
Parir en la sierra de Perijá es un acto de resistencia
Contexto del sistema de salud estatal frente a la atención obstétrica a mujeres indígenas Yukpa que habitan en la sierra de Perijá.
Solmaria Sekera en trabajo de parto por séptima vez. La atiende la partera Coromoto Mume y la acompaña una sabedora de la comunidad Marewa. Fotos: Lizaura Noriega.
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Solmaria Sekera tiene 27 años. Es monolingüe y entiende poco el español. Apenas sabe escribir su nombre y su apellido. Ha gestado siete veces y nunca se hizo ecogramas por falta de recursos, por no tener con quien dejar al cuido a sus hijos, por miedo a que la discriminen.
Por: Ana Karolina Mendoza.
Amanece en la sierra de Perijá. Hay un frío leve que se va disipando, mientras sale el Sol. El canto de los pájaros armoniza el inicio del día. Y las mujeres van saliendo de sus bohíos a prender la leña para comenzar a cocinar o se ven trayendo agua del reservorio que les instaló Acnur en su comunidad: Marewa.
Es julio de 2024. Y Solmaria Sekera es la primera en llegar al Consultorio Médico Popular Marewa. Sospecha que está embarazada, pero no sabe cuántas semanas tiene. Coromoto Mume, partera y enfermera, le palpa el vientre y le hace un tacto vaginal. No hay ecógrafo, ni pruebas, ni insumos. Sólo manos entrenadas y sabiduría ancestral.
—Estás preñada— le confirma Mume.
Le recomienda asistir a Machiques, al Hospital II Nuestra Señora del Carmen en Machiques para hacerse una ecografía. El consejo es desoído por la mujer de 27 años, quien ha pasado, con este, por siete embarazos: sobreviven dos niñas y un niño.
Su marido, desde lo alto de la Sierra, trae yuca, malanga, algo de agua una vez por semana. Solmaria cría sola a sus hijos, llevando los quehaceres del hogar, cocinando con leña, y cargando agua. Su familia vive en una comunidad Sierra arriba.
Con frecuencia, visita el Consultorio creyendo que es suficiente para la nueva vida que lleva en sus adentros. Mume le entrega varias dosis de hierro y de ácido fólico obtenidas por donación.
—Hazte un eco—le insiste la partera.
Solmaria hace silencio. En su mente, tal vez revolotean decenas de situaciones que no le permiten cumplir con la recomendación: no tiene dinero. Tiene miedo. Está sola. No habla bien español.
Un «parto difícil»
Llega el martes, 11 de febrero de 2025. Solmaria siente los dolores en su vientre. Decide ir al Consultorio. A pesar de que aprieta el paso, se detiene cada tanto a respirar. Así, lo hizo en el pilar de la entrada para pasar la contracción y agarrar fuerzas de nuevo. Llega doblada.
Mume la ayuda a entrar, la acuesta en la camilla y la examina.
—El bebé está en posición, pero aún no hay dilatación. Lo mejor es que camines para acelerar la dilatación—le indica.
Solmaria regresa a su bohío para preparar quemar la leña y preparar el almuerzo a sus hijos. Llega la noche y los vecinos la ven carretear baldes de agua. Piensa que debe dejar todo preparado para cuando le toque parir.
Pasa la noche despierta, con dolores.
Son las 6:50 a.m. del miércoles, 12 de febrero.
Toc-toc-toc.
—Coromoto—dice la mujer entre dientes.
Le está dando una contracción.
El momento ha llegado. Se escapa un poco de líquido amniótico, pero el feto no está en posición de salida en el canal de parto.
Solmaria se preocupa. No lo dice, pero saca de su pecho un Nuevo Testamento azul y lo aprieta con fuerza. Ella asiste a la iglesia evangélica en Marewa.
—Es un parto difícil—anuncia la partera.
La partera Coromoto Mume le unta a Solmaria Sekera Vi Shi, líquido acuoso y verdoso que se extrae de la semilla del árbol de marewa, propio de la sierra Perijá. Relaja y calma los dolores.
Mume se viste con su traje ceremonial para la llegada del nuevo paisano: un vestido confeccionado por ella con fique, piedra y fibras de la Sierra.
En una tapara, prepara el Vi Shi, líquido acuoso y verdoso que se extrae de la semilla del árbol de marewa, propio de Perijá. Se lo unta en la barriga a Solmaria, mientras la masajea; también, se lo aplica en la frente y le da de tomar. Este medicamento ancestral lo usan para relajar y calmar los dolores.
Entretanto, la acompañan dos mujeres más de la comunidad que son sabedoras.
A las 8:27 a.m., comienza el trabajo de parto.
Mume observa que el cordón umbilical aparece antes que la cabeza, lo que enciende la alarma del peligro que representa: puede haber traumatismo fetal.
—Sirim Ko. Sirim ko. Sirim ko—dice la partera en su lengua materna yukpa y, al unísono, sus ayudantes. En español: «Puja. Puja. Puja».
Los minutos se hacen interminables mientras, entre pujos silentes, llega el momento del alumbramiento.
A las 11:26 a.m. nace una niña de 52 centímetros.
La partera corta el cordón umbilical con una tijera punta roma y se la entrega a una de sus compañeras para que la aspire y limpie.
La placenta tarda un par de minutos más en salir. Mume la envuelve en una tela quirúrgica y manda a ponerla sobre un mesón, afuera del Consultorio.
—Nuestra tradición es hacer un ritual y enterrarla como ofrenda a nuestra madre, La Tierra. Sin embargo, esto se ha ido perdiendo. Hay mujeres a las que no le importa y yo, sencillamente, las desecho. Debo respetar su decisión—explica Mume.
Solmaria se desentiende de la placenta, quizás, porque no tiene familiares con quien hacer el ritual o porque le apremia volver a su bohío donde la esperan sus otros pequeños.
El ambiente huele a hierro: ese que se desprende de la sangre.
Mume asea a Solmaria con agua, las pocas gasas y la solución fisiológica que tiene. A su lado, pone a la bebé envuelta en una sabanita.
Respira profundo. La preocupación la tenía tensa.
—Si la hubiéramos enviado a Machiques, habría parido en el camino—asegura Mume, en su tono bajo y pausado.
Su trabajo lo lleva reflejado en un cuaderno. Cada nacimiento es registrado a mano y las madres reciben un papel que indica los datos necesarios para poder registrar al nuevo venezolano si en el hospital en Machiques se lo permiten. Pero, muchos no han salido de la comunidad y no cuentan con un documento de identidad. El futuro de sus hijos parece ser el mismo: crecen bajo la sombra de un nombre que no existe para el Estado.
En la sierra de Perijá, parir es resistir. Y cada nuevo nacimiento es un acto de fe, memoria y lucha.
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