Un puñado de líderes de la etnia Wounaan, originaria de la región del San Juan, entre Chocó y Valle del Cauca, se aferraron a su espíritu comunitario y a sus saberes de tejedores para subsistir en Bogotá.
Los Wounaan, 127 familias, un poco más de 500 personas, se ubican en Ciudad Bolívar, unas lomas tupidas de viviendas del sur de Bogotá. Es un sector levantado a pulso por campesinos, afrocolombianos e indígenas, muchos de ellos víctimas.
Allí habitan en estrechas casas de cemento y ladrillo a la vista; algunas de dos y tres pisos en las que comparten espacios con otras cuatro o cinco familias, todas numerosas.
Los Wounaan salieron obligados del Pacífico. Los desplazaron las Farc, los paramilitares, el Eln y bandas criminales, grupos que se disputan el territorio por el oro, las maderas y las rutas del narcotráfico.
Los líderes, entre ellos Sercelino Piraza, el primer Wounaan en llegar a Bogotá en 2003, visionaron que una de las formas de preservar la cultura en la ciudad era agruparse en una organización. Como resultado de esa política, en el 2016 crearon el cabildo (estructura organizativa) Wounaan Nonan.
La principal labor del cabildo es preservar la lengua el woun meu, que se ha debilitado. Los Noanamá, como también se les conoce, son unos nueve mil.
“Estamos haciendo una petición para lograr que nuestro cabildo sea reconocido ante el Ministerio del Interior”, dice José Leru Dura Ismare, secretario de la organización. Para hacer notar dicha labor lee en voz alta un escrito que redactó en un computador portátil, junto a otros dos indígenas.
En la casa de Sercelino a diario se ven hombres y mujeres que se reúnen con los funcionarios enviados por el Estado para hacer el seguimiento a los procesos comunales.
En Bogotá, Wounaan también tratan de sanar las heridas que les dejó la guerra. Y lo hacen a través de los tejidos del werregue, una palma que traen del Chocó.
“Nuestro tejido ancestral no se puede perder, es lo único que nos queda”, dice Leopoldina Chiripua Dura, una mujer de pelo largo lacio y negro. Ella trenza el werregue en una azotea mientras corre una brisa helada.
Las figuras que plasman en jarrones, cestos, pulseras y collares son árboles, montañas, animales, trapiches y cultivos. Son el reflejo de los recuerdos de su lugar de origen.
“En todas las casas tejemos. En el territorio, nuestras abuelas y madres nos enseñaron; aquí en Bogotá también compartimos esta sabiduría a nuestros hijos”, agrega Leopoldina.
Para los Wounaan, el jooin (tejido en lengua woun meu) es una forma de subsistencia en Bogotá. También trabajan como guardias de seguridad, obreros de construcción y empleadas domésticas.
Cada 15 días, los Wounaan hacen una asamblea para conversar de sus necesidades y de las actividades que emprende el cabildo. Quieren empleo, vivienda y atención diferenciada en salud y educación.
Todos los sábados, los adultos tienen la tarea de enseñarles su idioma nativo a los niños y jóvenes. También les muestran vídeos de los cultivos y caseríos en la región ancestral, para que no olviden sus raíces.
“Hoy, por ejemplo, los niños que han nacido en Bogotá (unos 30) no conocen de donde sale el pescado, como caminan los animales, tampoco saben cómo se dialoga con la naturaleza desde nuestro conocimiento ancestral”, dice el etnoeducador, Bernardino Dura Ismare, quien no se resigna a olvidar su cultura.
Ese desprendimiento del territorio es tal vez el daño más grande que les ha dejado el conflicto armado. Patrick Morales Thomas, coordinador del enfoque diferencial étnico del Centro Nacional de Memoria Histórica menciona que la tierra es la fuente para la transmisión de saberes. “No se aprende memoria solamente con el abuelo sabedor, se aprende caminando el territorio”.
Los indígenas Wounaan, hijos del agua y del monte, un pueblo ágil para pescar, cazar y cultivar la tierra, ven lejano el retorno. Saben que por días soplan vientos de paz, pero también tienen claro que los dueños de la guerra se siguen apoderando de sus tierras y ríos.
Por ahora, su labor comunitaria y el arte de tejer los llena de esperanza en una ciudad donde se sienten a salvo.