Centro de Formación Integral comunitario del pueblo indígena Nasa en Cauca, Colombia.

Edilma Prada Céspedes..
Colombia

El centro de pensamiento, símbolo de la lucha sin armas

Cocreadores

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Sep 1, 2015 Compartir

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El espacio donde se desmovilizó el movimiento armado indígena Quintín Lame en 1991 es hoy un centro de pensamiento y es considerado por la comunidad como símbolo del desarme. También es un punto de referencia de los procesos de paz realizados en Colombia.

A una hora del casco urbano de Caldono se encuentra el corregimiento Pueblo Nuevo, un pequeño caserío indígena rodeado por el verde cordón montañoso de la cordillera central. El hoy tranquilo y silencioso poblado es conocido en la región por las luchas de los indígenas, la arremetida de la violencia y las arraigadas manifestaciones culturales de las comunidades nativas.

Sus habitantes al referirse a la historia de Pueblo Nuevo y de sus lugares emblemáticos, hacen mención del movimiento indígena Quintín Lame, que en la década de 1980 se creó como una guerrilla para luchar por la tierra, y que en 1991 se desmovilizó en el que es hoy el colegio Centro de Formación Integral Comunitaria, Cefic.

Para los indígenas, esta institución se constituye en un sitio simbólico que representa el desarme y el inicio de una lucha constante por la paz.

El movimiento guerrillero de los indígenas

Para hablar de lo que hoy representa el colegio como un espacio sagrado de pensamiento, es necesario primero hacer memoria del movimiento Quintín Lame.

Esta organización armada se presentó como defensora de las comunidades y de las autoridades tradicionales en momentos en que los terratenientes pretendían apoderarse de las tierras que reclamaban los indígenas como propias.

A ello además se sumaba el recrudecimiento de la violencia en el Cauca y en el país, tras la presencia de distintas organizaciones guerrilleras como las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), el Ejército de Liberación Nacional (ELN), el Ejército de Liberación Popular (EPL) y el Movimiento 19 de Abril (M-19), entre otros.

El Quintín Lame empezó como un grupo de autodefensa y, con la ayuda del M-19, sus integrantes se entrenaron y consiguieron armas. Al inicio actuaban como células (pequeños grupos) que ejercían vigilancia en las comunidades.

Luis Eduardo Siscué, uno de los ex militantes de esta organización, recuerda que ingresó al Quintín Lame porque su padre lo envió después de los conflictos sociales que se generaron en la región por el asesinato del sacerdote del pueblo Nasa, Álvaro Ulcué Chocué, en noviembre de 1984. Ulcué era un defensor de la lucha de los indígenas en el norte del Cauca.

“Cuando mataron al padre Álvaro Ulcué, dijo mi papá: ‘Nos van a matar a todos, entonces, ¿sabe qué, mijo? Yo le voy a comprar un par de botas, y se va a hacer parte de un grupo guerrillero que van a formar”, recuerda Siscué.

La indígena Deisy Quistial, quien también hizo parte de las filas del Quintín Lame cuenta que ingresó cuando tenía 17 años y que su lucha fue la defensa de la tierra: “Yo duré como ocho años apoyando este proceso; de donde yo venía, a mi papá lo habían encarcelado por tierras, varios de mis familiares fueron desaparecidos y nos iban a matar, entonces había que buscar la manera de defendernos”.

El movimiento se hizo visible el 5 de enero de 1985, tras la toma al municipio de Santander de Quilichao, donde se enfrentaron a la Policía. El ataque, que duró tres horas, lo realizaron junto con un grupo disidente de las FARC.

“Ahí nos dimos a conocer, y dejamos un mensaje de unidad y de defensa de nuestros territorios. Fuimos la única guerrilla que luchó por un derecho propio, que es la tierra”, manifiesta Quistial al recordar que participaron unos 80 combatientes y que la mayoría eran personas muy jóvenes.

El Quintín Lame, compuesto por indígenas, se caracterizó por formar a sus miembros en el proceso de lucha de los pueblos originarios.

Paradójicamente este incremento de su capital político y de capacidad ofensiva acabó arrastrando al Quintín hacia una confrontación con los organismos de seguridad del Estado, con otras organizaciones político-militares que operaban en la región y, lo que es peor, hacia un enfrentamiento con algunos sectores de las propias comunidades indígenas, que terminarían acusándolo de haber convertido sus territorios en escenarios de guerra”, narra en uno de sus apartes el libro Guerra propia, guerra ajena del Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH) publicado en agosto de 2015.

Sin embargo, el poder de las armas nunca fue una ideología del Quintín Lame.

Según cuenta el CNMH, el movimiento siguió el camino de la paz “a fin de no interferir en el proceso de consolidación del poder comunitario que se encontraba en marcha y pasan ellos mismos a formarse en líderes locales y a ser parte de una nueva etapa de las luchas indígenas”.

La entrega de las armas se logró durante el Gobierno del presidente César Gaviria (1990-1994), quien abrió espacios de negociación y de participación política a grupos insurgentes en el marco de la Asamblea Nacional Constituyente.

La desmovilización que dio paso a una lucha por la paz

El 31 de mayo de 1991, se firmó en Pueblo Nuevo el acuerdo de desmovilización del Quintín Lame. En un campamento que se levantó en ese territorio indígena de Caldono, se entregaron las armas en presencia de delegados internacionales, miembros de la Asamblea Nacional Constituyente y más de dos mil personas, en su mayoría de las comunidades nativas, quienes llegaron de diferentes regiones del Cauca para presenciar el hecho histórico.

“Aquí, en esta misma cancha, en este espacio donde hoy funciona el Centro de Formación Integral Comunitaria, se reunieron un poco más de 150 combatientes, quienes decidieron no seguir luchando por la vía armada. En ese momento empezó a cambiar nuestro pensamiento”, cuenta el docente Carlos Marino Tombé Guetio.

Tombé agrega que los ex integrantes del Quintín Lame se vieron beneficiados de una propuesta de formación, debido a que se les dio la oportunidad de terminar sus estudios de primaria y de secundaria, y recibieron apoyos para el desarrollo de proyectos productivos.

En el Centro de Formación, los indígenas reviven de manera permanente la historia y lucha del Quintín Lame, al considerar que hace parte del caminar de sus pueblos.

“Ese caminar nos dejó mucha historia que de una u otra manera hemos conseguido, por ejemplo la misma educación, la salud, la parte organizativa, también el repensar de la unidad; ello igualmente permitió ganar un espacio de participación política a nivel nacional”, agrega Tombé.

De esa lucha nació el bastón, uno de los símbolos hoy de defensa de los territorios ancestrales sin armas.

El colegio como símbolo de memoria

El campamento que sirvió para la desmovilización se transformó en un centro de formación a donde llegan jóvenes de diferentes departamentos y culturas étnicas a capacitarse en la educación propia, es decir, en la cosmovisión indígena.

Quienes llegan allí, primero conocen de la historia del Quintín Lame y del símbolo de las luchas sin armas, de la resistencia civil contra la violencia y de la necesidad de recuperar los tejidos y lazos comunitarios que identifican a las culturas aborígenes.

“Los muchachos que llegan también son capacitados como líderes, ellos reciben orientación en cuanto al proceso organizativo de nuestros pueblos, para que después vayan a enseñar en sus comunidades”, cuenta Absalón Chocué, orientador del Cefic, al precisar que tienen estudiantes de todas las edades y que el colegio funciona en la modalidad de internado.

En este centro de pensamiento también se hacen rituales, se enseña a labrar el campo y se realizan manifestaciones de clamor por la paz.

Para los indígenas del Cauca, los lugares donde ocurrieron hechos históricos y de gran significado para sus pueblos, son espacios sagrados que sirven como puntos de encuentro para el diálogo, para hacer memoria de lo ocurrido y para transmitir de mayores a jóvenes sus saberes y legados.

Hoy los encargados del colegio están adelantando diversas gestiones de proyectos que permitan la consecución de recursos para reparar la infraestructura y así ofrecer mejores condiciones para los jóvenes indígenas que llegan con el deseo de seguir fortaleciendo los procesos de sus comunidades.

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