El pueblo Awá resiste a amenazas como el petróleo y los cultivos de coca
El pueblo indígena Awá del corregimiento Cofanía Jardines de Sucumbíos en el departamento de Nariño ve amenazada su pervivencia física.
Nancy del Pilar Padua Palacios, indígena Tucano, en su chagra en el resguardo La Asunción, en el municipio de El Retorno, Guaviare. Foto: de Nancy Padua, archivo personal.
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Desde un rincón de la región de Guaviare, en la Amazonía colombiana, jóvenes indígenas y mestizas siembran ají para evitar que más bosques sean talados en su resguardo, hoy amenazado por la ganadería extensiva.
Frenar la deforestación que avanza sobre el resguardo de La Asunción, en el departamento de Guaviare, Colombia, es cada vez más urgente. Nancy del Pilar Padua Palacios, indígena Tucano, tiene en sus manos una solución: “Es la siembra de ají (chile), un producto propio de nuestra cultura”, dice la lideresa, de 26 años, mientras graba con su celular ajís de colores amarillo, verde y rojo. Esto es lo que luego secarán para hacer tucupí, una salsa picante amazónica que se comercializa en el departamento de Guaviare.
La tierra, donde vive Nancy y otras 146 personas originarias de los pueblos Wanano, Tucano, Desano, Cubeo, Paeces y familias mestizas, tiene demasiadas ‘heridas’ abiertas tras la deforestación, que ha ido aumentando durante años. Un 45% del territorio, un total de 300 hectáreas, de las 702 que conforman el resguardo La Asunción, ya están convertidas en pastos para ganadería y siembra de monocultivos, según cuenta Nancy.
El resguardo, a 47.7 kilómetros de San José del Guaviare, capital de ese departamento de la región de la Amazonía, está rodeado por los afluentes Caño Grande, Caño Raya y Caño Platanales, donde sus habitantes se abastecen de agua y pescan.
Junto a las y los jóvenes, niñas y niños de La Asunción, Nancy sabe que están heredando un territorio deforestado y golpeado por muchas amenazas y presiones.
Por una parte, sus propios parientes, que se asientan en esa región desde la década de los 60, aprendiendo de los colonos el negocio de la ganadería, que hoy se sigue expandiendo de manera acelerada en Guaviare. Los ganaderos tumban continuamente la selva para ampliar los pastos, destruyendo el hábitat natural. También están las redes de narcotráfico, de las que se habla poco pero hacen lo mismo: al fomentar la siembra de los cultivos de coca, se suman a la destrucción descontrolada de la selva.
Según el Monitoreo de Deforestación del Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales (Ideam) en 2019, en Guaviare fueron taladas 24.220 hectáreas. Solo en el municipio de El Retorno se reportaron 6.396 hectáreas, siendo el séptimo municipio más devastado de los bosques en Colombia. Esas cifras se suman a las 3.119 hectáreas de sembradíos de coca reportados en el informe de territorios afectados por cultivos ilícitos 2019 de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (Unodc).
La deforestación que ahoga el resguardo no solo ha afectado a los pueblos indígenas, sino que también ha impactado fuertemente sobre la fauna y la flora. Irene Caicedo, capitana y autoridad tradicional de La Asunción, comenta que “todos los animalitos que hay en el monte, como los pajaritos, los micos, ya no tienen de qué alimentarse y se vienen para el resguardo, y nos hacen mucho daño. No se puede tener una piña, un plátano, porque ellos se lo comen”. Irene también narra que los animales de caza, aves y pequeños mamíferos con los que las comunidades complementan su alimentación, han disminuido notablemente.
Pero más allá de la presión sobre la selva, hay otra problemática ambiental que está afectando a sus comunidades: la contaminación de los ríos Caño Platanales y Malagón causada por los desperdicios de las fincas ganaderas y por las basuras que tiran los habitantes de El Retorno. “Esto está haciendo que el consumo de agua sea ahora peligroso para quienes viven en el resguardo”, agrega Irene.
Ante el temor de perder la poca selva que les queda, Nancy asumió la misión de recuperar y proteger un territorio que les pertenece desde 1993, cuando el antiguo Instituto Colombiano de la Reforma Agraria, Incora, a través de la Resolución 073, creó el resguardo.
Desde hace ya tres años, junto a 17 jóvenes más, Nancy lidera una iniciativa comunitaria para reforestar los espacios talados. “Como nuestros padres ya tumbaron la selva, nosotros vamos a aprovechar las chagras (espacios abiertos para la siembra) para cultivar el ají y otras matas (piña, yuca, lulo, chontaduro) que nos sirven como alimentos”, asegura.
En la cosmovisión del pueblo Tucano, las mujeres indígenas son consideradas como “madres de la alimentación”. Ellas son las encargadas de la siembra y cosecha de las chagras, mientras que los hombres adquieren otros conocimientos, como la caza y los rituales.
Nancy prepara el terreno de la chagra donde tiene pensado sembrar el ají y la yuca brava y dulce, para producir tucupí, una salsa picante, agridulce y espesa de color café oscuro, que se ha convertido en una solución productiva para recuperar las tradiciones y cuidar la selva.
Gracias a ese conocimiento ancestral, heredado de las abuelas, Nancy, en compañía de los jóvenes de La Asunción, emprenden la preparación de la salsa de tucupí, aseguran unos ingresos que evitan que la deforestación sea mayor, y también innovan.
“Tenemos ya varias recetas”, dice Nancy al explicar alguna de ellas. La salsa se hace a base del zumo de la yuca brava, que es hervida en agua por varias horas, hasta que toma su forma espesa. Algunas veces, a la salsa se le adicionan hormigas, pescado y carne de monte. “Todo depende del pueblo indígena que la elabore”.
Otra forma de preparación del tucupí es con vinagre y sal. Nancy, con precisión culinaria, detalla la cantidad de ingredientes. “Echamos 20 miligramos de vinagre, 30 gramos de sal, tres gramos ají moqueado y molido, seis gramos de almidón de yuca dulce y 205 mililitros de limón”.
Otra receta es el picante de chontaduro, una fruta abundante en la región. Su preparación consiste en dos fases. En la primera se cocina el chontaduro, se pela y luego se muele en una máquina especial. Después, es colado para obtener polvo de chontaduro, que posteriormente es secado en un tiesto de barro o al aire libre, sobre tejas de zinc. La siguiente fase es volver a colar el polvo del chontaduro para que quede bien fino y ya poderlo empacar en bolsas por seis a ocho meses. Transcurrido este tiempo, explica Nancy, ya se puede continuar la preparación de la salsa. “Se pone el polvo de chontaduro por una hora en agua hasta que se disuelva, después se le agrega un poco de vinagre, limón, sal, ají moqueado y molido, y finalmente se obtiene el producto listo para venderlo”.
Estas recetas alimenticias, que Nancy comparte con orgullo, se realizan bajo la orientación de las abuelas indígenas, sabedores y autoridades tradicionales. Con ellas fortalecen sus capacidades de liderazgo y su cultura, así como el aprendizaje de la defensa del territorio y del medio ambiente. Todo este proceso se lleva a cabo con el objetivo de evitar que los jóvenes vuelvan a la ganadería, que es agresiva con el territorio y que tala los bosques tropicales para sembrar más y más pastos.
Nancy no nació en La Asunción, sino en la comunidad La Victoria, un área no municipalizada en el Mirití-Paraná, al norte del departamento de Amazonas, muy cerca del Vaupés. En el 2009, cuando ella tenía 14 años, la familia se desplazó hasta allí, movidos por la necesidad y en busca de oportunidades.
La joven, de ojos negros, cabello largo y liso, piel cobriza y complexión robusta, encarna los rasgos físicos del linaje de los Tucano, un pueblo originario de las selvas del Vaupés, situadas entre Colombia y Brasil. Los Tucano o Dahséamahsá (gente tucán en su lengua materna) se les conoce por ser recolectores, pescadores, por vivir en malocas (cabañas comunitarias) y por practicar la cultura del Yuruparí, fiesta tradicional con flautas sagradas donde representan a sus primeros ancestros.
“Mis tíos nos dijeron que nos vinieramos a La Asunción, porque ya no teníamos las cosas necesarias como el jabón, la sal, todo eso se acabó. Tampoco llegaban ayudas”, recuerda la lideresa.
Nancy cuenta que, cuando llegó al Guaviare, se llevó una gran impresión al ver que no había tantos árboles como en su comunidad de origen. “Todo eran pastos, en cantidad. Había ganado por todos lados”.
Parte de su lucha consiste volver a la raíz, a su cultura ancestral, pues sabe que su pueblo no es ganadero. Vienen de otra tradición, más sostenible: la de la pesca, de la siembra de la yuca brava y dulce, de la chagra y de la caza.
Nancy tiene claro que, poco a poco, deben intentar superar el hecho de que la ganadería se haya convertido en una opción económica principal, como ya lo recoge el resguardo en su plan de vida. “Debido al asentamiento en una zona que es netamente ganadera, que tenemos terrenos aptos para la ganadería con pastizales, nos hemos dedicado a esta actividad productiva”, se lee en uno de los apartes del documento. Por esta razón, convencida de que la ganadería es demasiado agresiva con el ambiente, Nancy cree que la alternativa es educar a los y las jóvenes para volver a la siembra y a la cocina tradicional.
“Para mí, como indígena, como mujer, es importante el territorio (…) porque sin bosque, sin naturaleza, no tenemos esa buena energía, esa buena comunicación con los seres que nos rodean. (…) Es muy importante demostrarle a la comunidad que debemos cuidar, que ellos no tumben, que no acaben con lo poco que tenemos”, dice Nancy.
Al avance de la deforestación, se ha sumado este año otra amenaza para la pervivencia de los pueblos indígenas: la Covid-19. Con solo 73.000 habitantes (censo de 2018), en Guaviare ya se han reportado 2.032 casos positivos y 37 fallecidos, con fecha al 12 de enero de 2021, según reportes del Instituto Nacional de Salud.
La capitana Irene comenta que las instituciones locales y la Secretaría de Salud del Guaviare han hecho talleres de prevención de la Covid-19. También los han dotado de elementos de bioseguridad como tapabocas y gel hidroalcohólico. “Nos dan charlas donde dicen que tenemos que cuidarnos mucho, que si tenemos algún síntoma de Covid, tenemos que aislarnos y vivir lejos de la familia o de las amistades, porque eso siempre es contagioso”, agrega Irene.
Hasta la fecha, en el resguardo La Asunción, no se ha presentado ningún caso de infección del nuevo coronavirus. Para Nancy e Irene, esto se debe a un ritual de prevención que hizo la autoridad espiritual de la comunidad. “Cuando comenzó la pandemia, el abuelo José hizo una protección con brea y tabaco, alrededor de la maloca, después hizo otra protección”, recuerda Nancy.
Para ella, la pervivencia de los indígenas está en el cuidado de los grandes espacios naturales como el Chiribiquete, por ejemplo, un gran parque nacional cercano al resguardo, declarado Patrimonio Mixto (biológico y cultural) de la Humanidad por la Unesco en el 2018, que sin embargo ya empieza a ser deforestado. Proteger el Chiribiquete es proteger el legado de los ancestros, el hábitat de la biodiversidad, así como la sede de lugares míticos donde, para muchos de estos pueblos indígenas amazónicos, se originó el mundo.
Así, para Nancy, producir tucupí, o luchar por el Chiribiquete, es fundamental. Y proteger la madre selva, porque allí reside el sustento para las comunidades, las medicinas propias y nuestra conexión con el mundo espiritual.
*Vanessa Teteye es periodista e indígena bora. Edilma Prada es periodista de investigación y directora de Agenda Propia.
Esta historia forma parte de la serie #DestellosdelAmazonas, coordinada en América Latina por democraciaAbierta. En Colombia participó el equipo intercultural de Agenda Propia con la vinculación de periodistas indígenas. La serie está apoyada por el Rainforest Journalism Fund del Pulitzer Center. Agradecemos los testimonios y material gráfico aportados por miembros de las comunidades retratadas en esta historia que permanecen aislados por causa de la Covid-19.
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Espiritualidad para combatir la sequía que afecta a familias indígenas productoras.
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