La líder indígena camina con su vestimenta tradicional por las calles de tierra de la comunidad de Maikiuants, sede de su organización.

Lluvia Comunicación.
Ecuador

Josefina Tunki: “Si hay que morir en la defensa del territorio, hemos de morir”

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Jan 7, 2022 Compartir

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La primera mujer en presidir el Pueblo Shuar Arutam enfrenta amenazas de muerte por su lucha para evitar que la minería se instale en territorio indígena: “Lo que más me preocupa es que en el rato menos pensado puede haber desalojos o confrontaciones”.

*Este reportaje hace parte de una alianza periodística entre Mongabay Latam y La Barra Espaciadora. La republicación de la historia se realiza en Agenda Propia en el marco de un acuerdo informativo con Mongabay Latam.

Josefina Tunki es madre, aunque no tiene hijos biológicos. En el 2019 se convirtió en la primera presidenta del Pueblo Shuar Arutam (PSHA) del Ecuador, organización indígena que reúne a cerca de 12 000 personas que habitan en la Cordillera del Cóndor, en el suroriente del país. Desde ese momento, el instinto de protección hacia su pueblo y su territorio reforzó su compromiso vital.

Nunca ordenaría una acción armada, dice con voz firme y segura, pero si los indígenas shuar se tienen que defender de la presión y la violencia de las empresas mineras y del Estado ecuatoriano, ella se pondría al frente para proteger las montañas, los bosques y las cascadas que su pueblo ha habitado y cuidado desde hace siglos.

Tunki dice que no tiene miedo a las armas de policías ni militares. Tampoco a las amenazas de muerte que ha recibido por parte de los mineros. Teme que su pueblo pierda su hogar: “Lo que más me preocupa —confiesa— es que en el rato menos pensado puede haber desalojos o confrontaciones”.

El Estado ecuatoriano ha entregado 165 concesiones mineras que ocupan el 56% de las 230 000 hectáreas de territorio del PSHA, de acuerdo con información de la organización no gubernamental Amazon Watch. A partir de la década de los 90, las concesiones se han dado a las empresas Solaris Resources (Canadá), SolGold (Australia), ExplorCobres S.A., EXSA (China y Canadá) y Aurania Resources (Canadá) para explotar cobre, oro y molibdeno.

Los trabajos ya están en etapa de exploración, aunque el PSHA no ha sido consultado sobre si está de acuerdo con que se haga minería a cielo abierto en las cimas de sus montañas. Tampoco quieren ser consultados. Josefina Tunki repite en medios de comunicación, foros y otros espacios: “¡El Pueblo Shuar Arutam ya decidió! ¡No a la minería!”.

Carlos Mazabanda, geógrafo y coordinador de Ecuador para Amazon Watch, explica que en esas montañas nacen muchos afluentes de ríos que, de ser contaminados por la acción minera, provocarían un daño ambiental en cadena. Además, se trata de una zona donde las lluvias son constantes y con alto peligro sísmico. “Esto supone un riesgo para las estructuras de las minas, para el socavón (que se abre para la explotación minera) y las piscinas de desechos”, precisa.

No obstante, el gobierno del exbanquero Guillermo Lasso impulsa la expansión de la frontera extractivista en la Amazonía ecuatoriana. En los primeros 100 días de su mandato, el presidente firmó los decretos 95 y 151 que formalizan los mecanismos para que instituciones gubernamentales otorguen rápidamente licencias ambientales a las industrias petroleras y mineras.

“Para nosotros, el decreto 151 significa que nuestros territorios están amenazados por la minería a gran escala. Nos damos cuenta de que esto no está bien, ¿a quién le consultó Guillermo Lasso, con quién socializó los impactos positivos y negativos de la minería? Con nadie, porque a nosotros no nos consultaron. Todos en las bases comunitarias deben opinar, pero ni él ni sus asesores ni siquiera conocen nuestras comunidades”, dijo la lideresa del PSHA el 18 de octubre de 2021, durante la presentación de la primera de una serie de demandas que los pueblos y nacionalidades presentarán contra el presidente ecuatoriano con el objetivo de que se eliminen los decretos.

Intimidaciones al Pueblo Shuar

Pasada la medianoche de un lunes de septiembre de 2021, Josefina Tunki entra a un hotel de Sucúa, una ciudad de la provincia de Morona Santiago. No llega al metro sesenta de estatura pero su presencia no pasa desapercibida. Pide una habitación y al hacerlo, su timbre de voz grave se deja oír. Cada vocal y cada consonante suenan enfáticas. Sus palabras reverberan. La recepcionista no tiene idea de que está recibiendo a la líder de 47 centros shuar organizados en seis asociaciones. Tunki no anda con pompas ni con comitiva. Su rostro, de piel cobriza, tiene rasgos geométricos. Aunque sus pómulos se destacan, no ocultan las ojeras, rastros de largas jornadas. Esta vez, como ocurre con frecuencia, dormirá poco.

A las cuatro y pico de la madrugada, la mujer shuar recibe la llamada de una autoridad de la provincia que le dice que los comuneros del centro Maikiuants, sede de la organización, están cobrando el paso por la comunidad. No es la primera vez que circulan mentiras en contra del PSHA o de sus dirigentes, sostiene. Ella no se deja engañar. A las seis de la mañana ya está camino a las oficinas de la organización que lidera. Su largo cabello gris, recogido en una sola hebra, reposa sobre su blusa morada.

Nada identifica a las oficinas del PSHA. Sus miembros, por seguridad, lo prefieren así. El 6 de noviembre de 2020, Josefina Tunki recibió —también a través de una llamada telefónica— una amenaza de muerte que ahora ella parafrasea: “Si siguen molestándome con denuncias nacionales e internacionales, una cabeza de estas tendremos que degollar”. Palabras más, palabras menos, eso fue lo que le habría dicho Federico Velásquez, vicepresidente de operaciones de la minera Solaris Resources y presidente del Proyecto Warints.

Federico Velásquez tiene otra versión del hecho. En un pronunciamiento enviado vía correo electrónico, contó que durante esa llamada telefónica, él le habría reclamado por “ataques que por redes sociales ella estaba realizando a la compañía”. Según Velásquez, Josefina habría dicho que ella “no manejaba, ni era responsable de las redes sociales del Pueblo Shuar Arutam”. Frente  a esto, él habría respondido “si eso llegara a pasar en la Compañía a la que represento (no manejar, ni conocer lo que escriben  en las redes sociales de la Compañía) sin mi autorización, yo cortaría cabezas”.

El 21 de diciembre de 2020, Tunki presentó una denuncia en la Fiscalía de lo Penal en Sucúa contra la empresa Solaris y su gerente Federico Velásquez por amenaza e intimidación. El proceso estaba, hasta el 25 de octubre de 2021, en etapa de indagación previa.

Esa no es la única intimidación que ella y otros líderes del PSHA han sufrido. Marcelo Unkuch, dirigente de gestión externa de la organización, cuenta que drones aparecen con cierta frecuencia a las fueras de las oficinas o de sus residencias. Edy Chinky Nawech, dirigente de comunicación, denuncia que también han sufrido el hackeo de sus redes sociales.

Esa mañana de septiembre, Josefina Tunki y Marcelo Unkuch visitarán la comunidad de Maikiuants para escuchar a los comuneros sobre el supuesto cobro de peaje. Además, recogerán información sobre un enfrentamiento que hubo entre las mujeres de la comunidad y promineros, mientras la mayoría de hombres estaba en otra comunidad, en una asamblea que se realizó días antes.

El viaje en auto empieza en Sucúa, desde las oficinas del PSHA. Durante unas dos horas se avanza hacia el suroriente sobre una carretera asfaltada y las casi tres horas restantes transcurren a lo largo de un camino de tierra abierto al borde de las montañas. Para muchos, la geografía ha dificultado el ingreso a muchas comunidades, pero para los shuar eso nunca ha sido impedimento. La lideresa indígena cuenta que antes de la existencia de la carretera, entraba a Maikiuants caminando dos días.

Líder desde la cuna

El camino es largo pero la charla lo hace corto. Josefina Tunki, originaria del cantón Tiwintza, que limita con Perú, recuerda que ingresó a un internado de los salesianos cuando se le estaban cayendo los dientes. Tenía siete años. Desde esa edad hasta los 15, solo regresaba a casa durante el verano, por dos meses. “Cuando hablaba mi idioma, recibía reglazo o borrador en la cara —cuenta—, los misioneros salesianos nos dijeron que los mitos no valían, que son cosas paganas, que nosotros somos vagos, que ellos vinieron a enseñarnos a trabajar, pero al mismo tiempo, nos decían que la plata es del diablo, que hay que tener poco”.

Tunki mantiene su fe católica, pero cuestiona los métodos que los religiosos usaron para imponer el pensamiento occidental entre los pueblos indígenas. Ahora ya no va a misa ni se confiesa con frecuencia. Dice que confía en “el juicio de Dios”, pero también en los relatos de su abuela sobre la cosmovisión shuar, y en los conocimientos de la medicina ancestral.

Su trayectoria como líder empezó cuando cursaba el colegio, aunque ella cree que el liderazgo le viene desde la cuna. Fue criada hasta los siete años por su abuela con la disciplina de los antiguos shuar y durante las vacaciones acompañaba a su mamá a las mingas. “Empezamos a organizarnos, éramos muy activos. Ahí fui entendiendo lo que es organizarse”. Su primer cargo fue como secretaria de Chiches, su comunidad.

A lo largo de sus 59 años ha ocupado diferentes cargos: fue docente bilingüe por siete años y salió del Magisterio —recuerda— para tener la libertad de caminar con su pueblo. Fue tesorera de su comunidad, dirigente de la Mujer de la Federación Interprovincial de Centros Shuar (FISCH), presidenta de la Asociación Artesanal Agroforestal Kanus (Asokanus), Concejala de la Niñez y Adolescencia de Tiwintza y presidenta de la Asociación Santiago, una de las seis que integran al PSHA. Desde esa posición, de acuerdo con el Plan de Vida de la organización, fue elegida presidenta del Pueblo.

Edy Chinky Nawech, dirigente de comunicación, cuenta que escuchó los primeros discursos de Josefina Tunki cuando tenía 10 años. “Para mí fue una motivación ver a una mujer en esos cargos y también ver a los líderes, quería seguir el ejemplo de ellos”, dice. Veinte años después, Chinky y Tunki caminan hombro a hombro en defensa de su territorio.

La primera vez que coincidieron fue en el 2005, cuando él entró a trabajar en el Municipio de Tiwintza y se encontró con ella, quien en esa época era despachadora de la bodega municipal. Poco después se hicieron grandes amigos. “El trabajo de organización comunitaria es así, hay muchas críticas, pero hay que estar bien plantado. Hay que escuchar todo lo que pasa”, recuerda que le decía ella. “Josefina es una mujer humilde, sencilla, solidaria. Es tranquila, nos escucha. En esta organización es como nuestra madre”.

Esta no será la única vez que se referirán así a Josefina Tunki. Ella es recíproca. En ocasiones, trata a los pobladores del PSHA como “hijos”. Cuando se dirige exclusivamente a las mujeres las llama “hijas”.

Josefina muestra una flor de una de las especies de guanto que tiene en su huerta. Esta planta tiene múltiples usos medicinales. Foto: Ana Cristina Alvarado.

Mujeres en resistencia 

Antes de llegar a Maikiuants se ve el rastro de un incendio al lado de la carretera. El 8 de septiembre de 2021, maquinaria de la minera Solaris, asentada en territorio del PSHA, fue quemada. La empresa y varios promineros acusaron a las mujeres shuar de haberlo hecho, pero el Pueblo asegura que se trató de un nuevo intento de criminalizar su resistencia.

“Cómo van a venir hasta aquí las mujeres caminando”, se pregunta con enojo Marcelo Unkuch y explica que ese día, los hombres estaban en asamblea en Tiwintza, a varias horas de distancia, y que solo mujeres, jóvenes y niños se quedaron. “A los que estaban en la asamblea también les culpan, diciendo que son los mentalizadores. ¡Cómo mienten, cómo imaginan!”, exclama Unkuch.

Para ingresar a Maikiuants hay dos controles, el primero, a las afueras de la comunidad y el segundo, a la entrada del centro poblado. En ese punto, seis mujeres se relevan para controlar el ingreso día y noche. “El objetivo es que no pasen maquinarias de las empresas transnacionales”, explica Tunki. Esa carretera, que pasa por el territorio del PSHA y que atraviesa la comunidad de Maikiuants, llega a Warints. Áreas de esta comunidad y de Yawi fueron concesionadas a la canadiense Solaris.

Ya en el lugar, Fanny Kaekat, socia de la comunidad, cuenta que a las dos de la mañana del 8 de septiembre fueron alertadas sobre la llegada de maquinaria. Desde esa hora, las mujeres se mantuvieron atentas. A las 05:30, la plataforma llegó a las cercanías de Maikiuants. Diez  mujeres con sus hijos, entre ellas Kaekat, se acercaron y le dijeron al conductor que no podía pasar. Tunki, sentada frente al auditorio, escucha a su compañera sin quitarle la mirada. Su rostro luce serio y afectado, aunque ya estaba bien enterada de cómo ocurrieron los hechos.

Cuando las mujeres se quedaron solas, por redes sociales se enteraron de que una maquinaria había sido quemada por gente que se cubrió el rostro. “Estuvimos con la cara limpia, sin camuflar”, continúa con su relato Fanny Kaekat.

En su intervención, Josefina Tunki les reiteró su apoyo. “Todo es a favor de la empresa mientras una madre del hogar está ahí parada, defendiendo los derechos de sus hijos. ¿Quién les trae la comida? ¡Ese es el camino que nos arrasa, es el camino de la pobreza!”.

Las mujeres shuar quieren proteger el futuro de sus hijos. “Siempre hemos vivido aquí, aquí nos dejaron nuestros abuelos y aquí queremos dejar a nuestros hijos para que no anden un día de esclavos ni mendigos”, dice Nancy Antún, líder de las mujeres de Maikiuants.

El machismo, el otro enemigo

Josefina Tunki no se imaginó que en 2019 ganaría la presidencia del Pueblo Shuar Arutam. Mujeres como las de Maikiuants apoyaron su candidatura.

“Las compañeras dijeron, ahora vamos a elegir una mujer, debes ir tú. Vamos a hacer prueba, si trabajas bien, después iremos nosotras”, recuerda Tunki que le dijeron las mujeres presentes en la elección.

Fanny Kaekat no olvida que Tunki fue la única presidenta de las seis asociaciones del PSHA que la apoyó cuando presentó un proyecto de capacitación para mujeres sobre formación política y derechos. “Los hombres no nos tomaban en cuenta”, recuerda Kaekat.

Nancy Antún también siente orgullo por contar con Josefina Tunki como su representante. También cree que la llegada de una mujer a la dirigencia ha llenado de confianza a las demás. “Por más que le vean la debilidad, que los hombres le discriminen, nosotros estamos con todo el apoyo para que la Josefina termine su periodo”.

Los hombres más cercanos a la lideresa del PSHA han sido testigos del conflicto de género que ha creado la llegada de una mujer a la presidencia de la organización. Carlos Mazabanda, quien desde Amazon Watch trabaja de cerca con el Pueblo, cree que esto responde a que no ha habido un proceso desde las bases para que las mujeres hagan oír su voz y lideren en condiciones de igualdad con los hombres. “En nuestro consejo mismo ha habido ese machismo de parte de algunos compañeros ejecutivos”, admite Chinky.

Josefina Tunki cree que el machismo no está en todos los hombres, pero reconoce que en esta dirigencia ha sufrido múltiples atropellos por ser mujer. “Se refieren a mí en términos no tan decentes”, cuenta. Sin embargo, ha recibido apoyo moral de sus compañeros cercanos. Chinky es el dirigente en quien ella más confía y Marcelo Unkuch es su mano derecha. Los representantes de las organizaciones internacionales también han sido un apoyo cuando los ánimos han decaído. Además, decenas de mujeres del PSHA la respaldan y están pendientes de su bienestar.

La presidenta del PSHA se ha convertido en un referente del temple de la mujer shuar. “La Josefina es clave. Sin la Josefina nosotros no significamos. Como mujer, ella conoce nuestras necesidades, nos entendemos, nos puede comprender mejor que los hombres”, opina Nancy Antún.

Madre y sanadora

Cerca de cumplir sesenta años, Tunki luce como una abuela sabia. Aunque la mayor parte del tiempo parece seria y dura, hace bromas y hasta se ríe a carcajadas. Es una estratega para luchar y resistir contra las mineras, pero también muestra un carácter maternal. Se preocupa por sus interlocutores, les pregunta cómo están, escucha y, si es necesario, da consejos con ternura a partir de su experiencia.

“A la Josefina le siento como mi madre”, dice Antún. “Me ha dado apoyo moral y fuerza. Cualquier cosa, cualquier inquietud, con confianza le preguntamos. Le felicito una y mil veces, ha estado atenta, como una madre”, agrega la comunera. Chinky también la ve así: “He tenido la confianza de comentarle algunas cosas familiares. Ha sido una de las mujeres que más me ha aconsejado”.

La agenda de Josefina Tunki en la comunidad de Maikiuants termina al caer el día. Esa misma noche regresa a Sucúa. Los días pasan rápido y no alcanzan para realizar todas las actividades pendientes. Por eso, el horario de la presidenta se extiende hasta las noches.

Al día siguiente visitará su comunidad, Chiches, a unas tres horas al sureste de Sucúa.

Al terminar su periodo, en marzo de 2023, Josefina Tunki quiere volver a cuidar su huerto de plantas medicinales. Tiene al menos dos docenas de especies, entre guantos, ruda, cúrcuma y ají. Planifica reabrir las puertas de su casa —una sencilla construcción de tablones— para curar a los enfermos con la medicina ancestral que aprendió de sus mayores.

No cree en los shamanes, porque es católica, pero sí en el poder de las plantas como creación de Dios. Ella se imagina de nuevo tranquila, ya sin las responsabilidades del cargo al frente del PSHA, pero reconoce que seguirá atenta.

Parte del territorio de Chiches, su comunidad, también está concesionado a las mineras, en este caso, a la empresa australiana Solgold. Como ella, los comuneros shuar están dispuestos a resistir ante la creciente arremetida del extractivismo en la Amazonía. “Si hay que morir en la defensa del territorio —dice—, hemos de morir”.

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