Lourdes examina a su nuera que tiene siete meses de embarazo. Con cuidado, se percata de que el bebé esté bien ubicado en el útero. Un niño, nieto de Lourdes, observa con curiosidad el momento entre madre y partera.

Pablo Albarenga.
Brasil | Perú | Colombia

La lucha de Lourdes: la partería tradicional

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Jan 15, 2020 Compartir

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La partera Lourdes Firmino Araújo, del pueblo Tikuna, lucha por condiciones dignas para las mujeres y hombres indígenas que se dedican a la partería en las fronteras de los tres países amazónicos: Brasil, Colombia y Perú. Desde que era una niña, Lourdes aprendió de su abuela a atender a las mujeres en el momento del parto. Para ella, recibir la vida es lo más preciado.

Con sus suaves manos, Lourdes masajea el vientre de su nuera. Se percata de que el bebé, de siete meses de gestación, esté bien acomodado en el útero. Usa aceites naturales de plantas de la selva amazónica para frotar el abdomen de la madre y así armonizarla y tranquilizarla a ella y a su criatura. Ambas están en la habitación de la vivienda de Lourdes, que se ilumina con una cálida luz que llega de la ventana. Lourdes le dice a la madre que todo va bien, la aconseja y la va preparando para el nacimiento de su hijo.

A sus 53 años, Lourdes Firmino Araújo lleva más de cuarenta viviendo encuentros como este, entre madre y partera. Cuando tenía doce años, acompañó a su abuela a un parto. Recuerda que se ubicó al lado de la baranda de la cama en donde estaba la entonces madre y siguió la voz de su abuela: “Solo escúcheme a mí, usted no puede ver nada porque todavía está muy pequeña”. Aquella vez, la abuela recibió a cuatro niñas. “Las acomodó una enseguida de la otra y atendió a la mamá con mucho cuidado”, cuenta Lourdes con admiración. Ese momento marcó su vida y labró su camino: comprendió que llevaría consigo el legado de la partería comunitaria.

De ojos oscuros, cabello negro ondulado y piel cobriza, Lourdes es indígena del pueblo Magüta (Tikuna) nacida en Santa Rosa, Perú. Su nombre materno es Purinare Ñairure y es del clan Cascabel. Vive en la comunidad o aldea Umariaçu 2 en Tabatinga, Brasil, muy cerca de la frontera con Colombia y Perú. A los doce años llegó a ese lugar junto con sus abuelos, originarios de Napo, Perú. Un año después se casó con João Coelho Araújo, con quien tiene siete hijos.

—“Iba a los partos con mi abuela, para el aprendizaje. Me decía que anduviera con ella para que tuviera más experiencia. Me decía que hablara con las mamás y les hablara a los bebés en el vientre y cuando nacieran. Todos sus consejos me hacen ser una mujer partera”.

La abuela le enseñó a acomodar con masajes a los bebés en el útero, a cortar el cordón umbilical de los recién nacidos, y a comprender el cuerpo y los dolores de la madre. También le mostró cómo producir aceites y remedios naturales para la atención del embarazo y el parto, y a aconsejar dieta a la madre y cuidados del bebé en sus primeros meses de vida.

Las manos de Lourdes han recibido a muchas generaciones de niños y niñas indígenas Tikunas, Cocamas, Yaguas y de otros pueblos, así como también blancos o mestizos de Brasil, Colombia y Perú. Para ella, “todos somos hijos de la tierra”, no importa la procedencia, ni el idioma que se hable. Eso sí, reconoce que saber las tres lenguas (Tikuna, su idioma nativo, portugués y español) le ha permitido desempeñar mejor su rol como partera comunitaria porque la comunicación con las madres es más cercana.

En Umariaçu 2, la vida de Lourdes transcurre entre la atención de su familia y de las mujeres gestantes. Cuando no tiene que visitar a las madres, permanece en casa. En las mañanas, realiza los oficios del hogar, como lavar la ropa y preparar los alimentos, y almuerza con su esposo, su hija y nietos. En las tardes, comparte con los habitantes de su comunidad (en toda la aldea son unos 8.200 indígenas Tikunas) y baja a la pequeña plaza ubicada a orillas de uno de los brazos del río Amazonas que está a unos 20 minutos caminando desde su vivienda. En el lugar, compra pescado fresco, sábalo y bocachico, y frutos tradicionales como las pepas de umarí y semillas de la palma de azaí (açaí) que abundan en la zona, así como guayabas, guamilla, chontaduros, fariña (elaborada a base de yuca) y plátano. En el recorrido que hay de su casa a la plaza es posible observar que las viviendas son de tabla y de cemento, y cuentan con lo básico para vivir (como servicios de agua y energía). Además, la abundancia de iglesias evidencia el proceso de evangelización; Lourdes comenta que estos lugares de culto han aumentado en los últimos tres años.

En esa región fronteriza, los pobladores subsisten de la pesca, la agricultura, el comercio informal, el transporte fluvial y de distintos oficios tradicionales como la partería, la medicina propia y las artesanías. “El día a día a veces es complicado”, dice Lourdes, “aquí muchas familias viven con lo básico, hay familias que padecen necesidades”.

Entre la tradición y los sistemas de salud

Es tradición que las mujeres indígenas den a luz en sus casas y que sean atendidas por parteras o comadronas, quienes las acompañan desde varios meses antes del alumbramiento. Para ellas, dar vida es sagrado y natural, y simboliza continuar con el legado del ser Magüta y el pensamiento del pueblo.

Lourdes explica que durante los días previos al parto es tradición darles a las mujeres bebidas calientes con plantas medicinales para preparar el vientre y el cuerpo. Ella, además, el día del nacimiento les permite a las madres comer y caminar.

—“Las parteras preparamos el remedio. También en agua tibia las hacemos sentar cuando es el momento del nacimiento. Después, las atendemos para que no tengan hemorragias e infecciones en general”.

Esta costumbre ha cambiado desde que las entidades de salud de la zona establecieron normas como que las mujeres que viven cerca de los centros poblados deben dar a luz en los hospitales. Para Lourdes, allí la atención es otra, en los cuartos se siente un poco el frío y la soledad. En los centros de salud, comenta, no dejan que las mujeres tomen nada y “falta más cuidado”.

—“Yo veo los [partos] de la gente blanca, te bañan en agua fría y lo que hacen es que el frío se meta en la planta del pie hasta la cabeza. Lo que ocasiona esto es la muerte. No me parece bien. Además, los médicos son hombres, no saben cuándo la mujer debe hacer fuerza y no saben del dolor que siente una mujer”.

Lourdes compara las formas de atención de las personas blancas con los indígenas, y explica que mientras para su cultura es importante la presencia del hombre y de las abuelas durante el parto, en la mayoría de los hospitales no lo permiten.

—“Nuestra costumbre es que nuestro marido esté al lado cuando uno da luz en casa, porque es nuestra fuerza”.

Ella también ha visto cómo en los centros hospitalarios no respetan los tiempos naturales del parto y, en muchos casos, se practica la cesárea sin necesidad.

—“En el hospital, los doctores antes de tiempo ponen el codo en la panza de la mujer para dar a luz. Los doctores a veces no tienen un cuidado, higiene y dieta”.

La experiencia de Lourdes le ha dado las fuerzas para mejorar la atención a las mujeres y luchar por que la partería tradicional siga siendo un oficio que se practique en sus comunidades. También sabe que cambiar las normas de salud pública es muy difícil, por lo que está de acuerdo en que ambas formas de atención se junten.

Lourdes comentó que luego de varios diálogos con las autoridades tradicionales y estatales, y con los directivos de la Unidad de Atención de Emergencia del Hospital Central de Tabatinga, logró que se mejorara la manera en que las mujeres indígenas son atendidas. Por ejemplo, en la actualidad, se permite el ingreso de los padres y también de las parteras.

—“Antes no me dejaron entrar al parto y eso me causó mucha pena y dolor, me dijeron que no valía nada (…) en la casa tiene que estar presente su papá y su familia, yo luché para que el hospital lo permita también”.

Ella se siente orgullosa de esa gestión que respeta sus costumbres. Resalta que las mamás ahora deciden si quieren dar a luz en casa o en el hospital, y añade que la sala de partos está bien dotada, incluso tienen hamacas donde ubican a la mujer, y no en la camilla, como es común en los hospitales. Además, ahora los médicos van a las casas para hacer los controles y seguimientos a las madres gestantes.

—“En Umariaçu y Tabatinga trabajamos juntos parteras y médicos, casa a casa. Y en el hospital también hay médico y partera”.

Lourdes sonríe mientras comparte sus logros. Al mismo tiempo, mira el cielo y agradece a su creador. Ella considera que por su forma de atender y de comprender el momento de dar vida, “nadie se ha muerto en mi mano, no importa cómo esté el bebé, nace sano y salvo”.

El 5 de mayo de 2020, en la conmemoración del Día Internacional de la Partera, el Fondo de Población de las Naciones Unidas (Unfpa por sus siglas en inglés) aseguró que en tiempos de crisis y pandemias, en los que los sistemas de salud de muchos países están completamente saturados, “las parteras están demostrando su valor y resiliencia al seguir ayudando a las mujeres en edad de procrear, incluso en las circunstancias más adversas”.

Lucha por sueldos dignos

Su lucha por la partería tradicional no se queda solo en la atención de las madres y sus hijos. Lourdes también trabaja para que se reconozcan las condiciones dignas para las mujeres y los hombres que se dedican a la partería en las fronteras de los tres países amazónicos: Brasil, Colombia y Perú. En sus palabras, este es un oficio de “coraje” en el que a veces “no duermen”, y considera que es honesto y justo que tengan un salario.

—“Cuando me llaman yo voy, no lo hago por plata, para mí es el deseo de atender, dar amor y entregar lo que sé; estoy para servir. Pero, lo que estoy pensando es que ganen un sueldo. Ahora atendemos gratis, la mayoría no cobramos, es nuestra voluntad, es nuestra cultura”.

En la actualidad, Lourdes lidera una asociación comunitaria que se dedica a la partería. La organización está conformada por 145 personas. En Umariaçu 2 hay doce mujeres y un hombre. Las demás se encuentran distribuidas a lo largo de las aldeas ubicadas sobre distintos ríos, en el que el principal es el Amazonas que llega hasta Manaos.

—“Me buscaron como líder. La asociación está en Manaos. Mi pensamiento de que ganen platica es para que compren su pan y sus necesidades, esa es mi lucha”.

A inicios de 2020, como delegada de las parteras del Estado de Amazonas, Lourdes estuvo en la ciudad de Manaos, capital del Estado, en un encuentro de parteras donde se habló de la urgencia de integrar la partería a las políticas de salud pública del gobierno nacional. Sin embargo, ella sabe que la lucha será larga debido a que en el mandato del presidente Jair Bolsonaro, gran parte de las peticiones de los pueblos indígenas no han sido tenidas en cuenta.

Mientras esa lucha avanza, Lourdes también lidera campañas que buscan que la labor de las comadronas sea reconocida dentro de las propias aldeas (como “Eu apoio nascimento com parteira. Nasci com parteira”, en español Apoyo el parto con una partera. Nací con una partera) y realiza encuentros con mujeres y hombres de las tres fronteras en Tabatinga (del lado brasilero), en Leticia (del lado colombiano) y en distintos poblados de Perú.

—“Se hacen reuniones con las parteras en las comunidades cercanas de cada país. Ellas también nos han dicho que en sus países no se reconoce su trabajo”.

En círculos de la palabra, Lourdes comparte su legado y sus aprendizajes. Cuando camina en las aldeas, siempre invita a las personas jóvenes a que sigan sus pasos para así mantener uno de los oficios más tradicionales de las mujeres indígenas.

—“Para los que quieren aprender tienen que venir ahora que estoy viva. Hay niñas que se sientan y quieren escuchar, quieren aprender”.

Al mirar los ojos de su hija, Katia Firminio, y los de una de sus nietas, Lourdes se llena de esperanza al saber que son las nuevas tejedoras que van a continuar el legado de la partería de las mujeres Tikuna. Katia y su nieta están aprendiendo el saber de la partería.

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