Las amenazas a la abuela Mar: una mirada de resistencia desde el pueblo Gunadule
Ante el aumento del nivel del mar, el pueblo indígena Gunadule resiste gracias a su cosmovivencia con el océano.
Composición fotográfica. Ana Cristina Vicente, originaria de Tolupán, Honduras, sonríe mientras abraza a sus dos hijas. Ella migró a México porque su comunidad quedó devastada tras los huracanes Iota y Eta en el año 2020. Foto: Diana Manzo.
Giovanni Salazar.Consulta este contenido en los idiomas y lenguas
Quienes viven en el campo no quieren abandonar su terruño ni sus parcelas que les dan la vida. Pero cuando lo único que queda es la sobrevivencia, migrar es la alternativa para miles de familias de Honduras, entre ellas, las comunidades indígenas y garífunas.
Cansado, ojeroso, recorre descalzo las vías del ferrocarril de Ixtepec, Oaxaca, comunidad indígena zapoteca (nombrada en lengua originaria como Binnizá), ubicada al sur de México. Ahí hay, hace décadas, una relación con la comunidad migrante centroamericana.
Pedro Arredondo Ramírez es migrante indígena (nombrado en zapoteco Binni zeeda de xti guidxi ) de la comunidad de Tolupán, en el departamento de Yoro, Honduras. Tiene 60 años, durante 40 cuidó su parcela, sembró maíz y frijol. De eso solo quedan recuerdos porque todo lo dañaron los huracanes Iota y Eta en noviembre de 2020. Tuvo que emigrar contra su voluntad. Ahora, vuelve la mirada a otra tierra.
Pedro no duda de que algún día regrese y retome su labor de jornalero, y así resucite su vida en el campo que le apasiona.
Sin precisar datos ni cifras, la Agencia de la Organización de las Naciones Unidas para Refugiados (Acnur) informó que en el primer trimestre del 2021 el número de nuevas solicitudes de asilo en México corresponden en su mayoría a personas con nacionalidad hondureña.
Cuando se le pregunta cómo llegó a Ixtepec sus ojos lagrimean y su voz se entrecorta. “Vine a ver qué puedo obtener de este lado, aunque a mi edad lo único que sé es limpiar terrenos o cuidar parcelas. Eso es lo que hacía allá en Honduras antes de que el huracán se llevara todo”. Como Pedro, otros adultos mayores están en el albergue intentando migrar como lo hacen los más jóvenes.
El albergue se llama “Hermanos en el Camino”, lo fundó el sacerdote mexicano Alejandro Solalinde Guerra en 2007 y desde entonces brinda acompañamiento a los migrantes de Centroamérica. Les dan cobijo, agua, alimentos y les ayudan a obtener permisos de estancia segura en México.
En el departamento de Yoro, donde cuidaba sus parcelas de maíz y frijol, se quedaron su esposa y su hijo. Pedro se desplazó en los primeros días de enero de este año (2021), primero al departamento de Cortés, después a Omoa, cruzó Guatemala y llegó a la frontera sur de México. En este sitio, durante varias horas, caminó con unos jóvenes, también migrantes.
Al llegar a la frontera mexicana, Pedro caminó desde Tapachula, Chiapas, hasta el poblado llamado Chahuites en el estado de Oaxaca. Toda esa ruta son 284 kilómetros, un tramo largo que le causó grietas en sus pies, después abordó un camión que lo condujo a Ixtepec, también territorio oaxaqueño.
“No quiero morir en México. La esperanza es sobrevivir de lo que pueda, las parcelas están muertas. Allá, en Honduras, lo único que hay es desolación y abandono, en Tolupán se come lo que se tenga, no hay maíz, frijol, ni plátano, tampoco camote. Todo se echó a perder”, dice. Él prefirió dormir debajo de los vagones del tren y en espacios libres que quedarse en algún albergue.
Pedro llegó al municipio de Ixtepec, una coordenada en el mapa mexicano en el que la migración es parte de la cotidianidad. El historiador y lingüista Zapoteca, Víctor Cata, refiere que el pueblo Binnizá de Oaxaca tiene una estrecha relación con la migración, porque también son migrantes procedentes de los Valles Centrales de Oaxaca. Por eso, se les llama “gente de la nube”, o “que llegaron de las nubes”.
La comunidad Zapoteca de Ixtepec data del siglo XVI, antes de la conquista. Actualmente hay 24 mil habitantes y todavía conservan su lengua madre: el Zapoteco. Está conformada por los barrios Cheguigo Juárez, Cheguigo Zapata, Lahuana Milperia y Tepalcate, entre otras secciones y colonias. Este municipio es rico en tradición y cultura porque cada año celebra sus velas, fiestas nocturnas reconocidas a nivel nacional en honor a San Jerónimo Doctor.
Por su cercanía del Istmo de Tehuantepec con la costa oaxaqueña, aquí los habitantes son festivos, trabajadores y se vive con mucha algarabía. El clima tropical muestra una calidez en la actitud de la comunidad Zapoteca de Ixtepec Oaxaca, que significa “Danigueza” en su lengua madre.
En Ixtepec, los zapotecos establecieron un vínculo con los migrantes centroamericanos. Víctor, el historiador, también reconoció que hay dos sectores: unos que los ayudan y otros que por el miedo, los rechazan.
De diciembre a la fecha de este año, las personas de Honduras son las que más han solicitado asilo. Son los migrantes que las lluvias dejaron a la deriva tras perder sus casas y sus cultivos. A Ixtepec llegan los garífunas -personas de raíz africana que arribaron como migrantes y habitan en la costa de Honduras-, pero también indígenas de la comunidad de Pedro como Tolupán.
La Oficina de la Coordinación Residente y la Oficina para la Coordinación de Asuntos Humanitarios de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) refieren que las tormentas Iota y Eta afectaron a más de 4 millones de hondureños en noviembre del 2020.
Sentada en una de las camas del refugio, Wendy Barenca Martínez, de origen garífuna, encabeza el contingente de 15 migrantes de la lluvia que en Zapoteco son llamados Ca binni zeeda de xti guidxi ni guladxi nisaguié ro’. De sus casas, nada quedó. Al no haber un sueño en su tierra, decidieron buscarlo al migrar.
Wendy arribó al refugio junto con otras personas, entre ellos menores de edad. Huyeron de Honduras por las lluvias, la violencia y la discriminación que viven las personas trans. Lo sabe porque uno de sus sobrinos que viaja con ella es integrante de la diversidad sexual.
Reconoce que no supera el dolor de dejar a su familia en medio de una tragedia como la que causaron los huracanes. Aunque quisieran, no pueden regresar porque allá no hay nada y en México, al menos, tienen comida y techo.
El gobierno de Honduras, a través de las secretarías de Agricultura y Ganadería (SAG), reportó pérdidas de hasta 80 por ciento en el sector agrícola por los daños de las tormentas Iota y Eta. La crisis climática tuvo su cúspide en esta región de Centroamérica. Los últimos dos huracanes afectaron las nueve comunidades indígenas del país, en especial a la comunidad de Tolupán en los departamentos de Yoro y Francisco Morazán.
En varias comunidades de los pueblos indígenas de Tolupán, de San Francisco Locomapa, así como de las Vegas de Tepemechín y Victoria, del departamento de Yoro, ubicadas en la región centro norte de Honduras, una zona montañosa de clima tropical, los cultivos y vías de comunicación quedaron devastados. Noé Adalberto Rodríguez, presidente de la Federación de Tribus Xicaques de Yoro, advierte que por eso hay riesgo de inseguridad alimentaria, desnutrición infantil e incremento de enfermedades como el dengue.
La Organización Internacional para las Migraciones (OIM), que brindó a Honduras asistencia humanitaria y monitoreo en la emergencia por lluvias, informó que 7 mil 500 migrantes salieron en caravana hacia Estados Unidos.
En Honduras habitan nueve pueblos culturalmente diferenciados: Ch’orti’, Lenca, Miskito, Nahuas, Pech, Tawahka y Tolupán y los pueblos afrodescendientes garífunas y negros de habla inglesa o creoles.
Según un informe de las Naciones Unidas, “la población indígena de Honduras constituye el 7.25 por ciento de la población total del país. Sin embargo, el país no cuenta con políticas especiales, institucionalidad pública ni con legislación específica para garantizar y proteger los derechos de estos grupos de la población. Las comunidades indígenas habitan en zonas rurales caracterizadas por la pobreza extrema, la falta de acceso a servicios básicos, altos grados de desnutrición, elevadas tasas de analfabetismo, irrespeto a su propia cultura, inseguridad en la tenencia de la tierra y otras formas de exclusión”.
Los migrantes llegaron a la frontera sur de México. Ahí cada uno tomó su rumbo: unos caminaron, otros contrataron taxis y unos más se montaron en el tren llamado La Bestia, que pasa por la ciudad indígena de Ixtepec, Oaxaca, una de las ciudades ferroviarias de México. Ahí habita la etnia zapoteca, uno de los 68 pueblos originarios de México que por décadas se ha vinculado con la migración. Al principio el rechazo era mayor por el temor a lo desconocido, en la actualidad los mismos habitantes ponen a disposición hoteles, espacios y restaurantes a los refugiados.
A Ixtepec también llegó Ana Cristina Vicente, originaria de Tolupán, de 38 años. Abraza sus pies, los mira y después los acaricia. El dolor desapareció, pero no la historia. Ella dejó Honduras, huyó con sus dos hijas menores de edad. Sus pies hablan de esas inundaciones. Ahora, su único sueño es llegar a territorio norteamericano.
“El agua nos llegó por todos lados, pasamos días enteros debajo del agua porque no teníamos otro sitio a donde ir, después de varios días ya habilitaron los refugios y nos fuimos todos amontonados porque el dolor de la tragedia era el mismo: perdimos todo, tomé a mi hija y decidí dejar todo. Bueno, me refiero a mi familia, porque de pertenencias no quedó nada”, cuenta Ana Cristina.
Sentada debajo de un árbol frondoso en el Refugio “Hermanos en el Camino”, en Ixtepec, Oaxaca, mira sus pies descalzos, llagados y los toca. Estos pies agrietados tienen una historia, en la mayoría de las veces han caminado descalzos, otras con zapatos remendados que le obsequiaron en el trayecto. Sobrevivir a una migración forzada por el clima es un asunto que poco se cuenta.
Pensar en otra vida, en otros sueños, parece algo irreal para los hondureños. Llegar a México es una esperanza azulada como el cielo y el mar, es decir, infinita. En otros años, los hombres huían en busca de una mejor vida y las mujeres se quedaban. Tras los huracanes, la misma ONU reconoce que son las mujeres las que huyen con sus hijos o familias pequeñas completas (mamá, papá e hijos) porque allá, en su país, la vida es una tragedia.
“Honduras se está quedando sin gente. Antes, yo veía que las personas dejaban su pueblo por violencia. Ahora, por las lluvias. ¡Qué triste es todo esto que estamos pasando. Ahora, no hay familia que acompañe. Ahora, soy yo y mis dos hijas, reiniciar y reconstruir la vida fuera de casa!”, lamenta Ana Cristina.
Regresar a su país es el anhelo de Ana Cristina. Al recordar que las lluvias se llevaron todo, toma las manos de sus dos hijas y de ahí saca fuerzas para soñar una mejor vida. Quizá ya no el sueño americano, pero sí una vida digna en México, en Ixtepec, Oaxaca, esta comunidad indígena mexicana que llegó de las nubes y que ahora se reencuentra con los migrantes que llegaron de la lluvia, y que se vinculan en hermandad por una sobrevivencia digna de autocuidado y organización. Finalmente, la naturaleza ejerciendo el derecho a la vida.
Para conocer de cerca el Refugio “Hermanos en el Camino” en Ixtepec, Oaxaca, te invitamos a recorrerlo a través de esta historia gráfica:
Nota. Esta historia hace parte de la serie periodística Miradas a los Territorios ¡Resistir para Sanar!, y se produjo en un ejercicio de co-creación con periodistas y comunicadores indígenas y no indígenas de la Red Tejiendo Historias (Rede Tecendo Histórias), bajo la coordinación editorial del medio independiente Agenda Propia.
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Espiritualidad para combatir la sequía que afecta a familias indígenas productoras.
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