“No se trata de dejar todo como estaba en el pasado porque ya no somos los mismos, sino en defender lo nuestro así esto signifique transformarlo…”.
Termina la frase y luego bebe un trago de gaseosa. Se mira en el espejo que está en la cafetería. Se trata de John Yopasá, pero él reemplaza su primer nombre por Hekzén, es decir, rojo en lengua Muysccubun, el idioma de los Muiscas, quienes poblaron todo el altiplano cundiboyacense.
El rojo simboliza para los muiscas el camino que se debe atravesar para reunirse con los ancestros. Ese vehículo con lo ancestral es una obsesión para Hekzén, quien trata de rescatar las tradiciones de su comunidad muisca a través de la música.
Hekzén es de estatuara mediana. Tiene el pelo largo y usa jeans. Podría parecer un metalero de veintitantos, pero tiene casi 40 años, los cuales ha invertido en la profesionalización del sonido de su banda llamada Muiska Fuchunsua, que significa Templo del zorro muiska.
Cuando muestra a qué suena su banda, saca su celular y reproduce una de sus canciones que desde el pequeño aparato se asemeja al encendido de un motor. Hekzén dice con humildad que es apenas la grabación del que será el primer disco de la banda.
Días después, en una sala de ensayo ubicada sobre la avenida Suba, ese sonido adquiere forma de batería, guitarras y bajo, que se silencian con el soplido de instrumentos de viento, que ellos mismos moldearon en arcilla tomando como ejemplo una exposición de arte indígena del Museo del Oro, en Bogotá.
“No somos una banda de metal, nunca lo hemos sido. Cuando comenzamos tomamos la música andina y los ritmos que los abuelos conservaban en su memoria e hicimos un sonido de vientos y tambores. Luego, nos dimos cuenta que cantarle a temas del pasado no tenía sentido cuando nuestra realidad rebasa la crueldad de la conquista española”.
Entonces Hekzén habla de la Conquista en el siglo XVI que prohibió la lengua Muysccubun y de los relatos de los abuelos que le decían que tener el cabello largo era signo de homosexualidad.
Al desarraigo cultural lo continuó la urbanización y creación de la localidad de Suba, ocurrida entre las décadas de 1960 y 1980, a través de la compra de los predios a los más ancianos de la comunidad. Luego desaparecieron los sitios sagrados o fueron transformados, como la laguna de Tibabuyes, la cual fue atravesada por la avenida Ciudad de Cali, y hoy es conocida como el humedal Juan Amarillo.
A todo eso, Hekzén le suma la discriminación que vivió por querer retomar la cultura de sus ancestros, el estrés de no encontrar empleo como profesor, a pesar de que estudió artes en la Universidad Distrital. Con el tiempo, entendió que como él había jóvenes que pensaban igual y por eso quiso expresar su realidad con otros sonidos.
“El sonido andino que hacíamos se quedaba corto para todo lo que sucedía en Bogotá. Por eso, buscamos en el metal la velocidad y la contundencia para construir otra música teniendo como base rítmica la música de los abuelos”.
Hekzén acudió a los álbumes de metal que más escuchaba: al estruendo y las voces rasgadas de disco ‘Symphonies of Sickness’ (1989), de la banda inglesa Carcass, y a la brutalidad de los primeros álbumes de los estadounidenses Cannibal Corpse. También se inspiró en las composiciones de los grupos clásicos del Heavy Metal, como Black Sabbath y Dio, a los que les añadió los matices de la Carranga y de la música andina.
Por eso, cuando se escucha a Muiska Fuchunsua se percibe cómo disonancia del metal es interrumpida por los sonidos de pájaros y la lluvia, que simulan con sus instrumentos de viento. Pero también irrumpe la voz gutural que Hekzén utiliza para hablar de temas como la ciudad, la comunidad, el desarraigo y la felicidad.
También acuden a pinturas corporales y faciales para diferenciarse con otras bandas de metal. Por eso, es común verlos en fotos de conciertos con trazos rojos en sus rostros y con los vestidos que usaban los antiguos Muiscas.
Con el primer acorde comienza a retumbar la sala de ensayos y Hekzén repite frases que aprendió de memoria para su banda.
Y en Suba los cerros muiscas
albergan su protector.
Cerros y lagunas vemos
para cuidar con amor.
El niño tunjo en la cima
ve a los muiscas y su
canción,
los ve trabajando duro
por el bien de su tradición.