Sabedores Kamkuamos reflexionan sobre la crisis del clima
Indígenas kamkuamos advierten que la crisis climática está afectando a sus árboles sagrados, los morunduas, y a diversas plantas medicinales.
Margarita Uriana y su madre, Dolores Uriana, indígenas Wayuu, buscan agua para llevar a su familia en la comunidad de Punta Gallinas, Guajira, Colombia. Fotos: Luzbeidy Monterrosa.
Giovanni Salazar.Consulta este contenido en los idiomas y lenguas
Los indígenas Wayuu, en La Guajira, han recorrido milenariamente el territorio en búsqueda de agua dulce, por medio de los sueños, según los abuelos, se ha revelado su ubicación. Esta historia retrata el caminar de las mujeres por el desierto y la lucha de dos comunidades por preservar el agua que cada día es más escasa, en una región del extremo norte de Colombia que resiste ante prolongadas sequías y la crisis climática.
La tierra es seca, muy seca. El sol arde fuerte desde tempranas horas del día. El viento sopla arena muy fina de las dunas del desierto y la brisa del mar Caribe refresca el ambiente. El lugar es Bahía Hondita, un territorio ancestral del pueblo indígena Wayuu, en La Guajira, Colombia. Allí existe un solo sitio donde brota agua dulce y abastece a unas 720 personas de las comunidades Bahía Hondita y Punta Gallinas.
Al lugar lo conocen como Los pozos, queda en medio de las dos comunidades, al lado del océano, en la región de la Alta Guajira, y es un punto de encuentro de vida para los Wayuu, en especial para las mujeres. Este sitio fue revelado en un lapü (sueño en lengua wayuunaiki) a uno de los mayores quien comunicó que allí había agua.
Cada mañana, desde sus rancherías (pequeños asentamientos donde viven los Wayuu), ellas se desplazan a pie, en bicicleta o en burro en medio de las tierras áridas, de los árboles de trupillo y de los cactus o cardones para recoger agua de los pozos subterráneos.
El agua o wuinkat (en wayuunaiki) es escasa en la Alta Guajira y los Wayuu aguantan sed. La lideresa indígena Luz Mila Arends Gouriyú, del eiruku (clan en wayuunaiki) Gouriyú, dice que esa “ha sido siempre nuestra gran necesidad”.
Luz Mila, de 43 años, explica que desde hace 40 años en Bahía Hondita las familias han construido 25 pozos, de entre siete a ocho metros de profundidad, donde sacan el agua y la usan para preparar los alimentos y para darle de beber a los animales, como los chivos y las cabras que hacen parte de su economía propia. En Bahía Hondita se benefician 490 habitantes, y en Punta Gallinas, 230, de acuerdo con los registros de población que llevan las autoridades indígenas en la zona, comenta la lideresa Luz Mila.
Los pozos están deteriorados y en varios de ellos, el agua es salobre, es decir, menos salada que el agua de mar, y no es apta para el consumo humano porque no es potable y tampoco es limpia. Sin embargo, así la usan varias comunidades, por ejemplo, preparan el café o el tinto que ofrecen a sus visitantes.
En esa zona, considerada el punto más al norte de Colombia y Sudamérica, según reza en letreros que orientan a los turistas, en corregimientos de la península de La Guajira como Siapana y Nazareth, y en el Parque Nacional Natural Macuira son contados los pozos, jagüeyes o reservorios de agua, varios se encuentran en mal estado y otros se han secado porque no llueve.
Luz Mila recuerda que cuando era niña, la fuerza de “juya (lluvia) era más presente y se mantenían llenos los pozos con agua dulce”. Hace 30 años, de acuerdo con la lideresa, en Punta Gallinas llovía entre agosto e inicios de diciembre, pero en las últimas dos décadas “las lluvias no tienen fecha y son escasas”.
En la Alta Guajira no alcanzan a caer al año los 500 milímetros de lluvia, lo que corresponde a las menores cantidades en todo el país, según el Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales, IDEAM.
La principal lucha de los Wayuu, quienes se consideran los hijos de mma (tierra) y de juya (lluvia), es calmar la sed para seguir caminando por su woumainkat (territorio) ancestral y mantener sus tradiciones como el tejido y la palabra. El pueblo Wayuu es binacional, en Colombia viven 380.460 personas, según el censo de población del Departamento Administrativo Nacional de Estadística, DANE, (2018), y en Venezuela son 415.498 indígenas, de acuerdo con el censo del Instituto Nacional de Estadística, INA, (2011).
Paisajes de las dunas de Taroa en La Guajira, Colombia. Imagen drone
Edilma Prada Céspedes..Pasadas las siete de la mañana, al área de los pozos llegan mujeres, hombres, niñas y niños cargados con timbos plásticos, también conocidos por la comunidad como “pastas de plástico”, para recolectar el agua.
Las jóvenes María Luisa Matta Gouriyú y Luz Mery Matta Pushaina se acercan en dos bicicletas y descargan cuatro timbos vacíos, con capacidad de 20 litros, que traen amarrados de su transporte.
Ellas abren un candado que asegura la tapa de cemento de uno de los pozos, de ocho metros de profundidad. María Luisa y Luz Mery explican que de ese hoyo solo saca agua su familia. Alrededor, otros pozos tienen candados, es decir que son de uso privado y es la manera cómo los Wayuu cuidan y preservan el agua.
María Luisa y Luz Mery organizan los timbos. Luego, una de ellas lanza al fondo del pozo un recipiente pequeño que sostiene con un lazo para sacar el agua y poco a poco lo va jalando hasta llevarlo a la superficie. Finalmente, ayudándose con un embudo deposita el agua en los timbos.
Entre risas, las jóvenes repiten el proceso varias veces hasta llenar “las pastas de plástico” que llevarán a su ranchería. Esta actividad la hacen todos los días y en ella se demoran entre dos y tres horas.
“Usamos el agua para tomar, para lavar, para cocinar y para hacer todo, sin agua no se puede vivir”, expresa María Luisa, mientras con una cabuya amarra fuerte uno de los timbos en la bicicleta para llevarlo a la comunidad de Bahía Hondita.
María Luisa explica que su rutina diaria es levantarse a las seis de la mañana, buscar los timbos y luego caminar o llegar en bicicleta hasta los pozos. “Terminamos como a las diez. Después de buscar el agua descansamos”, comenta la joven.
Para ellas cargar el agua es cargar la vida, es calmar la sed de su familia y por eso cuidan cada gota de wuinkat, que además para su cultura nutre el cuerpo, fortalece el alma y limpia la piel y el espíritu de los males.
A las nueve de la mañana, cuando el sol arde más fuerte, otras dos mujeres y una niña llegan a este punto de encuentro de los pobladores Wayuu. Ellas traen seis timbos amarrados en dos burros.
Las mujeres se aproximan a un pozo comunitario donde hay niños y adultos recolectando agua.
Dolores Uriana Gouriyú y Margarita Uriana le piden ayuda a uno de los jóvenes para llenar los timbos. Mientras conversan en su lengua materna, wayuunaiki, y con buena disposición, el joven agarra un recipiente mediano y lo tira al fondo del pozo, luego con mucha fuerza lo va sacando lleno de agua para vaciarla a los timbos.
“Todos los días camino durante una hora desde Punta Gallinas para llegar aquí, queda lejos. Debemos cuidar el agua, no malgastarla porque a quienes vivimos lejos nos da más trabajo venir hasta acá”, es el llamado que hace Dolores.
Ella, quien viste una manta (traje tradicional de las mujeres Wayuu) de varios colores y cubre su cabeza con una pañoleta negra con borde blanco, se mostró preocupada porque “el wuinkat se está agotando”, dice.
“Hay muchos pozos cercanos dañados, o con agua salada, antes iba a otros que quedan cerca de Punta Gallinas, pero ya no funcionan, el agua es poca o no sirve para tomar”, comenta Dolores.
Allí Dolores y Margarita se demoran unas tres horas. Cargan los timbos en los burros y emprenden camino hacia Punta Gallinas.
La visita a los pozos es como un ritual. Las mujeres se recargan de la fuerza que representa el agua para seguir resistiendo en una región árida y con muchas necesidades y para mantener el bienestar en sus familias.
Para la cultura Wayuu, la mujer o jieyuu son el eje fundamental, ya que son las transmisoras de los conocimientos ancestrales de generación en generación y mantiene la matrilinealidad que los caracteriza como pueblo.
A las diez de la mañana Nicolás Uriana, de 58 años, llega a los pozos con un rebaño de 50 cabras y chivos para darles agua. Allí también hay construidos abrevaderos comunitarios, que son albercas alargadas donde corre agua fresca para los animales.
Él lleva visitando este lugar varias décadas, de lunes a domingo, y es donde encuentra la esperanza de vida de su pueblo. No se imagina este sitio sin agua, “sería nuestra gran tragedia”, dice.
Nicolás trae a la memoria que por medio de los sueños los abuelos han revelado la ubicación de los “ojos de agua”. Dice que el poder de este sitio se conoció hace 40 años por medio de un lapü (sueño)”.
“Un abuelo de la comunidad soñó que aquí había un sitio de donde podían sacar agua para el consumo, para los animales, entonces la gente llegó y excavó y encontraron el agua. Luego hicieron los pozos y fueron llegando las demás personas. Cada familia tuvo que dar (ofrendar) un chivo, café y chirrincho (bebida tradicional) para que el agua nunca se acabe”, narra Nicolás. En la cultura Wayuu, los chivos son sacrificados como ofrenda para los espíritus.
Este sueño premonitorio se ha convertido en un relato importante para la comunidad, que comparte a quienes la visitan, y recuerda que a través de los sueños sus ancestros les muestran el camino a los Wayuu, una población que conserva sus tradiciones como la lengua propia, los rituales, los tejidos, las danzas y su forma de organización por clanes familiares.
Alrededor de sus creencias, en los pozos, las comunidades de Bahía Hondita y Punta Gallinas comparten el agua, la palabra y los sueños.
En el lugar donde están los pozos, el agua dulce ha ido mermando. “Estamos en riesgo, el agua se puede acabar en cualquier momento, eso ya lo estamos viendo”, dice Nicolás.
Además, varios pozos se observan averiados y tampoco tienen agua. Según Nicolás, “cada año tienen que sacar arena. Cuando hay mucha arena bajo el agua se seca”. Y reclama que hace falta apoyo del gobierno para hacer un mejor mantenimiento.
Nicolás también comenta que hace 50 años la gente iba hasta las dunas de Taroa a buscar agua, pero ahora, cada vez es más seco. “A veces, hay agua dulce, pero no tiene una profundidad como esta”, asegura.
Esa necesidad de agua ha hecho que las comunidades vigilen y hagan turnos para cuidar sus hoyos y evitar que de otras zonas de la Alta Guajira se lleven el agua. En esa región se han presentado conflictos, sin embargo, cuando hay suficiente líquido lo comparten con otras familias.
También cuidan el agua para los animales. Además del caminar de las personas por el desierto hasta los pozos, todo el día llegan grupos de chivos y de cabras.
Los dueños de los rebaños pueden usar los abrevaderos en horarios establecidos por las comunidades y para evitar que los animales se mezclen. “Como cada familia tiene los chivos por eso nos dividimos los horarios. Yo vengo aquí a diario, me quedo un largo tiempo con los animales, luego regreso a mi ranchería”, dice Nicolás, quien se despide invitando a todos los Wayuu a preservar los lugares donde brota agua dulce.
En la Alta Guajira llueve poco y en varias ocasiones las lluvias se dan cuando hay huracanes en el mar Caribe.
En noviembre de 2020 el huracán Iota generó fuertes lluvias y para los Wayuu significó un alivio ante la escasez de agua. Iota devastó la isla colombiana de Providencia y con graves daños a San Andrés; también causó afectaciones severas en varios países de Centroamérica como Honduras y Guatemala.
“Hubo mucha lluvia, mucho viento, pensamos que se nos iban a ir los techos de las casas, pero gracias a Dios recogimos buen agua y sembramos también”, recuerda Luz Mila y agrega que logró cultivar patilla, fríjol, melón, ahuyama y tomate.
La lideresa asegura con preocupación que la crisis del clima también ha afectado la pesca. “Antes se sacaba más pescado. Por el cambio climático, el mar se pone frío, a veces duramos un mes sin tanto pescado, solamente para lo básico, para el consumo de nosotros”.
Adicional a la falta de lluvia y a las prolongadas sequías, el problema se agravó desde hace cinco años cuando empezaron a llegar familias indígenas retornadas de Venezuela y el agua no alcanza.
“Entonces ahora la densidad o cantidad de agua ha bajado más, ya es un poquito para cada familia. A Punta Gallinas han llegado como 80 personas más y a Bahía Hondita unas 30 personas, entonces somos más y todos necesitamos agua”, agrega Luz Mila preocupada.
Allí también preservan el agua para el turismo, otra forma de vida de los Wayuu. Punta Gallinas es uno de los lugares más visitados por turistas nacionales y extranjeros en La Guajira. La inmensidad del mar Caribe, las dunas de Taroa, las formaciones rocosas, la bondad y la cultura de los Wayuu han convertido a este territorio lleno de bellos paisajes en un lugar propicio para conocer. Sus habitantes comparten su necesidad con los visitantes a la espera de que la humanidad se concientice del cuidado del agua.
El mar Caribe en el extremo norte de Colombia, territorio del pueblo indígena Wayuu. Imagen drone
Edilma Prada Céspedes..Nota. Esta historia hace parte de la serie periodística Miradas a los Territorios ¡Resistir para Sanar!, y se produjo en un ejercicio de co-creación con periodistas y comunicadores indígenas y no indígenas de la Red Tejiendo Historias (Rede Tecendo Histórias), bajo la coordinación editorial del medio independiente Agenda Propia.
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Espiritualidad para combatir la sequía que afecta a familias indígenas productoras.
La cosecha de la miel de la abeja melipona, especie sin aguijón, es una actividad ancestral de los pueblos indígenas Totonakus y Nahuas en la Sierra Norte de Puebla, en México. La producción beneficia económicamente a las familias y les permite proteger el territorio, pero hay serias amenazas sobre la actividad.
Un sabedor tradicional, una partera y un cuidador protegen el uso de las plantas, uno de los legados del pueblo indígena Misak. En la casa Sierra Morena siembran más de 200 especies de flora que utilizan para sanar las enfermedades físicas y espirituales de sus comunidades en el municipio colombiano de Silvia, en el departamento del Cauca.
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