
Parir en la sierra de Perijá es un acto de resistencia
Contexto del sistema de salud estatal frente a la atención obstétrica a mujeres indígenas Yukpa que habitan en la sierra de Perijá.
Coromoto Mume, partera y enfermera indígena yukpa, posa fuera de un bohío con un recién nacido recibido por ella. Viste un traje que usa para atender los partos, confeccionado por sí misma con fique, piedras y fibras de la Sierra. Foto: Lizaura Noriega.
Consulta este contenido en los idiomas y lenguas
Coromoto Mume es indígena Yukpa, tiene 52 años: 40 dedicados a la enfermería comunitaria y 34 a la partería ancestral. Ha recibido a 236 bebés en la sierra de Perijá. Y es la única mujer en su comunidad que combina la partería tradicional con conocimientos en enfermería y paramedicina. Así, garantiza los derechos reproductivos de sus paisanas.
Por: Ana Karolina Mendoza.
Una vocación nacida del dolor
Era apenas una niña de 12 años, cuando dejó de jugar y correr por la Sierra. Su familia y su comunidad sufrían una tragedia que impactó su niñez: decenas murieron a causa de la hepatitis B. Era la década de los 80 y el acceso a la sierra de Perijá era aún más complicado. Sin embargo, en medio de la desgracia, una imagen la marcó: la de la médico epidemióloga María Alcalá de Monzón, quien llegó hasta las comunidades más remotas para vacunar no sólo a los Yukpa, sino también a los barí y japreria, otros pueblos indígenas de la región.
—Yo te necesito. Estás joven. Ayúdame a transmitir la información en el idioma de tu gente —le dijo Alcalá de Monzón.
Coromoto no dudó en aceptar la invitación de la médico sin tener la mínima idea de que esta sería la primera decisión importante de su vida, aun siendo, prácticamente, una niña. Entonces, aprendió a sacar muestras de sangre, aplicar tratamientos básicos y a salvar vidas.
Cada emergencia o caso despertaba en Coromoto una curiosidad más profunda por aprender cómo curar y acompañar a los enfermos.
Leticia Mirashi, su cuñada, una noche le pidió que la acompañara a atender un parto, pues ella era la partera de la comunidad. Coromoto, con 18 años, sintió un nuevo llamado. Y la acompañaba de bohío en bohío sin importar las distancias, la oscuridad, las culebras o el clima de la Sierra. Lo importante para ella era observar y aprender cómo se atendía a las embarazadas desde la sabiduría de sus ancestras y en armonía con la Madre Tierra.
—Vas a parir a tal hora— predecía Leticia. —El bebé está así.
Coromoto la observaba atenta y fijaba en su memoria el lenguaje de sus manos sobre los vientres abultados.
—Muchacha, ¿quieres aprender? —le preguntó la cuñada.
—Sí—respondió Coromoto sin dudar.
—Las mujeres van a sangrar, algunas se desmayarán. Para eso, hay que estar preparada y llevar plantas.
Entonces, comenzó a absorber cada elemento de la tradición y desarrolló su propio método: usa Vi ishi, líquido aceitoso, verde traslúcido, extraído de la planta marewa, que relaja a las parturientas y calma los dolores bien sea colocado en forma de ungüento o como bebida que toman en totuma.
Una aprendiz inquieta
Comenzaba 1992, cuando Coromoto logró estudiar Enfermería simplificada en el Hospital Universitario de Maracaibo, capital del estado Zulia, Venezuela. El programa estaba dirigido a las personas en comunidades rurales que practicaban la atención en salud en su entorno. Por eso, tiene el aval del Ministerio de Salud para aplicar tratamientos. Atiende a las embarazadas desde la gestación hasta el puerperio, las visita en sus bohíos y examina a los recién nacidos.
Ella sabe que la educación es la herramienta más importante para ser, hacer y convivir. Sus cinco hijos son profesionales y, también, sirven a la comunidad mediante la atención en salud y la Educación Intercultural Bilingüe.
El Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA) llevó, el año pasado, la capacitación Signos de alarma y Plan de parto, y realizó el Encuentro de saberes. A ambas convocatorias asistió Coromoto y conoció de qué van lo derechos sexuales y reproductivos, las Violencias Basadas en Género (VBG) y el parto humanizado; aunque ya, desde su sabiduría ancestral y conocimientos básicos de medicina lo practicaba con responsabilidad.
—Les doy charlas a las muchachas y mujeres de la comunidad. Me preocupa que se desgasten con tantos embarazos tan seguidos. Además de que no tienen las condiciones de alimentación, ni de medicamentos, porque no tienen recursos. Y muchas son analfabetas, sólo hablan nuestra lengua—cuenta Coromoto.
Entrega inquebrantable
El 30 de enero de 2025, recibió una llamada urgente: su hijo Sergio Suárez Mume había sufrido un accidente cerebrovascular. Salió, desesperada, en moto a la Misión Ángeles del Tukuko, lo trasladó al Hospital de Machiques y, luego, viajó con él a Maracaibo para una tomografía.
—Mi mamá estaba angustiada por mi hermano, pero también por las mujeres que estaban a punto de dar a luz en Marewa—cuenta su hijo menor, Ángelo Suárez Mume, estudiante de Medicina comunitaria. —Sabía que la necesitaban.
Katiuska Suárez Mume, hija mayor de Coromoto, es la cacica mayor de su comunidad y, también, es docente. Resalta, con una sonrisa, la entrega inquebrantable de su mamá para su gente.
—Si no estaba trabajando en Machiques, estaba atendiendo a alguien aquí, en la comunidad. No importaba la hora. No sé cuántas veces salió de madrugada y volvió al amanecer. Nosotros teníamos una hermanita con síndrome de Down. Ella murió niña. Y mi mamá nos enseñó a cuidarla y a tratarla con amor. Así como ella trata a todos los niños y a las personas que necesitan de ella—cuenta que desde niña vio a su mamá atender emergencias, partos y enfermos.
Y el descanso es poco.
Desde una comunidad Sierra arriba, buscaron a Coromoto el día que retornó a Marewa, tras el alta de su hijo. Un sembrador se clavó una estaca entre sus testículos, mientras limpiaba el monte que iba a quema para, luego, sembrar. En la madrugada, cayó un aguacero y no pudo regresar a su casa hasta que escampó ya casi amaneciendo.
Al llegar a su casa, vio que todo estaba en orden, saludó a su esposo y padre de sus hijos con quien tiene casi cuarenta años de casada, respondió los mensajes de sus hijos que no había recibido por falta de señal, se bañó, se puso su traje de enfermera, preparó café y caminó hasta el Consultorio. Barrió las hojas que tumbó del árbol tras lluvia y se sentó a tomarse el café, mientras llegaban de tanto en tanto los pacientes.
Así es un día normal para Coromoto: con mucho servicio y poco descanso.
La reciprocidad del amor
A los ocho hijos de Antonieta Shapi los recibió Coromoto en su bohío en Marewa. Ella le tiene fe a la labor incansable de Coromoto, porque también ha atendido los partos de sus tres hijas mayores y a sus nietos.
—Yo quiero hablar de Coromoto. Ella trabaja en este ambulatorio. Trabaja y trabaja a cualquier hora, incluso, en la noche—cuenta en su escaso español.
A su segunda hija, con aparente retraso en el habla y en la cognición, le dieron los dolores de parto la noche del pasado 5 de octubre. Antonieta corrió a casa de Coromoto sabiendo que la atendería con su entrega incondicional. Ella se despertó y se fueron al consultorio en plena oscuridad. Al poco tiempo nació la bebé.
—Nosotros necesitamos mucho a Coromoto. Ella siempre está pendiente de todos nosotros y nos ayuda con lo que ella tiene. Siempre contamos con ella. Por eso, también, nosotros siempre venimos a verla, no sólo para atender emergencias.
En Marewa, el tiempo parece transcurrir con lentitud. La brisa; el sol que no calienta, pero quema; no se escuchan voces, aunque, a veces, sí uno que otro vallenato a lo lejos. Si no es en el consultorio, la gente busca a Coromoto en su casa.
Le echan de menos.
La emocionalidad de los yukpa no es efusiva al expresarse. Pero, saben que con Coromoto están seguros, cubiertos, atendidos y se sienten escuchados.
—Coromoto no nos deja solas— dice Endrina Katare Yunte, de 23 años. —Con todos mis bebés me ha ayudado desde que pierdo la regla hasta el parto. Y, luego, también los cuida.
Simón, el partero que apoya a Coromoto
Cuando Coromoto acompañaba a su hijo Sergio en su calamidad, Daikelina Kamachiru, de 21 años, entró en trabajo de parto. Vive en una de las tres casas de bloque y cemento de Marewa, pero rodeada de bohíos. No es fácil el acceso y, menos en la oscuridad de la medianoche.
—Corrimos pa’ que Coromoto, pero nos dijeron que andaba con Sergio pa’ Maracaibo. Entonces, mandamos a buscar a Simón. En él confiamos también— recuerda Yaneth Sakera, madre de Daikelina.
Simón Police es indígena Yukpa, tiene 61 años y es enfermero. Ha asistido a Coromoto en un sinnúmero de partos y ha atendido otros cuando ella no ha podido, como es el caso. Está jubilado nominalmente, pero su amor por la gente lo mantiene activo. A diario, camina kilómetros de comunidad en comunidad, sin importar la hora, para atender a sus paisanos. Sabe la importancia del rol que desempeña para la comunidad. Y eso le hace sentir útil.
Así quedó claro un día, cuando llegó en el justo momento para atender a una Daikelina en su casa. La bebé tenía tantas ganas de salir que no dio tiempo de llevar a la madre a un cuarto. Nació, exactamente, en el piso, en medio de dos habitaciones.
Cuando Coromoto llegó, cuatro días después a Marewa, visitó a Daikelina y le llevó unas vitaminas. También, se reunió con Simón debajo del árbol centenario que cubre de sombra el consultorio y tomando café, para ponerse al día de lo que había acontecido en la comunidad.
Simón y Coromoto han trabajado juntos muchas veces, atendiendo partos y emergencias. Su mayor preocupación es el futuro de los niños yukpa, que crecen sin acceso a salud ni educación digna, y muchos, sin identidad.
La labor de Coromoto es loable por su vocación de servicio. Incansable, amable y siempre dispuesta la hace soñar con contar con mejores condiciones para la comunidad a la que se entrega con amor infinito: un consultorio abastecido y que las mujeres de su comunidad aprendan sobre el autocuidado y derechos.
Marewa lo es todo para ella. Brindar su mano sabia y maternal es su propósito y su modo de vida.
—Yo no me veo en otro lugar que no sea aquí, con mi gente. Ver a las mujeres parturientas sanas y a un bebé que llega al mundo en buenas condiciones y saludable es lo que me hace feliz—dice, mientras toma un sorbo de café y espera por la próxima persona que la necesite, vestida con alguna prenda roja, su bata de enfermera y ataviada con los collares que ella misma diseña y hace a mano con semillas de la Sierra.
Comparta en sus redes sociales
Comparta en sus redes sociales
Espiritualidad para combatir la sequía que afecta a familias indígenas productoras.
La cosecha de la miel de la abeja melipona, especie sin aguijón, es una actividad ancestral de los pueblos indígenas Totonakus y Nahuas en la Sierra Norte de Puebla, en México. La producción beneficia económicamente a las familias y les permite proteger el territorio, pero hay serias amenazas sobre la actividad.
La nacionalidad o pueblo indígena Shuar, ubicada en la cordillera del Cóndor, en la provincia Morona Santiago de la Amazonía ecuatoriana, se enfrenta al temor de la pérdida de su lengua Shuar Chicham.
Comentar