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Fotografía aérea de El Morro, sitio emblemático de la ciudad de Popayán. Foto web.
La pirámide truncada de Popayán
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Sobre el altiplano arquitectónico y religioso de Popayán se levanta imponente el monumento precolombino más significativo de los indios pubenenses, conocido hoy en día como el morro de Tulcán. Pese a su importancia histórica, su pasado ha sido relegado al olvido por los habitantes de la ciudad.
Catorce tumbas fueron halladas en la cima del Morro de Tulcán en los años 50. Allí se encontraron los restos de adultos y niños que habían sido sepultados hace más de 500 años, antes de que llegaran los españoles. El arqueólogo Julio César Cubillos, el primero en excavar este lugar en 1957, concluyó que una de las funciones del cerro era hacer ritos fúnebres.
Muchos años antes de que el primer español pisara tierras precolombinas, cientos de indios pubenenses se habían puesto a la tarea de construir, sobre una pequeña montaña natural, un cerro a punta de adobes y tierra pisada, que se pudiera divisar desde cualquier punto del valle que habitaban, y así llamar la atención de cualquier persona, ya que ésta estructura representaría el sitio sagrado, ceremonial, y de concentración de su comunidad.
El resultado de arduos años de trabajo, según las investigaciones de Cubillos, fue un complejo cultural cuya base es de 5 hectáreas, cuatro lados irregulares, de aristas redondeadas y cuya altura llega en su punto más alto hasta los 50 metros, que culmina con explanación, en donde se detalló la existencia de dos morrillos adicionales, lo que hace pensar que hacían parte de construcciones especializadas como templos, altares o tronos.
Para Diógenes Patiño, arqueólogo y antropólogo de la Universidad del Cauca, se puede suponer "que hubo una sociedad organizada, controlada con unas directrices políticas, económicas y sociales ya trazadas, cuyas manifestaciones culturales están evidenciadas en estructuras como el morro". También estimó que el tiempo de construcción de esta obra y de la existencia de esta comunidad indígena, se puede calcular entre el año 1000 y 1500. d.C, antes de la llegada de los españoles.
La pirámide perdida entre conquistadores
La historia cuenta que cuando Juan de Ampudia comandaba la misión expedicionaria en los últimos meses del año de 1535, se encontró con el Valle de Pubén, donde existían más de 100 mil indios herederos del cerro construido. Se mostraron rudos. Los aborígenes evidenciaron una feroz resistencia. "Preferían morir antes de someterse a propuestas de paz", cuenta Pedro Cienza de León en su "Crónica Del Perú".
Utilizaron la palabra cacique, de origen caribeño, para referirse a quienes se distinguían de los demás por la vistosa ornamentación de sus prendas, joyas de oro y plumas. Así, encontraron que al mando de esta población estaban dos hermanos, el Cacique Pubén o Popayán y el Cacique Calambáz. Según Diógenes Patiño "seguidores de una especie de dinastía". "Señores bárbaros, de constante guerrear, de cacicazgos militaristas", se dirá en posteriores crónicas de la conquista.
Dos años después de su resistencia, los indios perdieron la guerra. Se cree que Sebastián de Belalcázar quien se dirigía hacia el norte en busca del mítico tesoro de El Dorado, comenzó la fundación de Popayán desde el centro de la población, que en ese entonces, comenzaba a partir del Morro de Tulcán. De ahí surgieron las primeras calles de esta ciudad.
Un siglo más tarde, la cultura nativa estaba destruida, sus numerosos miembros habían sido reducidos a la mitad, y los que sobrevivieron pasaron a ser parte del sistema colonial: fueron esclavizados en las minas y utilizados como siervos. Los lugares sagrados como el morro fueron invisibilizados e ignorados por los españoles. Un lugar sentenciado al olvido, que pasaría a ser un elemento más del paisaje natural.
El monumento al Cacique Pubén
A mediados de los años 30, cuando Popayán se disponía a celebrar el cuarto centenario de su fundación, se organizó una junta de festejos para programar las obras y actos conmemorativos de esta fecha. Según Hernán Torres "El poeta Guillermo Valencia, había expresado su interés en conseguir dos grandes monumentos conmemorativos de los orígenes de la ciudad".
Uno, era en honor al Cacique Pubén, encargado al pintor y escultor colombiano Rómulo Rozo, y el otro, una estatua ecuestre de Sebastián de Belalcázar a cargo del escultor español Victorio Macho. La primera, cuya altura se especula podría ser de 15 metros, se posaría dominante desde el Morro de Tulcán. La segunda, sería parte integral e inseparable de la arquitectura de la ciudad, pensada para ser puesta en la plaza de la iglesia de San Francisco.
Ya el 26 de diciembre de 1940, con presencia del Presidente de la República Eduardo Santos, se llevó a cabo los actos conmemorativos de la fundación de la ciudad y durante cuatro días se inauguraron diferentes lugares, como el aeródromo de Machángara, el Panteón de los Próceres y el Palacio Nacional.
También se descubrió la Apoteosis de Popayán, del maestro Efraín Martínez, en el paraninfo de la Universidad del Cauca, al igual que un busto de Toribio Maya en el hospital de caridad, las estatuas de Tomás Cipriano de Mosquera, en el parque que lleva su nombre, y para sorpresa de pocos la de Sebastián de Belalcázar en el Morro de Tulcán, lugar en la que debía ir la del Cacique Pubén, la cual parecía haberse extinguido con los indios exterminados por los españoles en la conquista.
Nadie supo nada sobre la ausencia del monumento al Cacique Popayán. Los festejos siguieron y la incertidumbre de su estatua pronto hizo parte del pasado. Sólo la voz del maestro Guillermo Valencia se alzó contra estos hechos "hay que dejar a los necios con sus necedades; de una obra de arte hicieron un pisa papel", dijo refiriéndose al lugar en donde pusieron a Belalcázar.
"Al poner la estatua del conquistador sobre el morro, se consolida un procedimiento de hispanización del patrimonio cultural – nativo, que se da con el reconocimiento, reapropiación y resignificación de la herencia española, depreciando o invisibilizando la cultura indígena", analiza Felipe García Quintero, docente de la Universidad del Cauca.
Sobre la escultura al bravo guerrero indígena, se dice que existe entre las obras de Rozo una que ha sido llamada de forma equívoca como el Cacique Rubén, la cual desapareció hace unos años y que podría corresponder a la del Cacique Pubén. En la ciudad de Mérida, en Yucatán, se encuentra el "Monumento a la Patria", una obra más del colombiano Rozo, que se asemeja a la obra pedida por Guillermo Valencia para los indígenas y cuyas imágenes demuestran el esplendor, la fuerza y la vivacidad de cada aborigen.
Un ritual para los jóvenes
La mirada institucional hispánica que se quiso dar con la instauración del fundador de Popayán en el Morro de Tulcán, quedó relegada con las nuevas generaciones de la modernidad. Después del terremoto que azotó a la ciudad en 1983, este lugar sagrado para los indígenas y símbolo de la hispanización, fue subvertido por los jóvenes de la ciudad, a través de los diferentes usos y apropiaciones que se desarrollaron con el tiempo.
"Cada generación de jóvenes en particular ha marcado un momento de su vida en este sitio. Es un lugar estratégico, con un gran poder de atracción que permite ver una condensación del sentido de la belleza que tiene la ciudad. Es un lugar que convoca, que hace un llamado y creo que hay que ser joven para estar en el morro", asegura García Quintero.
Cuando las tardes de verano invaden a Popayán, es común ver sobre el morro una gran cantidad de jóvenes que llegan hasta la montaña para acudir a un eterno rito de encuentro, de esparcimiento, de libertad. Una tribuna que se forma sobre la cara de la pirámide que mira siempre a la ciudad; sobre lo que fue y es el monumento prehispánico más grande de nuestros antepasados, catalogado por Julio Cesar Cubillos como una de las ruinas mayores en nuestra región, pero que hoy su gran historia se desmorona ante la mirada indiferente de cientos de personas que a diario llegan hasta él.
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