio es nuestra casa. Ese es el conflicto. Nos quieren desaparecer a las culturas. Por eso estamos con ese proceso de la parte espiritual para defender pidiendo a la naturaleza y todos los espíritus su guía”, explica Ernesto Evanjuanoy, presidente de la Umiyac, organización que agrupa cinco pueblos indígenas amazónicos (Cofán, Siona, Coreguaje, Inga y Kamëntsá).
Las desarmonías, como el pueblo Inga llama a los conflictos, se deben al incumplimiento de la ley de origen que dice “que el ser humano no es quien ordena la naturaleza, no es quien la organiza y la administra sino que nosotros somos huasicamas (sus cuidadores)”, dice Magaly Chindoy, indígena Kamëntsá y coordinadora del Proyecto Madre Tierra, iniciativa de la Organización Zonal Indígena del Putumayo para fortalecer la lucha y defensa territorial.
– “El territorio, la naturaleza, se organizó a sí misma. Ya tiene un orden establecido. Entonces, los seres humanos no están llamados a cambiarlo. El territorio es un cuerpo viviente, es un ser vivo que cosmogónicamente ya fue ordenado por el Dios, que la comunidad Villa Catalina reconoce como nuestro Padre Creador (Nukanchipa Taita), entonces él nos dejó la tarea de mantener la armonía entre todos los seres que integran el territorio”.
Así narra Magaly el relato de origen del mundo según el pueblo Inga, y ella, junto a Ernesto, hacen parte de las organizaciones que buscan aportar al sueño que, guiados por el yagé, persiguen Olga y su comunidad.
El yagé (ambiwaska en lengua Inga) es un remedio natural que preparan los taitas y mamas iachas (médicos y médicas tradicionales) con diversos tipos de bejucos de la planta sagrada del yagé (nombre científico banisteriopsis caapi) junto con otras hierbas. La bebida se toma en ceremonias acompañadas de cantos en donde se purgan los cuerpos de las personas, preparándolos para la comunicación con el mundo invisible, la consciencia y el corazón. Esta medicina también es conocida como ayahuasca en varios pueblos indígenas amazónicos. Olga y su comunidad la toman para escuchar a la Alpa Mama (Madre Tierra), recordar la ley de origen y fortalecer y orientar sus procesos organizativos.
“Antes de ir [al territorio], hacemos una toma de remedio para mirar si nos conviene ir o no. Y así como uno mira en el sueño del remedio, pasa. (...) En el yagé yo miraba que salían varios guardias bien formaditos y con su bastones a recibirnos al borde del río y salían unas abuelas riéndose. Yo le contaba al abuelo y él me decía: ‘a mí también el Espíritu me dijo que podíamos entrar, no hay ninguna novedad, no nos va a pasar nada. Vamos a ir en el nombre de Dios’”.
Y sí, dice Olga, así mismo pasó el 7 de agosto de 2021 cuando estuvieron en un recorrido en la colindancia con el resguardo indígena Nasa Juan Tama, en los límites del municipio de Puerto Guzmán.
Para hacer un recorrido, la comunidad traza un objetivo (por ejemplo, revisar linderos). De ahí, evalúa si hay recurso económico para movilizarse en carro y en lancha e identifica qué personas pueden acompañar. “Van profesionales de temas forestales, personas con buena condición de salud, el que maneja el GPS y la directiva como máxima autoridad, porque somos una organización autónoma y con gobierno propio”, cuenta Olga.
Los recorridos los hacen por vía terrestre y acuática. Según explica la Gobernadora, hay dos opciones, una es por el municipio de Puerto Guzmán, por una vía que va hacia el caserío José María. De ahí, se llega a un lugar al que le dicen La Carpa que conecta con una vereda llamada La Torre y ahí ya están en el resguardo. La segunda entrada es por la vía nacional, es decir que deben pasar por el municipio de Villagarzón e ingresar a la vereda El Picudo en Puerto Caicedo para luego navegar el río Mecaya hasta la bocana del río Águila. Su viaje más reciente fue por la vereda La Torre en noviembre de 2023.
Magaly cuenta que las tomas de remedio también guiaron la creación del Plan de Ordenamiento Ambiental Indígena del asentamiento y del resguardo Villa Catalina de Puerto Rosario, en donde plasmaron su cosmovisión sobre el territorio, saberes, usos y costumbres. En ese proceso participaron todas las familias, incluídos abuelos, abuelas, autoridades espirituales y niñas, niños, adolescentes y jóvenes.
El documento, que se trabajó en 2022, fue aprobado ese mismo año a través de la expedición del mandato de ley de origen. “Este es la esencia jurídica que eleva al ordenamiento territorial indígena como norma de superior jerarquía, siendo determinante para la planificación ambiental y para la ejecución de proyectos o cualquier intervención”, explica Magaly y agrega que todo ese conocimiento tradicional es fundamental para la defensa y la conservación del territorio del pueblo Inga. El Plan todavía está pendiente de entrega oficial a la comunidad.
La Coordinadora también detalla que se hicieron conversatorios espirituales y encuentros intergeneracionales; se creó un calendario ecológico; se realizaron talleres de referenciación con GPS y de fototrampeo (uso de pequeñas cámaras fotográficas que se activan automáticamente cuando un animal pasa por su campo de detección); se diseñaron placas para la demarcación del algunas áreas del resguardo; se generaron protocolos de seguridad, y se elaboraron cartografías o mapas de flora, fauna, salados y de las zonas donde viven los espíritus.
Por la imposibilidad de habitar el territorio, el resguardo Villa Catalina de Puerto Rosario no sólo pierde sus bosques sino también el conocimiento. Por eso es importante documentar los saberes para dejar memoria a las nuevas generaciones.
“Nosotros vemos con tristeza que, por ejemplo, al hacer la cartografía, los niños decían: ‘yo no conozco, no he ido’, e incluso personas adultas, y ¿por qué? Pues porque es peligroso, porque hay minas, porque no se puede entrar”, cuenta Magaly. A ella también le preocupa que sus prácticas culturales se pierdan porque “de alguna manera la comunidad vive en un asentamiento con otros grupos poblacionales, en espacios muy reducidos, donde la mayoría no tiene en dónde hacer sus chagras. En el encuentro con otras culturas es donde lo propio se va debilitando”.
Ernesto se suma al llamado de Magaly:
– “Las desarmonías debilitan a la comunidad porque la desconectan de su ‘Madre’ y para recuperar esa fuerza de conexión se hace a través del remedio”. El resguardo todavía tiene gran cantidad de bosque virgen, “en donde hay riqueza de flora, fauna y todos los espíritus”.
Ernesto afirma que este es el territorio más grande del pueblo Inga en el Putumayo, por lo que es una garantía para la pervivencia de sus gentes. Según el Censo de Población realizado por el Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE) en 2018, los Inga eran 19.561 personas en todo el país.
A pesar de que ya han fallecido varios de sus mayores, Olga dice que en su comunidad todavía hay personas que mantienen prácticas tradicionales como la cestería, la partería y el tejido de fajas o chumbes para cuidar el vientre. Además, hay sobanderos y sabios, se mantienen las mingas para sembrar las chagras y se celebra la fiesta grande Atun Puncha o año nuevo Inga justo un día antes del miércoles de ceniza de los católicos. Todo ese saber, asegura, les permite la autonomía.
En ese mantenimiento de las prácticas ancestrales, Ernesto ve la oportunidad para que Villa Catalina sea un ejemplo para otros territorios. “Van a haber muchos retos para la futura generación pero el remedio nos guiará para saber cómo hacerlo”, dice el mayor, y también reconoce en Olga un elemento clave para que la comunidad logre caminar junta y con un solo pensamiento.
La Gobernadora tiene claro que mientras el Estado responde a las demandas por sanear su territorio, ella seguirá luchando para que cuando llegue el día de habitar su selva, los Inga estén fortalecidos en sus costumbres y saberes.
Comentar