Composición fotográfica. Alejandra Espinoza Mapoumea y su hija Tosalinamu van a las montañas a realizar los rituales de sanación. Fotos: archivo personal de Alejandra Espinoza.

Giovanni Salazar.
México

Alejandra, la sanadora de la nación indígena Yaqui

Cocreadores

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Aug 4, 2021 Compartir

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Alejandra Espinoza Mapoumea es sanadora de la Nación Yaqui, pueblo indígena asentado al norte del Estado de Sonora, en México, desde hace más de dos mil años. Ella cura las enfermedades generadas por los efectos del crimen ambiental histórico contra ese pueblo por el desvío y robo del agua de su río.

“Para mí el amor lo es todo, compartir con las personas que curo”, dice Alejandra Espinoza Mapoumea, curandera del cuerpo de la Nación Yaqui. Su labor pretende contrarrestar los efectos de la devastación climática por el saqueo sistemático e histórico del agua del río que lleva el mismo nombre de la Nación indígena. El afluente abastece a las ocho comunidades Yaqui: Bácum, Tórim, Vícam, Pótam, Ráhum, Belem, Huirivis y ßon.

Alejandra nació en Vícam, ubicada en el municipio de Guaymas, Sonora, un 17 de julio de 1965 cuando la constelación de Cáncer regresa, como cada año, a manifestar su ciclo allá arriba en el cielo. Llegó con el don de ver, habilidad que heredó de su abuela, María Espinoza Matuz, una mujer muy importante para esa Nación por tener las mismas habilidades. Tiene los ojos brillantes, las mejillas redondas, acompañadas de una sonrisa que parece no caerse. 

Una montaña en Vícam es el punto sagrado donde se sube a curar. Hasta allá sube Alejandra las florecitas y el sahumerio que son el camino para acercarse a los dioses, para acabar con los males espirituales de sus compañeros y compañeras, hidratar sus sequedades e irritaciones en la piel, el hígado y el páncreas que cada vez afectan más a mujeres, a niñas y a niños por la falta de agua.

El desvío del río fue perpetrado desde las tres presas impuestas en su territorio desde 1940, dos de estas para generar energía. La lucha de la Nación Yaqui es por la defensa del agua, de los 72.540 kilómetros cuadrados de extensión de su río.

Platica (conversa) mucho con sus pacientes, conecta con cada una de las personas que acuden a ella, “me encanta la música alegre, la música religiosa, el Ave María, porque es mamá, es la mamá del universo”, dice Alejandra.

Según la astrología, el signo de Cáncer representa la maternidad, la luna, el agua, la protección, la madre que cura. “La luna es la madre del pueblo Yaqui y el sol el padre para nosotros. Antes, cuando se hablaba un solo idioma, se decía que subíamos unas escaleras, unos caían en su intento de alcanzarlo. El sol dijo: “¿cómo le voy hacer para que no sigan cayendo?, entonces, nos enseñó otros idiomas (formas), para que dejáramos de lastimarnos”, comenta Alejandra sobre lo que se ha hecho con el agua y lo que esto significa para la salud.

Para curar tiene que concentrarse completamente, muchas veces son malas energías que atacan, unas que llegan con el viento, que pueden apagar las velas o las luces. “Es como luchar contra el mal, contra el diablo, yo no puedo hablar de lo que hago cuando sano. Me gusta que sean ellas y ellos, mis pacientes, por decirlo así, quienes hablen por mí”. Su papá/abuelo paterno, Manuel Espinosa Lucero, que también tenía este don, la regañaba, le decía que no se debe hablar de eso. Le explicaba que los dones se traen y se aprenden, los dones llegan solitos, a todos los seres humanos, nacen con esto. 

Una florecita de cárcamo para Sarita 

Alejandra narra la historia de Sarita, una bebé de cinco meses que casi pierde el ojo. El médico había sentenciado a la pequeña. “La miré, le salía pus. Me sentí mal, tenía que ayudarla, busqué lo que tengo, mis medicinas”, cuenta Alejandra. 

“Es difícil para los ojos, se necesita un traste limpio, sobre todo hay que limpiarlos en tiempo de brisa, buscar la brisa porque aquí no hace brisa, no todo el tiempo. Usé florecitas de cárcamo para Sarita, la veré mañana, está bien, me sonríe al teléfono”. 

Alejandra dice que en Semana Santa ha llegado a curar hasta noventa personas por día, hace cuatro años en el Museo del Yaqui que está en el pueblo de Cocorit, unos dos o tres años consecutivos. Hoy por la pandemia, atiende en casa a dos o tres personas a la semana. Esto da una idea, que según ella, hace parte de los impactos directos por el cambio climático en la salud de los Yaqui. Sin embargo, vuelve a sonreír y suelta “no me canso, a veces en casa curo a dos o a tres”. 

Es organizada, se reúne con otras mujeres para dar forma cada semana al Plan de Justicia para indígenas yaquis. “Hacemos la guerra con inteligencia, con la palabra. Ya no vamos a ver guerras con armas, cuchillos, garrotes. Ahora es la palabra: la tierra, el agua y el territorio. Sí, porque los ancestros ganaron la tierra, lo que ellos quieren es que la tierra sea para los que vienen, hay que cuidarnos, protegernos, que se respeten las tribus para los que todavía no han nacido, ese es un ejemplo”. Y, con su voz pausada, cantadita dice  “el amor y la muerte no se persiguen, ahí están, como la vida”. 

Tortuga de la Sierra Azul en el omteme - toloco mochik 

Alejandra es como el agua. Se manifiesta, rompe, abre los caminos. Un momento clave en su lucha fueron las manifestaciones de la Nación Yaqui contra la imposición para mantener el acueducto “Independencia” durante el gobierno derechista de Guillermo Elías Padrés, en 2015. 

En ese momento de protesta, Alejandra subió al cerro Omteme - toloco - el Cerro Enojado - a pedir a los dioses “abrir el agua”, porque podría morir el mundo. Ahí, en la punta del cerro, mientras oraba, su tropa de la Nación Yaqui la nombró: Toloko Mochik “Tortuga de la Sierra Azul”, invocante, sanadora de la tierra. 

Pedimos a los dioses porque la enfermedad llegó desde que trajeron las presas. Desde el cierre de los cauces con la primera presa en 1940. “Hoy se mueren los animales y el mundo, se muere el agua; el mar se está viniendo y se hace salada la tierra”, dice. 

Alejandra es el espíritu madre, de su líquido materno se cura toda una Nación, un pueblo. Parió cinco hijas y un hijo. Una de ellas, la quinta, es Annia Jiapsy, desde la lengua Yaqui. En español, Corazón del Universo. Ella trae las convicciones de Alejandra, es una “Mayor” en la tropa, la jefa capitana en la Nación Yaqui de Vícam. Pienso, como lo dice Venado Veloz, (un paciente que adoptó) que “Alejandra está en todos lados, de todas las formas”. 

Conoce más sobre Alejandra y su lucha por cuidar el río y los cuerpos de sus comunidades en la siguiente historia gráfica:

El Yaqui puede brotar, el agua puede regresar a su cauce 

La defensora sonorense originaria del pueblo Yaqui, Laura Hernández Urzúa, sostiene que el impacto que ha dejado la crisis climática por la sequía del río Yaqui es muy grande en diferentes sectores de la vida de los pueblos, porque el río se está secando a raíz de la construcción de las tres presas que rodean el territorio de la Nación Yaqui. Por esto, existen afectaciones en la salud de las comunidades, no hay agua suficiente para regar los cultivos de quienes viven de lo que da la tierra.

Laura explicó que dos de estas represas se construyeron con el objetivo de generar energía para empresas edificadas dentro del territorio de la Nación Yaqui. La primera presa construida fue “La Angostura”, durante el gobierno de Lázaro Cárdenas, a principios de la década de 1940. 

El presidente Cárdenas hizo el reparto agrario, así como una restitución de tierras y agua al pueblo Yaqui, por medio de un decreto que se empezó a trabajar en el año 1937 y que se concluyó en 1940. 

En ese decreto se estipula que el pueblo Yaqui es dueño del 50 por ciento del agua que capta esta presa y de los escurrimientos. Es decir, que los remanentes de agua siguen siendo de la tribu: el agua que cae de la sierra y la lluvia son patrimonio del pueblo Yaqui, según ese documento. Pero, en realidad, nunca se le ha entregado el 50 por ciento de la primera presa que le corresponde al pueblo, asegura Laura.

También denuncia que el robo del agua ha tenido tal impacto en el medio ambiente que los ecosistemas han ido cambiando, se han vuelto más desérticos, las alamedas (vegetación) y plantas medicinales se han ido secando y algunas especies de animales se encuentran en riesgo de extinción

Laura asegura que debido a la sequía severa provocada por el despojo, se han presentado cada vez más enfermedades como diabetes, hipertensión, obesidad y problemas cardíacos; además agrega que la contaminación de la poca agua que queda está relacionada con padecimientos como leucemia, cáncer e irritaciones en la piel. Por ello, el aporte de Alejandra a la lucha por el agua es la resistencia, desde la medicina tradicional y el lado espiritual del pueblo Yaqui. 

Por otro lado, la imposición de los dos acueductos en sus tierras ha desviado el flujo de agua con el discurso de que será para poblaciones de ciudades como Hermosillo. Sin embargo, ha sido negociada con empresas extranjeras como la refresquera Coca-Cola y la cervecería Heineken desde 2013, en casi una década de saqueo, lo expone Laura. 

La defensora Alejandra está convencida de que el río se puede salvar a partir del Plan de Justicia en donde se exige que entreguen el 50 por ciento de la cuenca del río, que se cumpla con este decreto para que se pueda restablecer el flujo del agua y con esto resolver el abastecimiento a los pueblos, para la siembra. Construir el Caudal Ecológico para mantener las especies animales y vegetales es lo que exigen ahora al gobierno mexicano de Andrés Manuel López Obrador.

La amenaza constante contra la Nación de los venados 

Los ataques históricos de despojo, amenazas e intimidaciones contra los yaquis y los defensores ambientales siguen ocurriendo. Recientemente asesinaron al vocero del pueblo Tomás Rojo. Encontraron su cuerpo en una fosa el 24 de junio de 2021. Rojo encabezó las protestas contra el gobierno de Sonora en los últimos años. También desapareció Lorena Josefina, hermana del también vocero yaqui, Mario Luna, el 21 de junio, ambos del pueblo Vícam, el mismo al que pertenece Alejandra.

La niña que soñó con caballos blancos 

Cuando era niña, Alejandra soñaba que caballos blancos hablaban con ella, le decían sobre el espíritu de la tierra. Hoy su hija, la más pequeña, Tosalinamu, Nube Blanca, también cura a su familia y a otras mujeres de la comunidad. Es como si la misma Alejandra sanara a través de ella. Está en todos lados, en todas las formas, en el futuro, en todos los tiempos, como si sus saberes, su ser, permanecieran de forma infinita.  

Nota. Esta historia hace parte de la serie periodística Miradas a los Territorios ¡Resistir para Sanar!, y se produjo en un ejercicio de co-creación con periodistas y comunicadores indígenas y no indígenas de la Red Tejiendo Historias (Rede Tecendo Histórias), bajo la coordinación editorial del medio independiente Agenda Propia.

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