Ilustración: Francy Silva Zafirekudo y Giovanni Salazar.

Colombia

Entre palmas, malokas y selva: la mujer Tikuna que reforesta la vida de un pueblo

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Dec 13, 2023 Compartir

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La lideresa del pueblo Tikuna Yaneth Ahue Cerron junto a su comunidad Puerto Esperanza en el Amazonas colombiano luchan por preservar su maloka y el equilibrio de la vida. La construcción natural de su “casa sagrada” está en riesgo por la desaparición de la palma de caraná. La ‘mujer nido’, como la define su clan familiar, propone la reforestación y le deja al mundo el mensaje de tejer una “canasta” de soluciones para el cuidado de la Madre Selva ante la crisis climática.

“Nosotros como pueblos indígenas, como originarios de los pueblos Magüta o Tikuna, Kokamas y Yaguas del territorio, el llamado es a la conservación y protección del medio ambiente a través de las reforestaciones y el cuidado que debemos tener con el bosque y con la naturaleza”

Este es el mensaje de Yaneth Ahue Cerron, mujer indígena Tikuna, curaca y autoridad tradicional de Puerto Esperanza. La comunidad, en donde viven 596 personas, se ubica a orillas del río Amazonas, a cinco minutos en lancha del municipio de Puerto Nariño, en el trapecio amazónico colombiano, frontera con Perú. 

Como a ella, a los abuelos, a los líderes y a las mujeres de Puerto Esperanza les preocupa que plantas medicinales, distintas especies de árboles y palmas –como la de caraná o kotü en lengua tikuna– estén desapareciendo, poniendo en riesgo su cultura, particularmente la construcción natural de su casa sagrada: la maloka.

En el resguardo indígena Tikuna, Cocama y Yagua, al que pertenecen 21 comunidades, entre ellas la de Yaneth, hay desasosiego por la inminente extinción de la palma de caraná. Su pérdida ha generado desarmonías en el territorio, es decir, ha afectado la cotidianidad y el ser Tikuna debido a los cambios en el ciclo del calendario ecológico para el uso, manejo y significado de la planta, estrechamente ligado a las costumbres de las familias en las construcciones de la maloka y sus viviendas tradicionales.

Personas mayores del resguardo cuentan que en décadas pasadas había abundancia de esta palma, pero que ha disminuido debido al poblamiento del territorio, al turismo y a la extracción selectiva de sus hojas para el comercio, en especial en la región donde se cruzan los ríos Loretoyacu y Amacayacu, y las microcuencas de las quebradas Cabinas, Norberto y Elías, afluentes del río Amazonas que baña la triple frontera entre Colombia, Perú y Brasil. En general, los recursos de fauna y flora con valor comercial han sido sobreexplotados, dice el Plan de Vida de 2022 de la Asociación de Autoridades Tikunas, Cocamas y Yaguas (Aticoya).

Waiyeûna: la mujer nido

Yaneth llamada Waiyeûna en su pueblo, pertenece al clan Paucara (ave mochilera). Su nombre ancestral significa “estar dentro de un corral, nido o estar en encerramiento en el proceso de crecimiento, porque mi nazon (clan) es paucara y la paucara crece dentro de un nido”, explica la lideresa, orgullosa de su origen. 

Para los Tikuna, los nombres tradicionales son asignados de acuerdo al clan de la familia paterna. Cada linaje conlleva valores y características con las que se nace e identifica a las personas. En la comunidad de Yaneth todavía se conserva esta organización social y legado, con un vínculo especial con “la casa madre” que simbólicamente es la maloka, “el vientre donde fluye la unidad y la armonía del pueblo”, afirma. 

Ella –de 44 años, de contextura gruesa, piel rojiza, ojos y pelo negros, segura y decidida– es una de las cuatro mujeres autoridades de las 22 comunidades, y es la primera mujer en ser reconocida y elegida consecutivamente como autoridad tradicional: en 2023 ya completa seis años como curaca en su territorio. 

Su preocupación por la pérdida de la hoja de caraná empezó en el segundo año de su gobierno, cuando construyeron la maloka en Puerto Esperanza. Al momento de ir a buscar la palma, no la encontraron. Yaneth cuenta, sorprendida, que tuvieron que comprarla en territorios hermanos: “¡Nos tocó traerla de Perú! Esto no debe continuar así, hay que tocar puertas para la recuperación de esta palma porque no podemos estar comprando por otro lado. Por ahora, el tema urgente es la reforestación de la palma. Empezar a recuperar todo para llegar a convertirnos en un solo espacio y proteger la naturaleza”. 

Como ‘mujer nido’, Yaneth trabaja a diario por conservar su hogar y el de su comunidad: la selva ofrece resguardo, alimento y espíritu. Una de sus luchas principales es conseguir, en colectivo, que la palma de caraná retorne a su territorio, y también resiste ante realidades como el consumo de sustancias psicoactivas y el alcoholismo –que afecta principalmente a las personas jóvenes–; emprende caminos por el mejoramiento de las viviendas, y trabaja por la reivindicación del rol de la mujer indígena líder, autoridad y defensora de la vida, el territorio y la cultura. 

La maloka: la vida del pueblo que nace del río

La casa madre se ubica en el centro de Puerto Esperanza. A su alrededor viven 178 familias en 105 viviendas. A menos de diez minutos caminando se encuentran la escuela, algunas tiendas pequeñas y un parque infantil; todo lo demás es selva y río. La comunidad está rodeada de árboles frutales de asaí, zapote, coco, naranja, aguaje, mango, guayaba, entre otros. 

En la maloka, cuenta Yaneth, los Tikuna realizan actividades tradicionales como el ritual de la pelazón (worekuchiga), la ceremonia más importante en donde la comunidad se junta con motivo de la primera menstruación de las niñas. En este espacio también se danza y hacen las asambleas comunitarias. Todas estas dinámicas se ven reflejadas en el pensamiento, en la espiritualidad y en el sentir-vivenciar del liderazgo de la autoridad: “Estos sentires son guiados y orientados a través de los conocimientos ancestrales y de los círculos de palabra de sabedores, sabedoras, abuelos, abuelas y médicos tradicionales”, dice Yaneth. 

Desde la maloka se observa el río Amazonas. Por este afluente, el más caudaloso del mundo, el pueblo se comunica, sustenta la vida y se transporta a remo en canoa o impulsado a motor en botes que llegan día a día a su puerto. 

En sus orillas, cada mañana las mujeres lavan la ropa y la losa, y en la tarde, gran parte de la comunidad suele ir a bañarse, entre risas de niñas, niños y jóvenes, sin olvidar el respeto y cuidado que merecen estas aguas. Para los Tikuna, el agua tiene espíritu y por eso es frecuente que los adultos estén muy atentos a los cambios de la corriente, el tiempo o algún movimiento extraño que indique que es hora de terminar el baño.

Cuando es temporada de aguas altas, es decir, de mucha lluvia (entre noviembre y abril) hay subienda de peces o el llamado “mijano”. En verano (entre mayo y octubre) los atardeceres son más rojizos y a esta época se le conoce como de sequía o de aguas bajas. El verano más reciente ha sido uno de los más calurosos, aseguran sus habitantes. “En este tiempo, la distancia entre las viviendas y el río incrementa unos 50 metros, lo que implica mayores esfuerzos para recoger agua, bañarse, realizar labores de limpieza, pescar y trabajar en la chagra”, explica Yaneth. 

En octubre de 2023 el Amazonas tuvo uno de los caudales más bajos de su historia, acompañado de altas temperaturas; situación especialmente alarmante en zonas de Brasil como lo reportaron las comunidades a través de medios de comunicación.

“Si cuando el agua se torna tibia lo sentimos nosotros (los humanos), no imagino cómo lo sienten los seres del agua”, reflexiona el sabedor y médico tradicional Tikuna Ismael Laulate. El aumento de la temperatura resulta alarmante para el calendario ecológico del pueblo, así como para su conexión con el agua como fuente de vida, sanación y purificación ancestral.

“Las épocas de cosecha, abundancia y vedas están cambiando. Tenemos escasez de algunos frutales, algunos cultivos se secaron por falta de lluvia y la tierra dura, no se están dando las cosechas que esperamos. Además, es frecuente que, por ejemplo, la cosecha de uva caimarona se dé un mes después”

Alerta Yaneth. La tierra dura a la que se refiere es que está más seca y menos abonada para cosechar, lo que les dificulta a las mujeres la labor de la siembra en las chagras.

Los Tikuna están inquietos y se preguntan sobre lo que está a su alcance para enfrentar las alteraciones en su calendario ecológico, la vida en el río y la ausencia de palmas tan sagradas como la de caraná. “Sin los dueños espirituales de los espacios, no entendemos el territorio. Existe un desorden y un desequilibrio. Por eso, al no hacer nuestras prácticas ancestrales, rituales, ceremonias, danzas y fiestas a las cosechas, le estamos faltando el respeto a los ciclos”, dice Alex Rufino, joven líder de este pueblo indígena.

Todas estas preocupaciones se sostienen desde la maloka. Allí, con la palabra sabia de los abuelos y de las mujeres, se tiene la misión de contribuir al equilibrio, como lo hace Yaneth.

Kotü: la palma que desaparece 

El único uso que el pueblo Tikuna le da a la palma de caraná o kotü es para techar sus malokas y las casas tradicionales. Yaneth cuenta que en su cultura, “el techo hace que la comunidad y sus habitantes se sientan cobijados con el calor de la unidad, la hermandad y la participación de la construcción de la sabiduría ancestral que emerge de hace mucho tiempo”. 

El nombre científico de la palma es Lepidocaryum Tenue Mart y se encuentra en la Amazonía colombiana, peruana y brasilera, en donde la selva es espesa y la tierra firme, de acuerdo con estudios del Instituto Amazónico de Investigaciones Científicas (Sinchi).

Las personas nativas del resguardo dicen que la caraná crece en grupo, puede medir unos seis metros de altura, tiene un solo tallo y más o menos unas veinte hojas. Como describe el Sinchi, “la hoja es de forma palmeada y tiene la forma de un abanico, sostenida por un peciolo [apéndice de la hoja por donde se une al tallo] largo”.

'La palma de caraná tiene una fuerza espiritual, como lo llamamos nosotros, toda planta tiene dueño', dice el sabedor Tikuna Ismael Laulate. Como ser espiritual, la planta da enseñanzas e indica el ciclo de vida de la naturaleza. "

A la crisis climática se le suma el mal manejo que se le da a la extracción y explotación de la palma, situación que se presenta en todas las comunidades indígenas de Puerto Nariño. Personas externas y algunas nativas están vendiendo, a gran escala, la hoja para la decoración de establecimientos turísticos (como hoteles, restaurantes, miradores y tiendas).

Ante esto, Ismael señala que “no hay cuidado ni ninguna responsabilidad al momento de sacar las hojas. Sacan las hojas cuando no están aún en época de cosechas o en la luna llena, como creemos en nuestra cultura, esto hace que las palmas se mueran, desaparezcan y no vuelvan más a crecer. La naturaleza es sabia, castiga llevando a las plantas a las profundidades de la selva donde nadie las pueda encontrar y no las vuelvan a maltratar”.

Cuando Ismael habla del uso irresponsable de la planta alude tanto a quienes la han explotado con fines comerciales como a quienes han abusado de ella en las comunidades. Por esto, dice Yaneth, la comunidad necesita encontrarse y conectarse nuevamente con los significados de esta palma: sombra, protección y vida. 

Sueños que reforestan el nido 

Frente a este panorama, la lideresa ha iniciado un proyecto para cuidar el territorio a partir de la reforestación comunitaria. Con este proceso, ella espera que, a largo plazo, esta palma crezca cerca de la comunidad para no tener que volver a desplazarse para comprarla en territorio fronterizo. Su gran sueño es sembrar junto a niñas y niños como futuros guardianes de la naturaleza y los cuidadores de la Madre Selva y de la Madre Tierra ahora.

Para conseguir su propósito, Yaneth está tocando puertas para que algunas organizaciones no gubernamentales e instituciones ambientalistas apoyen esta iniciativa con recursos para la compra y siembra de semillas, así como para educar a niñas y niños sobre el cuidado e importancia de la palma para la cultura de los Tikuna. “Me gusta porque la reforestación va más allá de cultivar la planta. Hacer un proyecto implica trabajar por nuestra identidad, usos y costumbres, desde la cosmovisión y desde la espiritualidad que tenemos con esas plantas”, manifiesta. 

En espera a que sus proyectos se concreten, Yaneth ha realizado algunas acciones de reforestación de árboles maderables y frutales en las chagras familiares de la comunidad, con la ilusión que estos puedan ser lugares en donde albergar la palma de caraná una vez vuelva al territorio. Sabe que es un reto, porque puede que la semilla no germine, pero, mientras tanto, ella siembra. 

A la par, en Puerto Esperanza tienen otras formas de cuidado de la selva. Una de ellas es la espiritual, con cantos y rezos que armonizan la siembra y cada cosecha. Estas prácticas permiten que haya abundancia en las familias, la comunidad y el territorio, respetando el calendario ecológico con los tiempos donde se organizan los trabajos, las siembras, las cosechas, la caza, la pesca y la reproducción.

“Finalmente el calendario es una forma de organización, de ver el trabajo y de pensar todo. El mundo Tikuna va ordenado por ciclos o momentos especiales, no todo el tiempo es momento de lluvia, de crecientes; son ciclos, etapas que hay que cumplir y que hay que esperar para poder cosechar de manera correcta”.

Explica Alex Rufino, joven líder Tikuna. El sueño de pervivencia que también acompaña Yaneth se entrelaza entre lo espiritual y lo material, entre armonizar, reforestar y entender los tiempos y los ciclos. Todas las personas, sea que vivan en el territorio o no, son llamadas a emprender acciones para mitigar el impacto que se está viviendo en la Amazonía y las afectaciones a quienes la habitan. 

Por ello, Yaneth le propone al mundo que se teja una “canasta” de soluciones: “Una canasta abarca varias cosas, como proyectos en tema de agricultura, proyectos de reforestación, conservación del medio ambiente, para conservar también nuestros usos y costumbres. Nosotros decimos ‘tejiendo canasta’ porque encierra varios procesos, varias palabras, ella carga todo, puede con todo, por eso nos basamos en la canasta tejedora”.

Como autoridad tradicional, ella se suma a este tejido siendo ejemplo para otras comunidades, visibilizando la importancia de las semillas nativas, reforestando con su comunidad y luchando por la pervivencia de los pueblos indígenas. De esta manera le hace frente a la desarmonía de la crisis climática. Ese es el tejido de su nido. 

Nota. Esta historia fue cocreada por el equipo intercultural de Agenda Propia gracias a las Becas para cobertura periodística de la Amazonía colombiana de la Fundación Gabo en alianza con Oxfam Colombia.

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