Río Coca, una contaminación que afecta la vida y el sentir de la mujer kichwa amazónica
Líderesas Kichwa amazónicas de la provincia de Orellana, narran con dolor la contaminación de petróleo en río Coca, que ocurrió en abril de 2020.
Imagen ilustrada basada en fotografías del contexto real de las comunidades.
Giovanni Salazar.Consulta este contenido en los idiomas y lenguas
El pueblo Cubeo en Bogotá (Capital de Colombia) danza para sentirse en su territorio. Desde allí, traen a la memoria a sus abuelos, para echar raíces en su identidad indígena, ser la voz de su pueblo y construir paz con amor y cultura. ¡Únete a los danzantes del carrizo en un viaje a la selva, que nos enseña el poder de la resiliencia y la unión comunitaria desde la ciudad!
Tipo de contenido: Sonoro
Año de realización: 2021
Título de la serie: Voces de la Amazonía ¡Escucha, la memoria habla!
Realizado(ra): Daniela Alejandra Arias Baquero.
Lugar: Bogotá.
Duración: 00:14:43
El carrizo, un instrumento de viento, es la ‘voz’ de los pueblos amazónicos como los Cubeo en Bogotá, capital de Colombia. Después de sufrir el desplazamiento forzado por el conflicto armado hoy fortalecen su cultura en la gran urbe y a miles de kilómetros de distancia de su territorio de origen, las selvas del Vaupés, esperan acceder a oportunidades de educación y trabajo.
La mañana que Édgar Gutiérrez escapó de las amenazas solo llevaba un poco de pescado y casabe, una tortilla hecha de almidón de yuca que preparan en su territorio.
Recuerda que en el 2009 partió a Bogotá, capital de Colombia, para proteger su vida. Él salió de su comunidad, Urania, ubicada a cinco minutos de Mitú, en el Vaupés, una región de la parte alta de la Amazonía de Colombia, en la frontera con Brasil.
Han pasado 12 años desde que llegó a una de las ciudades más pobladas del país, de 7.412.566 habitantes para 2018, según el Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE).
“Me sentí solo en la ciudad, mi situación era crítica… trabajé en domicilios y después en construcción, donde conocí a otros cabildos indígenas”, dice con tono pausado, pero firme.
En el 2015, junto con otras familias del mismo pueblo Cubeo que llegaron desplazadas, formaron el cabildo indígena “en contexto de ciudad”, como se expresa el líder, para promover su cultura en los espacios de participación y ser reconocidos por las instituciones.
“Estar en la ciudad me motivó a levantar mi organización y fortalecer mis conocimientos”, relata. Fue allí, en medio de un mundo ajeno al propio, donde un día soñó con volver a la selva y empezó a danzar carrizo.
Entre las calles y el bullicio de la gente, Édgar, un hombre de piel trigueña y ojos de un negro profundo, vive en comunidad.
Los Cubeo o Pamiwa, “Hijos de la anaconda ancestral”, también se reconocen como Kubeo, Cobewa, Hipnwa y Kaniwa, originarios del Vaupés, son 16 clanes que comparten su sentir y actuar con otros pueblos a través de la danza. El baile también es el medio por el que transfieren sus conocimientos a los más jóvenes.
“Crecí en Mituseño Urania, la casa mitológica de nuestro gran creador, Kuwai”, dice Édgar con orgullo. “Allí está su sillón, puesto en dos rocas que son la cuna de nuestra cultura, el lugar más sagrado donde está nuestro conocimiento”, agrega.
Édgar expresa que “danza para sentirse en el territorio”, en sus manos sostiene el carrizo, un instrumento de viento que entona hermosas melodías de sus fiestas tradicionales.
Aún cuando quieren fortalecer su cultura, ellos no cuentan con un espacio propio para hacer sus danzas y ceremonias ni con el reconocimiento de la alcaldía, por lo que tienen que aventurarse al alquiler de sitios en la ciudad para hacerlo.
- ¿Puedo armonizar el espacio?, le pregunta Édgar a la mesera.
En un restaurante del pueblo indígena Muisca, en el centro de Bogotá, él y su comunidad se disponen a prender el fuego. En el fondo hay una cocina comunitaria. La construcción hecha de guadua, un tallo que se vuelve amarillento cuando es añejo, tiene el piso de tierra, como en su territorio.
Empiezan a compartir la chicha, una bebida hecha a base de maíz fermentado.
Los hombres sacan sus coronas de plumas de guacamayo, el takaje o taparrabo y el jevebua o sonajeros de los pies. Las mujeres usan sus trajes de fibras de cumaré con franjas de un naranja intenso. Entre todos, con sus niños en brazos y en medio de un ambiente de alegría, empiezan hacerse figuras en el rostro y en el cuerpo con el carayuru, una tintura vegetal roja.
A las afueras del salón improvisado, la gente que pasa por la calle se asoma al escuchar tras la puerta el ritmo de sus pasos, es el eco de sus ancestros para evitar a toda costa la pérdida de su cultura.
Así como en las cachiveras, aguas agitadas que van a contracorriente, también los Cubeo tocan y bailan el carrizo en un acto de resistencia en la ciudad.
“La danza es como la punta de lanza que nos saca adelante en contexto de ciudad”, afirma Édgar con una expresión de fuerza en su rostro. Además de ser memoria, es el principal ingreso económico.
Según cifras de la Unidad de Víctimas, entre 2002 y 2017 llegaron a Bogotá 12.200 indígenas desplazados, de los cuales 131 son originarios del departamento de Vaupés.
Édgar vive con otros miembros de su comunidad en el barrio El Pesebre, en la localidad Rafael Uribe Uribe, cuyas casas pintadas de blanco en el cerro son el lugar donde el pueblo Cubeo renace todos los días.
Pese a su esfuerzo, él manifiesta que “ha sido difícil vivir en Bogotá pues no hacen parte de los 14 cabildos indígenas legalmente reconocidos”, según comenta, por parte de la Alcaldía de Bogotá, lo que limita su acceso a oportunidades de educación y trabajo, así como a otros beneficios que brindan las instituciones.
Embora pertençam à Mesa de Víctimas (espaço de interlocução entre a população afetada pelo conflito armado e o Estado), muitos estão sem apoios como o vale-alimentação, e Edgar garante que “cerca de 25 pessoas da comunidade não têm sistema de saúde durante a pandemia”.
Agenda Propia solicitó en reiteradas ocasiones una entrevista con un vocero de la Subdirección de Asuntos Étnicos de Bogotá, pero no obtuvo respuesta.
Más allá del abandono estatal, los Cubeo siguen resistiéndose a estar en las penumbras del olvido. Por eso, se expresan ante las instituciones e insisten en mantenerse unidos para ser más fuertes ante la adversidad.
“Con la danza hemos acogido a la mayoría de los hermanos Cubeos de diferentes clanes de la ciudad. Cuando bailamos vivimos esa armonía entre hermanos, reconocemos que sí podemos convivir en un ambiente familiar entre nosotros y la ciudad, por eso lo compartimos”, manifiesta.
En medio de las dificultades, Édgar y la comunidad Cubeo continúan abrazando lo que son, hijos del tabaco y del yagé, del carrizo, del Mabaco, del Yuruparí. Es allí, entre las historias de su territorio, donde se encuentran en una celebración en la que niños y jóvenes son convocados a danzar para recordar la sabiduría de sus abuelos.
Nota.La serie sonora documental Voces de la Amazonía ¡Escucha, la memoria habla!, fue producida en un proceso de co-creación con periodistas y comunicadores indígenas y no indígenas de la Red Tejiendo Historias (Rede Tecendo Histórias), bajo la coordinación editorial del medio independiente Agenda Propia.
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Espiritualidad para combatir la sequía que afecta a familias indígenas productoras.
La cosecha de la miel de la abeja melipona, especie sin aguijón, es una actividad ancestral de los pueblos indígenas Totonakus y Nahuas en la Sierra Norte de Puebla, en México. La producción beneficia económicamente a las familias y les permite proteger el territorio, pero hay serias amenazas sobre la actividad.
Un sabedor tradicional, una partera y un cuidador protegen el uso de las plantas, uno de los legados del pueblo indígena Misak. En la casa Sierra Morena siembran más de 200 especies de flora que utilizan para sanar las enfermedades físicas y espirituales de sus comunidades en el municipio colombiano de Silvia, en el departamento del Cauca.
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