Guerrilleros de las Farc llegan a una de las zonas donde entregarán sus armas en territorio indígena del pueblo Nasa, en Cauca, Colombia.

Edilma Prada Céspedes.
Colombia

La última gran marcha

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Mar 2, 2017 Compartir

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En los 26 puntos de desmovilización de las FARC en Colombia, 7.000 miembros de la guerrilla inician la entrega de armas, y muchos retos y esperanzas de reconciliación se abren paso en el país, tras 52 años de conflicto armado. Reportaje en alianza con Diario de Cuba.

Terminó la última gran marcha de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, FARC: 7.000 hombres y mujeres se desplazaron hacia 26 "zonas veredales transitorias" ante los ojos de un país que los vio en una lucha armada por más de medio siglo y que hoy vislumbra la paz.

La histórica movilización —que formó parte del acuerdo firmado en La Habana en noviembre de 2016— se realizó entre los meses de enero y febrero y llevó a que los ex combatientes recorrieran 8.700 kilómetros en buses, camiones y lanchas por trochas, montañas, caseríos y ríos; lugares que también fueron testigos de su accionar durante el largo periodo de conflicto armado interno que dejó la aterradora cifra de 8.320.874 víctimas, de acuerdo con los registros de la Unidad para la Atención y Reparación Integral a las Víctimas.

Los 7.000 miembros de las FARC se concentraron poco a poco en 26 puntos, distribuidos a lo largo y ancho del territorio colombiano, sitios donde llegaron escoltados por fuerzas militares y acompañados por la Misión de las Naciones Unidas como parte de la fase de implementación estipulada en el acuerdo, la cual incluye el cese bilateral del fuego, la dejación de armas y la transición a la vida civil.

Con animales, enseres, recuerdos de la selva y muchas expectativas se han ido acomodando los guerrilleros en los lugares que durante cerca de seis meses serán sus nuevos espacios de residencia. Para algunos, se trata de un encuentro de emociones. Para otros, el resultado de una lucha incansable.

Es el caso de Carlos, quien con su morral de campaña al hombro sostiene que el conflicto no fue fácil y que está "preparado para empezar de nuevo y olvidar los días duros de la guerra". Por su parte, Karina, una joven vestida de camuflaje, se siente optimista: "estamos ganando esta lucha porque ha llegado el fin del conflicto". Mientras, Eduardo, aún con su fusil en mano, asegura que siente cerca la libertad para "seguir adelante y ayudar al pueblo es lo que pensamos todos".

Estos son solo tres de los muchos testimonios y voces de expectativas de los guerrilleros que caminaron en la última gran marcha y que desde ya se preparan para reincorporarse a la vida civil.

"Es histórico que las FARC estén próximas a su desarme y reinserción", manifiesta el presidente Juan Manuel Santos, al entregar el balance del proceso con el que se espera avanzar con la paz en Colombia.

Una lucha, un rostro y una voz

Algo más de 400 miembros del frente Jacobo Arenas —uno de los más beligerantes que tuvo las FARC— avanzaron hasta el territorio indígena Nasa, al resguardo de Pueblo Nuevo, jurisdicción del municipio de Caldono (Cauca).

Su arribo a esta región de montaña y de clima templado fue tranquilo. Algunos pobladores los vieron pasar con recelo. Los indígenas se acercaron a saludar. Y un grupo pequeño quiso ser testigo de uno de los momentos que tal vez esperaba por años: ver a los guerrilleros alistándose para cesar la guerra.

Caldono sobrevivió a la dureza del conflicto. Sus habitantes padecieron 67 tomas guerrilleras y 3.500 actos de violencia. Es un pueblo que luchó ante el miedo y se resistió a desplazarse de su territorio. Los indígenas, aferrados a su cosmovisión y con la fuerza comunitaria que los representa, durante décadas rechazaron el accionar de todos los grupos armados.

Marcela González es una de las comandantes del frente Jacobo Arenas. Dice que "nuestra lucha la hicimos acá en estas comunidades" y reconoce que se debe empezar un diálogo abierto para establecer procesos de reconciliación.

"Lo que nosotros hacíamos, no lo hacíamos contra el pueblo. Si hubo gente afectada de la población por los efectos colaterales, no ha sido nuestro interés"; Marcela González se refiere a los ataques realizados con "tatucos" o cilindros-bomba contra las fuerzas armadas del Estado y que dejaron civiles muertos, heridos y daños en la comunidad.

Son memorias del conflicto que aún permanecen intactas. El Cauca, un departamento ubicado al suroccidente de Colombia, con salida al Océano Pacífico, sufrió los embates de la guerra y por eso hoy cuenta con tres "zonas veredales transitorias" de normalización en los municipios de Caldono, Buenos Aires y Miranda.

Marcela, de mediana estatura y tez trigueña, revisa que el campamento que instalaron para recibir a sus "camaradas", como los llama ella, esté listo. Hombres y mujeres organizan carpas en un terreno contiguo donde quedará el punto San Antonio. En el mismo municipio se establecerá otro espacio de desmovilización, Santa Rosa, y un puesto de recepción que estará en el sector conocido como San José de Los Monos.

Han construido improvisadas áreas de cocina, de alimentación, oficinas, un aula y salones para reuniones. En toda la entrada al campamento llama la atención el letrero: "Nuestra única arma será la palabra".

"Siempre hay inquietudes de los guerrilleros, porque en 52 años no hemos podido por la vía meramente política hacer la lucha, y ya hemos hecho varios intentos de despojarnos del arma, esperamos que éste sea el último ejercicio para dar el paso definitivo a la construcción de la paz".

La mujer, de 50 años, oriunda del Meta —oriente del país—, viste de camuflaje y en su brazo izquierdo tiene el brazalete con la bandera y el escudo de las FARC. Porta también un fusil. Sonríe y con orgullo manifiesta que lleva 30 años en la guerrilla, 30 años de guerra. "De optimismo, pero también a veces de dudas".

Marcela González sostiene que siempre ha vivido la violencia "porque en la casa viví la violencia del hambre, la falta de educación. Nunca conocí que mi mamá fuera donde un médico, que me llevaran donde un médico, porque no había plata".

Son realidades que permiten hacer memoria de los inicios de las FARC, una guerrilla que se conformó en la década del 60 por un grupo de campesinos con ideales comunistas que se alzaron en armas como una forma de exigirle al Estado que resolviera necesidades como la distribución de la tierra y acceso a mejores condiciones.

La vida de Marcela ha pasado entre armas, entrenamiento militar y largas caminatas. "La guerra nuestra fue móvil, uno podía estar de un lado para otro. He estado en varias estructuras".

Con la mirada fija en el horizonte, recuerda que dentro de la guerrilla ha cumplido varios roles, ha estado en la línea de combate pero también en procesos de orientación política.

"La guerra es dura, las bombas, el enfrentamiento, la caminata de noche, con el equipo pesado, con el fusil a cuestas, eso es difícil. Pero pasamos la prueba".

Marcela sostiene que muchos días y noches fueron muy complejos, de miedo y de represión. "En gran medida quienes nos obligaron a la templanza fue la misma ofensiva del Estado".

En sus 30 años de guerra, Marcela González también se enamoró. Es madre, y esposa de un combatiente. Sin entregar detalles habla de su hijo, que debe tener poco más de 20 años.

"Él conmigo no se ha levantado. Hubo que dejarlo porque no había condiciones para tenerlo acá [en las FARC] y no por inhumanidad. Tenía que protegerlo".

González guarda silencio. "He tenido muy poco contacto con él, pero sí sabe quién es su madre".

Lo que tiene claro de esta nueva etapa la comandante González es que seguirá protegiendo a su hijo, pues es consciente de que hay un gran temor entre los miembros de las FARC a ser asesinados una vez se desmovilicen, como ya ocurrió con la Unión Patriótica (UP) en las décadas del 80 y 90.

La UP era un partido político de izquierda, fundado en 1985 como parte de una propuesta política legal de varios grupos guerrilleros, entre ellos el Movimiento de Autodefensa Obrera (ADO) y dos frentes desmovilizados (Simón Bolívar y Antonio Nariño) del  Ejército de Liberación Nacional (ELN) y las FARC, de las cuales fueron asesinadas cerca de 5.000 personas a manos de los paramilitares.

"No quiero que la gente mía, mi familia, pague porque siempre nos han tildado de terroristas, y entonces todo el que se relacionaba con nosotros de una u otra manera ha sido perseguido", recalca Marcela. Ahora, su gran deseo es seguirle apostando a la justicia, a la equidad y a eliminar la discriminación.

Se siente orgullosa de haber estado en La Habana durante el proceso de negociación. Está convencida de que sus aportes y liderazgo sumaron en la construcción del Acuerdo de Paz por el que ahora están en su última marcha. "Nosotros dimos el paso definitivo y no vamos a retroceder, no va a haber más violencia, estamos convencidos de que el Estado va a cumplir, hay voluntad política de materializar el acuerdo en la práctica".

El sueño de Marcela González es seguir en el movimiento político que crearán las FARC y trabajar por las comunidades. "Nosotros no estamos renunciando al proyecto que empezamos, simplemente estamos cambiando una forma de lucha que es dejar los fusiles y seguir en la vida política sin armas".

González es consciente de que los acuerdos de paz no son la solución a todo, pero "es el piso para hacer una gran construcción, la cual será lenta, estoy segura que muchos de nosotros vamos a morir todavía en guerra, pero a la vez moriremos en paz por el solo hecho de sentir que queda algo construido para las futuras generaciones".

Su puño derecho se aferra al fusil al que llama "su compañero". Lo portará hasta que sea el momento de entregarlo a las Naciones Unidas, que se encargará del proceso de desarme.

Las armas de las FARC serán fundidas y con ellas se construirán tres monumentos a la paz que quedarán ubicados en la sede de las Naciones Unidas en Nueva York, La Habana y en algún lugar de Colombia aún por definir.

Marcela continúa con sus labores de coordinación logística, revisa que el pedido de mercado y de agua potable estén completos en el campamento, y se apresta a contar las colchonetas que servirán para los guerrilleros que continúan llegando a la zona veredal. También dentro de su agenda debe programar reuniones con líderes y seguir explicando a sus compañeros lo que rezan los acuerdos de paz.

En ese lugar, en los próximos seis meses, los guerrilleros recibirán clases de pedagogía para la paz, liderazgo y participación; tendrán atención en salud y psicosocial; accederán a la nueva cédula de ciudadanía y se les entregarán subsidios económicos. Los guerrilleros con saberes y oficios tendrán la posibilidad de educación y certificación con el Servicio Nacional de Aprendizaje.

Todo el proceso estará observado por el Mecanismo de Monitoreo y Verificación que integran delegados del Gobierno de Colombia, Naciones Unidas y las FARC.

Las condiciones de este punto de desmovilización, ubicadas en Pueblo Nuevo, son parecidas a las otras 25 donde se están instalando los demás miembros de la guerrilla. La petición inicial al Gobierno de Colombia es que los sitios transitorios sean construidos lo más pronto posible, pues de ello depende que avance a buen ritmo lo pactado para la dejación de las armas. También se realizará un censo para saber con exactitud cuántos guerrilleros están asentados en las zonas transitorias.

Los pueblos que hoy reciben a las FARC se debaten ante dos retos

Aceptar y reconciliarse con los hombres y mujeres que en el pasado generaron terror en sus territorios, y prepararse para escuchar las propuestas políticas del movimiento de izquierda que liderarán los ex combatientes son dos retos que enfrentan los municipios que reciben a las FARC.

Pero para el caso de Caldono, el único territorio indígena donde se desmovilizan los guerrilleros, el proceso tiene un reto añadido: respetar las cosmovisiones que se viven en esta zona de ancestros.

"Nosotros lo que queremos es que haya paz, que no haya más sangre en la comunidad", dice el médico tradicional indígena, Ángel Marino Tumbo Díaz, quien también sostiene que el territorio debe ser preparado con rituales de armonización para que el paso que están dando las FARC no vaya a desestabilizar la región.

Los indígenas Nasa reciben con respeto el momento. Y hacen memoria de que en 1991, en ese mismo lugar, se desmovilizó el movimiento armado Quintín Lame, creado en la década de los 80 para luchar por la tierra.

"Como pueblo habíamos vivido un momento parecido, y en aquella época fue necesario trabajar en reconstruir nuestra identidad, pues fue un movimiento integrado por indígenas", recuerda Ángel Marino; situación que la compara con el proceso actual, pues muchos de los guerrilleros son miembros del mismo grupo étnico.

Los recientes diálogos comunitarios de los Nasa han estado centrados en cómo recibirán a los indígenas que portaron las armas, cómo van a acompañarlos a reconstruir sus vidas y a volverlos a acercar a las cosmovisiones de los nativos.

Isaac Corpus Pito, ex gobernador y consejero indígena, asegura que otro aspecto que fortalecerán serán sus procesos organizativos, pues temen que las ideas revolucionarias que lleguen de las FARC los desestabilicen.

"Hoy en día lo que viene es la lluvia de ideologías políticas, entonces debemos de tener bastante cuidado, mirar con lupa lo que va a pasar, especialmente con la juventud. Si una persona de nuestro pueblo está bien fundamentada política y culturalmente, venga lo venga, no lo van a arrastrar y no debemos permitir que el posconflicto, en lugar de ayudarnos, nos afecte".

A esa preocupación se suma la llegada de otros grupos armados ilegales que se están apoderando de las zonas donde antes operaban las FARC.

"Ahorita nos vemos expuestos a otra realidad, a otros actores armados que entran al territorio, que entran a amenazar la dirigencia. Esa dinámica hay que plantearla al Gobierno para que revise el tema, pero también nosotros internamente cómo nos revisamos, nos reorganizamos y asumimos ese nuevo reto que nos toca enfrentar", manifiesta la líder Sobeida Quilindo Panche.

Hoy en Caldono se respira tranquilidad. Los días de la guerra quedaron en el recuerdo de una comunidad que se encargará de no olvidar lo que pasó, de reparar a sus víctimas y de evitar que una historia de tanto dolor se repita.

Los 48 millones de habitantes de Colombia tienen una tarea pendiente, la de escucharse y reconciliarse.

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