El grupo de viajeros de la comunidad Sapara conversa sobre el Kamunguishi.

Paola Silva.
Ecuador

Un viaje al Kamunguishi, el lugar en donde nacen los sueños

Cocreadores

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Sep 13, 2020 Compartir

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Los Sapara, nacionalidad indígena de Ecuador, realizaron un viaje al corazón de su territorio, en la provincia de Pastaza, para hablar con la selva a través de sus sueños. Esta historia es el retrato de esa travesía en la que se empezó a hilar la declaración de Kamunguishi.

En la selva ecuatoriana de los indígenas Sapara están las riquezas (saberes y medicinas ancestrales) resguardadas en un lugar al que llaman el Kamunguishi. Allí, sin embargo, también están el petróleo y el interés de explotación de su territorio, lo que ha representado una amenaza para la pervivencia física y espiritual de esta nacionalidad indígena. 

Según datos de su plan de buen vivir, a 2010 los Sapara cuentan con una población de 578 habitantes (278 mujeres y 300 hombres). Ubicados principalmente en la provincia de Pastaza, su actual territorio comprende 360.223 hectáreas de selva amazónica entre la parroquia río Tigre, Sarayaku y Montalvo donde se organizan 26 comunidades. Por su cosmovisión, esta nacionalidad se caracteriza por mantener una relación con el mundo espiritual por medio de los sueños (makijanu), los cuales le guían para proteger sus territorios de la crisis ambiental y, ahora, de la pandemia de la covid-19. La “voz de la selva”, dicen, no es solo para su pueblo sino para toda la humanidad. 

Por esta razón, el 19 de junio de 2020 unas quince personas de los Sapara vistieron de forma simbólica su traje tradicional de la corteza del árbol de llanchama y con sus rostros adornados de achiote y wituk (tinturas de plantas silvestres) se conectaron desde el único punto con internet de su territorio para presentarle al mundo la declaración del Kamunguishi. Con ella, buscaban recordarles a las personas que el planeta es bosque, “es Naku”, entretejido de muchos seres vivientes que se comunican, piensan y sueñan. “El Kamunguishi es el corazón de nuestra vida, es el corazón del mundo. Es nuestra selva y nosotros somos selva, somos uno”, en palabras de Manary Ushigua, líder y guía espiritual de los Sapara.

Entre las intervenciones de ese día de junio estuvo la de Sany Montahuano, una joven mujer quien pidió ayuda para cuidar el Kamunguishi: “Nosotros lanzamos este proyecto porque la gente está desconectada del bosque, por eso el mundo exterior ya no sueña. Les invito a volver a soñar y a ayudar a protegerlo”. La voz de Sany, de 23 años, representa parte de la tradición oral Sapara, una nacionalidad declarada Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad en 2011 por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, Unesco.

La declaración de Kamunguishi se empezó a tejer en marzo de 2019, más de un año atrás, cuando los Sapara salieron de su comunidad Llanchama Cocha al encuentro con el lugar donde habitaron sus ancestros, hombres y mujeres, para conectarse con ellos y ellas desde el sueño y pedir su sabiduría para trabajar en ese documento con el que esperaban invitar a todas las personas a reconocerse como ‘uno solo con la tierra’.

Los pasos, sueños y sentires de ese viaje, cuando todo empezó, quedaron retratados en este reportaje. Su autora decidió narrar esta historia en presente, a manera de invitar a quien lee a acompañar el recorrido desde la cosmovisión Sapara.

***

La selva habla a través del sueño

Veinte indígenas, entre niños, niñas, mujeres, hombres y abuelas de la nacionalidad Sapara salen, luego de las doce del medio día del 16 de mayo de 2019, de los caseríos Llanchama Cocha y Naruka navegando en cinco canoas de madera, rivera abajo del río Conambo, en la provincia ecuatoriana de Pastaza. Emprenden el viaje para visitar el lugar que alimenta sus sueños en las noches.

Entre el grupo se destaca la presencia de la abuela Mukutsawa, quien lleva un loro pichón en un canasto tejido a mano. Ella es una de las últimas sabedoras de su pueblo y es quien conoce la historia del Kamunguishi, zona especial protegida de 54 mil hectáreas de bosques antiguos en donde habitaron los primeros Sapara y, hasta hoy, lugar sagrado de conexión espiritual para toda la comunidad. El Kamunguishi queda ubicado dentro de las 360.223 hectáreas de selva ecuatoriana que le pertenecen a esta nacionalidad indígena.

Los intensos rayos del sol iluminan el camino de los navegantes. Ya son las dos de la tarde. Cada canoa lleva un hombre en la parte de adelante, a cargo de facilitar la dirección con el apoyo de un palo largo y delgado, y otro en la parte de atrás, responsable de impulsar la embarcación con el motor. De las cinco canoas, cuatro se adelantan y una se queda atrás; el motor se ha salido de la base y se ha mojado. Como no cuentan con herramientas a la mano, el grupo decide pasar la noche en el caserío Akachina, en donde viven dos familias. 

Allí, como ya es costumbre en la Amazonía ecuatoriana, los viajantes son recibidos con chicha de yuca. Entrada la noche, hacia las siete, las mujeres prenden el fuego y ponen a la brasa unos cuantos pescados envueltos en hojas de plátano. Más tarde, mientras todos comen, los mayores pasan mokawas (vasijas de barro) con chicha de mano en mano y conversan sobre sus familias, tradiciones y preocupaciones. 

Al siguiente día, a las ocho de la mañana, el grupo retoma la ruta por el río Tigre hasta que este se fusiona con el Conambo. Allí, los viajeros afrontan otras dificultades, como las represas de palos que arrastra el afluente y que limitan la libre navegación. A medida que los Sapara se acercan a su destino, el paisaje cambia y el agua se transforma. Mientras el grupo se abre paso en medio de la manigua espesa que reverdece hasta sus orillas, el caudal se vuelve más estrecho y sus colores más oscuros, por la profundidad.

Uno de los doce hijos de la abuela Mukutsawa se llama Manary, nombre que en lengua Sapara significa lagarto. Él es sabedor, como su difunto padre Blas Shimano Ushigua, y mentor de un centro de sanación que ha llamado Naku (selva). Uno de los propósitos de Naku es compartir su sabiduría tradicional con el mundo, por lo que Manary ha invitado al antropólogo canadiense Eduardo Kohn para que les acompañe. Mientras recorren el río, el sabedor le indica a Kohn cuáles son sus lugares sagrados, entre ellos una zona plana y espesa de bosque en donde el cauce del agua se estrella con una pared de roca y se forma en medio del río un profundo pozo.

Manary le cuenta que allí vivió uno de los abuelos más sabios de su nacionalidad, por lo que solía bañarse en ese lugar: “La gente dice que veía al abuelo en la mitad del agua y que se ayudaba de los bancos de peces y tortugas para pararse”.

Después de mediodía de viaje, el grupo llega a su destino. La abundancia de animales es señal de que ya están dentro del Kamunguishi. En la margen derecha del río hay una playa amplia en donde los Sapara acomodan sus enseres y carpas. Los adultos adecuan el lugar para pasar la noche, algunos niños y niñas juegan y nadan en el río donde encuentran una canoa rota encallada entre palos y escombros de las crecientes. Dos jóvenes la sacan y la arrastran a la orilla para voltearla y usarla como banca para descansar.

Mientras tanto, algunos hombres mayores se internan varios metros dentro de la manigua para adecuar con hojas de palma un piso que aísle la humedad para iniciar la reunión. Las mujeres con los niños y niñas atraviesan el río en la canoa y se ubican en el suelo para compartir la auneka (tabaco). Considerada medicina, esta planta viene envuelta entre hojas de plátano en forma de un tubo largo, el cual es cortado y preparado en agua para ser ofrecido en la palma de la mano y luego bebido por la nariz.

Manary, de contextura robusta y mirada profunda, se muestra sereno y abierto a conversar. Siempre que tiene la oportunidad, él explica cómo la auneka es una medicina que permite entrar en la mente de una persona para orientar su camino de vida y conectar con la fuerza y el equilibrio de la tierra:

“Nuestro propósito es que su ser interior, su iauna o espíritu, se conecte con la conciencia del mundo, que su presencia aquí en la tierra esté relacionada con su equilibrio y el entendimiento con los demás seres físicos y espirituales para que se logre ser sabio y responsable en el camino de vida".

A través del tabaco, la comunidad alimenta esta relación con el mundo espiritual, usándolo como mediador para interpretar el sueño e identificar la forma en que la selva les habla y les acompaña a decidir.

– La historia la estamos contando con los espíritus. Entonces es una manera de cambiar el pensamiento. Cuando vemos desde lo material vemos caos. En lo espiritual, cambias tú primero y aunque esto no le signifique mucho al mundo moderno, lo van a ir entendiendo. 

Añade Manary. Los participantes se sientan en el piso, formando un círculo. Entonces, inician la conversación expresando lo que les significa estar en este lugar. Shimano, líder e hijo menor de la abuela Mukutsawa, asegura que “Kamunguishi es vivir en el sueño. Cada sueño es el Kamunguishi que habla, es un ser vivo. Aquí perviven muchas experiencias de los mayores, podemos encontrar y recordar lo que somos”.

Luego, Xavier Vitery, un joven economista de 25 años de Guayaquil que se desempeña como docente en la comunidad, cuenta que para él el lugar en que se encuentran no es un espacio quieto sino un ser: “Nos está ayudando a recuperar la memoria ancestral. El Kamunguishi guarda la fuerza y el conocimiento para sanar el mundo”, dice. En su trabajo, Vitery motiva a los más jóvenes a que sueñen sus proyectos de vida en la selva, pues muchos emigran a la ciudad en busca de trabajo.

Otro de los sabedores Sapara que reconoce la fuerza del Kamunguishi es Ricardo, hijo de Mukutsawa, quien tiene la habilidad de interpretar los sueños. Al hablar, recalca la importancia de saber que este lugar no es una reserva sino “un espacio para que renazcan nuevos espíritus, animales, nichos y Saparas”.

Luego de dos horas de conversación, los niños y niñas se alejan un momento para traer frutas silvestres que los hombres mayores pelan con sus machetes y reparten para comer. Mientras tanto, el diálogo continúa. 

Ipiak, la hija de Ricardo, toma la palabra mientras se quita con las manos las abejas que se cuelan entre sus cabellos: “Aquí está nuestra cultura, donde vivieron y nacieron nuestros ancestros, ellos están viéndonos a nosotros felices porque estamos volviendo a renacer y nos van a ayudar con su fuerza”. Ella además ha tenido un rol clave durante toda la conversación al traducir lo que se conversa en lengua Kichwa al castellano. El Kichwa es la lengua en la que ahora se comunican los Sapara, ya que tan solo dos mayores conservan el homónimo idioma propio.

Después, César, un joven delgado y alto en camino de ser shimano o sabedor espiritual, toma la palabra para mencionar la importancia de juntar los sueños de los más jóvenes con este propósito colectivo de proteger el territorio y no dejar perder sus conocimientos. Ricardo, el sabedor, le sigue y comparte que le “preocupa que los de afuera (personas no indígenas) no respeten la autonomía sobre estas selvas” y la vean solo como proveedor de materiales.

“Nosotros queremos que la gente sepa que existimos, que esta selva no son solo árboles, que aquí hay gente y que tenemos nuestro propio sistema de vida, porque el que nos ofrece el mundo de afuera no nos sirve aquí, nos lo está destruyendo“.

Dice Ricardo y también advierte sobre la amenaza de la explotación de petróleo dentro su comunidad, la carretera que se está proyectando al vecino caserío de Moretecocha y las ideas conservacionistas que sacan a la gente nativa de sus selvas, poniendo en riesgo la armonía con el territorio y los saberes ancestrales.

Los Sapara han vivido en un riesgo constante. Desde 1880, cuando los caucheros ingresaron por Iquitos (Perú) y se adentraron a las selvas a explotar el caucho, sus antepasados fueron esclavizados y sus autoridades espirituales violentadas. Para esas fechas, Amarum Montahuano, docente en Llanchama Cocha, calcula que más de cien shimanos fueron asesinados y, en el presente, “seguimos experimentado históricamente el ecocidio de nuestra nacionalidad”.

Kohn, el antropólogo que ha acompañado a la nacionalidad en este viaje, confirma que antiguamente los Sapara vivían entre Ecuador (Puyo) y Perú (Iquitos), pero la colonización, la esclavización para la explotación del caucho (árbol amazónico), las misiones, la guerra en 1942 entre ambos países fronterizos y el interés petrolero, fueron reduciendo su territorio, población e idioma. 

El primer día de conversación concluye con el compartir del tabaco líquido. Entonces, el grupo se desplaza a la orilla del río Conambo para descansar.

A la luz de kashikua

Cae la noche y los sabedores junto con los jóvenes, docentes y el antropólogo se sientan sobre la canoa vieja que horas antes dispusieron como silla para continuar compartiendo la palabra. Es luna (kashikua) llena y la luz se refleja en el agua. Justo en ese momento se ve bajar por el río una canoa transportando a dos hombres; uno de ellos lleva una escopeta. Shimano, Manary y Amarum se acercan y les indican que se orillen para conversar. Shimano con una linterna alumbra hacia el interior de la canoa y mientras cruzan algunas palabras, revisa lo que llevan dentro. Luego, se despiden amistosamente.

Amarum explica que a la zona están entrando grupos con carabinas (armas de fuego tipo escopeta) a cazar, “ya no lo hacen con bodoqueras (arma tradicional de caza). Además, entran a ‘barbasquear’ en el río (pesca con un compuesto químico de una planta) afectando la armonía en el bosque”, añade. Estas prácticas, según los líderes, ponen en peligro, entre otras, a especies como el puma, los monos, los paujiles (aves), las dantas, las perdices, las boas, las culebras y los tigres. El docente dice que como algunos pueblos han optado por celebrar fechas que “demandan otras dinámicas sobre las selvas”, como el día de la madre, la Semana Santa o San Valentín, “¿a dónde van a cazar? Al Kamunguishi”.

El ingreso de extraños al territorio sagrado también ha sido promovido por las empresas petroleras, explica Felipe Bonilla, coautor junto con Ivonne Ramos del libro Nacionalidad Sapara. Situación actual, conflicto y defensa de la naturaleza de un pueblo que sueña. Durante una entrevista para este artículo, Bonilla añadió que el Estado favorece a poblaciones migrantes dentro de la selva con contratos petroleros sin responsabilizarse de estas relaciones y sus consecuencias porque, aparentemente, “son problemas entre nacionalidades indígenas”.

La luna ha avanzado al centro del cielo y su luz es más débil por la neblina que se cuela entre los árboles y que pareciera subir contra la corriente del río. Hace frío y el grupo comparte una última toma de auneka. Pasadas las diez de la noche todos se van a descansar.

Imata muskurangui | ¿Qué soñaste?

Para los Sapara no existe el tiempo ni los días de la semana, solo la noche (mundo espiritual) y el día (mundo material), y es tradicional contar los sueños antes de que salga el sol. A las tres de la mañana, por ejemplo, en Llanchama Cocha, los hijos de Ricardo tocan un cacho como señal de la hora del encuentro. La familia se reúne alrededor del fuego y el guía espiritual o intérprete cuenta las historias de sus ancestros, escucha los sueños y aconseja. Algunos hogares han adoptado acompañar el diálogo con la guayusada, un té de hojas de un árbol amazónico (de tradición Kichwa y Ashuar) que facilita la comunicación y limpia el cuerpo. El Sapara toma principalmente el tabaco para equilibrar los dos mundos y comprender cómo las acciones en uno afectan al otro y desde allí tomar decisiones y dar consejo antes de empezar el día.

Frente a este ritual, el viaje ha sido la excepción, luego del desayuno, los Sapara han subido a sus canoas y a menos de un kilómetro río Conambo abajo han adecuado un nuevo espacio para empezar a narrar, cinco horas después de lo acostumbrado, los sueños alrededor de árboles gruesos y palmas que parecieran juntarse a la conversación.

Shimano vuelve y aísla la humedad del suelo con hojas mientras las mujeres mayores extraen un rollo suave y blando del centro de la corteza de una palma, similar al palmito, que dan de comer a los más pequeños. Luego, ellas aprovechan la parte gruesa de las hojas para tejer y la suave para crear lianas con las que luego formarán cuerdas. Entre tanto, los hombres se hacen a las hojas sobrantes y crean coronas y manillas que luego ponen en sus cabezas y brazos.

Mientras los Sapara conversan también tejen, comen, observan la selva y miran el río y las hojas del suelo en las que aún se mueven hormigas y un pequeño alacrán que es retirado con cuidado del lugar. Manary, el guía y sabedor, descansa su espalda contra un árbol y explica que hoy irán contando los sueños para comprenderlos desde los ámbitos físico y espiritual. 

Entonces, les invita a organizarse en círculo para la escucha.

Los sueños que narran en este segundo día pasan de lo mágico a las dificultades o aconteceres cotidianos de la comunidad. Manary inicia contando el suyo: “Anoche soñé que me iba a pasear por la selva, pero yo la miraba desde arriba y entonces me iba acercando a una montaña, por aquí está (hace referencia al lugar) y ahí hay una cascada donde habita un espíritu femenino. Me dijo que me había llamado para decirme que estaba con nosotros para cuidar del Kamunguishi”.

Después de contar su sueño, el líder espiritual aclara que los espíritus de la selva les acompañan y les advierten situaciones: “Ellos saben que otros están intentando desarticular a los pueblos indígenas y como conocen que nuestra fuerza radica en el bosque, atacan nuestras selvas”. Para Manary esto se traduce en la demanda material innecesaria del ser humano, por lo que los bosques son objeto de explotación. Esta situación, añade, hace que una política pública del buen vivir sea importante y urgente, lo que desde la cosmovisión Sapara se traduce en sanar espiritual y emocionalmente para que la necesidad material disminuya y, por ende, la degradación ambiental.

Aripiauka | El objeto volador (avión)

César Ushigua toma la palabra para contar que en su sueño vio muchos árboles sobre la pista de arena de la comunidad y que debían ir a cortar y abrir paso pues venía una avioneta y no podía aterrizar. Compartió con el grupo que eso le preocupaba.

Ese sueño les recuerda a los indígenas que en 1942 vieron por primera vez volar una especie de pájaro metálico sobre el cielo (una avioneta) y entonces lo llamaron aripiauka. En aquella época empezaba una red de comunicaciones en la selva ecuatoriana con el objetivo de contactar y evangelizar a etnias como los Waoranis y manejar operaciones para la expansión petrolera, razón por la cual se construyó el aeropuerto Río Amazonas en la ciudad de Shell.

Algo parecido recuerda Shimano, quien siendo muy niño vio cómo llegaron los “blancos” a su territorio con regalos, comidas y refrescos que él consumía y lo ponían pálido. Desde entonces, ingresaron personas al territorio Sapara en helicópteros e hicieron un campamento donde vivieron varios trabajadores para abrir unos caminos que cortaban las chagras (los cultivos).

“Sucedía también que si uno iba río arriba empujando su canoa, porque en ese entonces no había motores, el helicóptero te ayudaba a llevarla. Hasta que finalmente levantaron todo y no volvieron”, cuenta.

Poco a poco se fueron enterando de qué había pasado. La dinámica de la vida de las comunidades vecinas empezó a cambiar. Se crearon pistas para las avionetas y en 1980 los indígenas Sapara decidieron pasar de ser nómadas a instalarse en Llanchama Cocha. Diez años después, a inicios de la década de 1990, se establecieron nuevos poblados dentro de la selva y se organizaron hasta conformar lo que hoy es la Nacionalidad Sapara del Ecuador (NASE). Así, podían incidir en el futuro de su comunidad y decir que existen, que las selvas no están solas y que tienen quién las defienda de los intereses petroleros.

Por ello, el aripiauka del sueño de César no solamente está en la memoria de la comunidad por las evangelizaciones sino también por los intereses de extracción de hidrocarburos.

La petrolera que les roba el sueño

En medio del diálogo de los sueños, los indígenas también recordaron sus preocupaciones por el interés de la petrolera por ingresar a explotar el territorio Sapara. En 2012, durante la XI Ronda Suroriente Ecuador, se licitaron trece de veintidós bloques petroleros, entre los cuales estaban los números 79 y 83 (ubicados en la nacionalidad Sapara y territorio Kichwa) para la exploración y explotación de hidrocarburos con la empresa china Andes Petroleum. Cinco meses después del viaje al Kamunguishi y luego de múltiples expresiones de oposición de la comunidad (como cartas al presidente de la empresa), el 10 de octubre de 2019 el Ministerio de Energía y Recursos Naturales No Renovables expidió una resolución en la que Andes Petroleum desistía del contrato de exploración y explotación sobre el bloque 79 con el argumento de no contar con garantías por la oposición social. Aunque las comunidades solicitaron que se aplicara la misma decisión sobre el bloque 83, por presentar las mismas características, este actualmente sigue vigente.

De acuerdo con Xavier Vitery, quien además de ser docente en la comunidad también ha analizado el conflicto socioeconómico de los Sarayacus y los Sapara con la propuesta de potenciar lo económico desde una visión ancestral y desde las medicinas propias, “Ecuador adquirió una deuda con el Fondo Monetario Internacional (FMI) de más de diez mil millones de dólares. Esto ha generado que las políticas económicas sigan orientadas a expandir las fronteras minero energéticas, sacrificando recursos naturales y a las nacionalidades, pues el petróleo que queda en el país está en la selva suroriente donde viven las nacionalidades indígenas Sapara, Waorani, Siona, Shuar y Kichwa”. 

Son las doce de la mañana del segundo día de viaje, la selva ha bajado la intensidad de su canto y la conversación se mantiene con el arrullo del río en medio de tranquilidad y la armonía. “Esto mucha gente no lo conoce porque el estilo de vida actual no se lo permite”, cuenta Manary. Por ello insiste en que el Kamunguishi es un espacio para sanar pero sabe que es un lugar que está en riesgo así como la vida de las personas que lo defienden, especialmente de las mujeres como su hermana Gloría Ushigua y Nema Grefa, presidenta de la Nacionalidad Sapara del Ecuador.

Según la investigación sobre la Nacionalidad Sapara publicada por Acción Ecológica, Entre Pueblos y el Gobierno Vasco el año pasado, en un periodo de cinco años (entre 2013 y 2018) se registraron 88 casos de agresiones a la población (65 por ciento a mujeres y 35 por ciento a hombres), que van desde intimidación, persecución, amenazas, violaciones y asesinatos. Ivonne Ramos y Felipe Bonilla, autores de la publicación, hicieron estudios de casos y entrevistas a profundidad para la preparación de la audiencia de la acción de protección y medida cautelar a favor de la nacionalidad Sapara presentada el 13 de septiembre de 2018 a la Defensoría del Pueblo de Ecuador. Su trabajo estableció una relación entre el incremento de violaciones de derechos humanos y conflictividades en territorio Sapara desde la IX Ronda Petrolera Suroriente de 2012, situación que preocupa porque “las mujeres están relacionadas con los procesos de alimentación y cuidado de la tierra, vitales para la supervivencia y la expresión de la vida cultural y espiritual de los Sapara. Es decir, para la existencia misma”, resaltó Bonilla en entrevista para este artículo.

Han transcurrido ya cuatro horas y el grupo, presidido por los hombres mayores, conversa sobre cómo estos sueños individuales les previenen sobre estas situaciones que se están presentando para tomar decisiones que permitan resguardar su sabiduría, su gente y su territorio e invitar a vivir el sueño a esa otra parte del mundo para poder mantener la vida en la tierra. Por ello, antes de terminar el segundo día, plantean ideas para continuar trabajando la declaración del Kamunguishi. A la una de la tarde concluye el encuentro.

Aya Ñukwak shamuy ñukanma | Alma mía, ven a mí

Después de la reunión, el grupo regresa al campamento, almuerza y empaca. El retorno es ruidoso por la lucha entre los motores y la contracorriente del afluente Conambo. Al tomar el río Tigre, la velocidad del viaje disminuye porque el caudal se achica y el fondo de la canoa roza constantemente contra la arena. 

Los Sapara retornan con esperanza. Saben que tiene la misión de seguir protegiendo esa relación física y espiritual con la selva y lo celebran repartiendo la chicha que las mujeres han preparado y madurado en tinajas de barro (cerámica que solo la abuela Mukutsawa sabe hacer y con la que acostumbra a realizar un ritual).

Después de traer el barro del río Tigre, moldear, secar, brillar, pintar, pasar por el fuego y sellar con resinas, la abuela mira dentro de la vasija y le dice:

– “Aya Ñukwak shamuy ñukanma” (“Alma mía, ven a mí”). 

Ver lo profundo de la tinaja es adentrarse al propio corazón, como lo hicieron los viajeros al Kamunguishi, para que el ser interior recuerde, como nos lo cuenta e invita la Declaración del Kamunguishi, que el mundo es nukaki (uno solo), es naku (bosque), que somos bosque y que debemos cuidarlo porque es la fuente de la vida y del conocimiento.

Nota. Esta historia contó con el apoyo editorial de Agenda Propia y su #RedTejiendoHistorias, espacio de encuentro y discusión entre periodistas y comunicadores indígenas y no indígenas en América Latina.

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